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22/09/2020 / Barcelona

Entregada la Cruz de Sant Jordi a la pintora catalana-chilena Roser Bru

En un acto solemne y a puerta cerrada por imperativo de la pandemia del Covid-19, el presidente de la Generalitat de Catalunya, Quim Torra, ha entregado a la pintora catalana-chilena Roser Bru la Cruz de Sant Jordi, la máxima distinción que concede el Gobierno catalán. A petición de la premiada, que no ha podido desplazarse a Barcelona, ha recogido el galardón Marta Nin, directora de Casa Amèrica Catalunya, entidad que propuso la candidatura de la artista de 97 años de edad, exiliada en Chile desde el final de la Guerra Civil española.

Desde el año 1981, la Generalitat de Catalunya entrega su distinción más relevante, la Cruz de Sant Jordi, a personalidades que han contribuido de manera destacada al fortalecimiento de los valores identitarios basados en el civismo y la cultura, y en el que la memoria tiene un espacio destacado en la construcción de las propias vidas. Casa Amèrica Catalunya, institución centenaria, comparte estos valores desde que fue creada en 1911. De este modo, el presidente Torra expresó su satisfacción personal por haberse otorgado la Cruz de Sant Jordi a Roser Bru, una persona a la que “siempre tiene muy presente”.

Desde el año 1981, la Generalitat de Catalunya entrega su distinción de mayor relieve, la Creu de Sant Jordi, a personalidades que han contribuido de manera destacada al fortalecimiento de los valores identitarios basados ​​en el civismo y la cultura, y en el que la memoria tiene un espacio destacado en la construcción de las propias vidas. Casa Amèrica Catalunya, institución centenaria, comparte estos valores desde que fue creada en 1911.

Roser Bru, que nació en Barcelona pero tuvo que exiliarse en Chile terminada la Guerra civil española, se ha convertido en un referente por sus aportaciones artísticas en el ámbito de la identidad y la memoria. Roser hizo la travesía del Winnipeg, el barco fletado por el cónsul y poeta Pablo Neruda y el canciller Abraham Ortega Aguayo que llevó a 2.200 republicanos españoles a Chile, donde desembarcaron el 3 de septiembre de 1939. Roser tenía entonces 16 años.

En países de todo el mundo, dictaduras o conflictos tienen un punto y final que da paso a un periodo de olvido forzado. La falta de reconocimiento público del dolor, el silencio, el olvido... Contra todo esto ha trabajado Roser Bru, desde el firme convencimiento de que la memoria es el antídoto necesario contra la repetición. Lo hemos visto en obras como Retrato de una Desaparecida (1986), Mesa de la paz, mesa de la guerra (1985) o España en el corazón (1982).

Desde la pintura, el dibujo y el grabado, Roser Bru ha profundizado en la preocupación por los conflictos sociales y los hechos históricos dramáticos, y ha planteado un discurso crítico ante las injusticias, el drama de la guerra y la tortura. Su trabajo artístico bebe de estas inquietudes vitales, y su trazo asocia permanentemente pasado y presente. La letra con sangre entra (1986) o 50 años después (1989) son dos ejemplos.

Como dice la crítica de arte chilena Adriana Valdés, la obra de Roser Bru es una "meditación, pincel en mano", que busca provocar reflexiones, porque como es sabido "la obra de arte tiene sentido, pero no un sentido". La obra de arte es una puerta abierta a pensar, imaginar y recordar... este es otro concepto fundamental para comprender a la artista: nada nos reaparece igual, pero todo reaparece. Así lo expresa Roser Bru con su obra: los motivos son recurrentes, las formas diferentes.

Chile, país donde ha vivido Roser Bru gran parte de su larga vida, ha sido para ella tierra de acogida y el lugar donde ha seguido construyendo su identidad. Catalana y también chilena o latinoamericana, pues participó en algunos grupos artísticos de aquella parte del Atlántico y se interesó hasta la obsesión por temáticas compartidas, en su caso la imagen de Frida Kahlo (con obras de los años 80 como Dos veces Frida Kahlo, o Sueño de Frida Kahlo, o Frida en la memoria claveteada).

Aun así, dice la crítica de arte María Luisa Borrás que "la obra de Roser Bru me parece fundamentalmente arraigada en Catalunya e incluso emparentada con artistas de aquí". Sitúa el conjunto de su legado artístico a medio camino entre las materias de Antoni Tàpies y los colores de Ràfols Casamada, y por su compromiso histórico cercana a la obra de Guinovart. Las raíces son el punto de partida del trabajo artístico de Roser Bru y un hilo conductor de toda su obra, que la llevará a hacer acrílicos como La Identidad (1994) o La mirada cargada de Lejano (1994).

Roser, que tras vivir su primer exilio en París vuelve a Barcelona a la edad de 6 años, explica que retornaba con "felicidad" a su ciudad y al Instituto Escola de la Generalitat, un colegio mixto que enseña en catalán. Pero años después se exilia en Chile y no volverá a Barcelona hasta 1958, año en que reencontrará sus orígenes. La pintura catalana del siglo XII y la obra de Tàpies la golpean: de ellos aprende el gesto de la libertad.