La poeta equatoriana Bernardita Maldonado comparteix mitjançant el següent text (en el seu idioma original en castellà) l’experiència viscuda durant el recorregut poètic sensorial, organitzat per Casa Amèrica Catalunya i dissenyat pels actors Giovanna Pezzullo, Nelson Jara i Sergio Alesandria, amb motiu de l’exposició Finisterrae, del fotògraf i antropòleg Nicolás Janowski.
“Los mitos nos dicen que Finisterrae es el territorio mágico en el que muchos han perecido, un lugar en el que el sol es apenas una especie de pavesa, un lugar del que muy pocos regresan para contar una suerte de fábula que todos quisieran escuchar…
'Finisterrae: Recorregut poètic sensorial', per Bernardita Maldonado
Lo cierto es que el viaje a ese territorio mítico fue posible en pleno corazón de Barcelona, a salvo del ruido y de las prisas, fue un paréntesis hermoso, para remontarnos a otros tiempos en los que el silencio solo es interrumpido por las fuerzas supremas y a ratos muy violentas de la naturaleza en la Patagonia.
Gracias a la puesta en escena del recorrido Finisterrae, nos olvidamos que estábamos en el tiempo actual y empezamos a vivir la ensoñación que tienen ciertos lugares. Esta ensoñación estuvo antecedida por un silencio propicio para el reencuentro; con mimo como si fuésemos niños otra vez, nos sumergimos en una subversión del tiempo, el primer gesto fue cerrar los ojos, pues, solo con los ojos cerrados, palpamos, escuchamos de verdad. Liberados de la dictadura del conglomerado de imágenes urbanas el cuerpo no se resistió a invertir su logro de madurez -mantenernos de pie, erguidos- y silenciosos nos acostamos en el suelo, en un espacio íntimo y acogedor, para rememorar el instante primigenio en que se rozó sílex contra sílex para crear el fuego, como signo de hospitalidad, de calor, de estar dentro y con todos, no con «los otros », pues Finesterrae despierta ese sentimiento tan olvidado de comuna, de tribu.
Siempre se nos dice que crecer o ser adulto es ver las cosas con madurez. Finesterrae, nos libera de esta madurez para devolvernos a un estado de inocencia, de curiosidad infantil en el que la oscuridad no asusta, acompaña, promete recogimiento, misterio y entrecerramos los ojos para ver mejor, para adivinar la belleza escondida en los repliegues de nuestras hablas, porque había una suerte de eco en que el texto volvía a reproducirse, no era descartable y se iba aposentando en nuestro interior. Entrecerrar los ojos también significa asombrase ante todo pequeño evento, y bien puede ser un evento una maleta con una casa abierta y acogedora, pero mínima, con esa belleza que tiene todo lo minúsculo, lo que invita a empequeñecer la mirada, solo la mirada sobre lo minúsculo nos hace posible el asombro ante la perfecta distribución de las manchas de un animal del frío, o ante el prodigioso aparataje de las alas de un ave, en silencio, en penumbra nos fue revelado el placer de lo doméstico, de la pequeñez y se nos dio la posibilidad de adivinar, de reencontrar la poesía escondida entre los repliegues de nuestras hablas, porque entrecerrar los ojos en penumbra es un gesto para ver mejor, como lo hace un neonato buscando los ojos de la madre, como lo hace un moribundo buscando los ojos de sus hijos.
«En una casa se aprende cosas esenciales de la vida» dijo Bachelard. Precisamente Casa Amèrica Catalunya sigue mostrando esas cosas esenciales de la vida, y Finisterrae, nos muestra a escala, en una réplica, esa casa pequeñísima en una maleta a la que accedemos gracias al hermoso trayecto que va de la imagen gráfica, a la imagen poética del texto susurrado, al contacto de unas manos tibias, al sabor lejano de una miel antigua, quizá aquella que en nuestros países se pone a un recién nacido como el primer sabor que ha de conocer, como la marca de nacimiento de una humanidad a la que se le entrega la esperanza, simbolizada en ese dulzor.
«Ningún ser humano puede mirar el fuego sin un asombro antiguo» escribió Borges, Finesterrae, nos despierta, nos arrebata de lo cotidiano, para devolvernos a ese asombro, de la belleza del trueno, del viento, del batir furioso e infinito de los mares del sur, vientos fríos que tallan la anatomía de árboles de formas curiosas que se curvan, se doblan y resisten; como si fuese la señal de un viejo pacto con la tierra y sus elementos, para recordarnos que nuestro afecto por algunos lugares responden a ese recuerdo íntimo y colectivo a la vez, a esa memoria o anamnesis placentaria, cálida y nutricia que un día tuvo la tierra para nosotros, cuando fuimos adquiriendo todos nuestros sentidos.
Pero Finesterrae no solo es el trayecto o la pausa a un estado anterior, no nos ofrece únicamente un reminiscencia o recuerdo, sino que plantea con la misma fuerza de las aguas y los mares de la Patagonia la responsabilidad de que la tierra «como morada del hombre», uno de los conceptos de geografía que hemos olvidado, siga teniendo su panza tibia, acuosa, dulce y sonora, no como reminiscencia sino como una realidad".
--Bernardita Maldonado--