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12/02/2010 / Barcelona

Un magistral Élmer Mendoza dóna el tret de sortida al cicle de Casa Amèrica Catalunya sobre el fenomen ‘narco’

Els diaris espanyols s’hi havien abocat entrevistant l’escriptor mexicà Élmer Mendoza  les hores prèvies a l’acte. Li han preguntat tot i més sobre el fenomen del ‘narco’ a Llatinoamèrica amb una curiositat sense límits, la mateixa que va demostrar el públic assistent a la conferència inaugural del cicle organitzar per Casa Amèrica Catalunya. Ple a la sala, expectació davant del coneixement enciclopèdic de Mendoza i expectatives més que cobertes: Res anecdòtic, ni casual, ni relatiu. No ho deixem només a les pàgines de successos de la secció d’internacional. Élmer Mendoza, ‘armat’ amb el recolzament d’un poderós audiovisual, va demostrar com el ‘narco’ s’ha establert amb formidable solidesa a la vida d’alguns països, no només en els ja referencials Mèxic o Colòmbia. I ho veus a tot arreu. En tot.

Des del periodisme, al ‘look’ de les persones. A l’arquitectura, naturalment a la literatura de la que Élmer és tot un líder. Fins i tot, a les catifes. Mendoza va ser superdirecte a l’abordar les problemàtiques generades. El narco, un corcó que acaba amb tot, sigui l’ètica, l’estètica o les estructures d’Estat.  Una instantània que no esmentem per atzar, treta d’aquest audiovisual de reforç a la conferència de Mendoza a Barcelona, oferia la imatge d’una taula de menjador parada per menjar en la que hi destacava la presència d’una tassa de vàter, metàfora de com el ‘narco’ es fica arreu, entre la rutina familiar d’aquestes vides sense que ningú el pugui treure ni moure...   Tot seguit, Casa Amèrica Catalunya té el plaer d’oferir-los el text íntegre de la conferència inaugural sobre l’estètica ‘narco’ escrita i llegida per l’expert Élmer Mendoza:NARCOCULTURA: UNA ESTÉTICA DE NUESTRO TIEMPO André Bretón expuso que México era un país surrealista. Sin embargo,  en la actualidad, nuestro aspecto expresa demasiados elementos rebuscados, retorcidos, claroscuros, contrastantes, decorativos y una obsesión morbosa por la muerte, que más bien debemos ser un país barroco, próximo a caer en la histeria.Demasiados recursos para soslayar una realidad. 2009 fue un año terrible. El promedio de homicidios fue de 21.3 por día. Las armas que se utilizaron fueron: Fusiles Barret, calibre 0.50; fusiles AK-47, el popular Cuerno de chivo; lanzagranadas de calibre de 40 mm; granadas M848 de alto explosivo; granadas de mano; fusiles AR 15; ametralladoras antiaéreas, bazoocas, pistolas 38 súper, la calibre 45, la matapolicías cuyo casquillo mide 5.7x28mm, y miles de cargadores y cartuchos útiles. Las acciones homicidas ocurrieron todos los días, preponderantemente en el norte, en el centro y en las costas del Pacífico y del Golfo de México. Se exacerbaron los niveles de crueldad. Decapitaciones, vejación de cadáveres, cadáveres envueltos en mantas, colgados de puentes, con mensajes escritos, acribillados en autos o a las puertas de su casa, fue la forma constante en que la violencia se manifestó. Sergio González Rodríguez, en su libro, El hombre sin cabeza, de 2009, afirma que “En el país circulan quince millones de armas.” Y más adelante agrega: “A lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos hay doce mil puntos de entrada y venta de armamento ilegal”. Es leyenda urbana que cada vez que el ejército hace un decomiso más tardan en presentarlas a la prensa que los delincuentes en reponerlas. Tal  vez por eso la cadena de asesinatos no se ha interrumpido. Una especie de muerte automática. Imaginen un subfusil P90, capaz de disparar novecientas balas por minuto en manos de un sicario enloquecido.En ese ámbito nos encontramos nosotros: los pintores, instaladores, performanceros, escultores y arquitectos, los bailarines, los fotógrafos, los músicos, los cineastas, los teatreros, los diseñadores de ropa, joyas, botas, sombreros, accesorios, los artesanos y desde luego los escritores. Estamos inmersos en una realidad impresionante de la que es difícil escapar, una realidad lacerante que nos ha conducido a la creación de productos artísticos que van más allá de la representatividad. Cuando menos perturbador. El abanico de intenciones es amplio, desde Tere Margolles que pretende denunciar la degradante situación de que somos testigos; el título de su exposición en la Bienal de Venecia 2009 es revelador: “¿Y de qué quiere que hablemos?”, hasta la de Óscar García cuyo propósito es poner una pieza en el espacio y permitir que el espectador pase de la admiración a una consideración social del hecho estético y del evento que lo inspiró. Como dice Jaime Labastida: “Se ha dicho que la obra depende tanto de sus relaciones internas como del contexto social y objetivo en que se inscribe.” Y con esta realidad tan particular, créanme que es difícil divorciar el binomio realidad-obra de arte. En Literatura la imposibilidad se incrementa, puesto que el lenguaje, instrumento de los escritores para producir emoción, es el mismo que se emplea en la comunicación cotidiana y es muy fácil desbarrancarse. En estos años nuestras utopías se han modificado. “El arte no debería funcionar como si pudiera existir en sí mismo y para sí mismo; debe vérselas con la realidad, lidiar con las circunstancias políticas y conseguir propuestas para mejorar la coexistencia humana”, sostiene el grupo artístico WochenKleusur en un artículo sobre Arte e intervención sociopolítica de 2003. Utópicos. Los he traído al presente texto porque tienen algunas coincidencias con la propuesta estética de Teresa Margolles, cuyas creaciones mantienen una relación simbiótica con la realidad violenta. Sus piezas contienen siempre algún elemento del crimen o del lugar del crimen: joyas de oro cuyas piedras son cristales de autos balaceados, atmósferas creadas con agua con que se han lavado cadáveres, estructuras de concreto que se han batido con esa agua, intervenciones con telas que envolvían cadáveres y que conservan las manchas de sangre y otros fluidos. En Liverpool, en un sector para la diversión nocturna, tiene una pequeña calle cuyo pavimento fue hecho con esta agua en donde ya han asesinado a varias personas. La sangre ha caído sobre la sangre.Margolles estudia la Realidad e intenta la representación de su crueldad como signo de descomposición social pero también como un llamado a impedir un estado de violencia que ha desbancado el humanismo de nuestras vidas. “Quiero que la gente se involucre”, confesó en una entrevista. Teresa desacraliza los cuerpos y de-sublima el mítico respeto por los restos humanos. Cuauhtémoc Medina, su curador de cabecera, ha declarado que “El involucrar a la obra artística en las tensiones sociales, al impedir que el arte evada la textura social, los artistas contemporáneos buscan poner en cuestión las taxonomías y límites simbólicos de su entorno”. Margolles mantiene un compromiso con la marginalidad y ha trabajado con éxito la forma más extrema de manifestarse: el cuerpo muerto y sus fluidos derramados. Los elementos que evocan y dislocan la realidad son tan contundentes que se llega a percibir que no estamos ante símbolos de la violencia. Actualmente, trabaja en unas piezas monumentales: macetas con troncos de árboles que han sido acribillados o derribados por vehículos en fuga o que sus conductores, heridos de muerte, se estamparon en los tabachines o las ceibas.Margolles es impacto puro. “Para mí un punto clave es hacer estructuras para contar lo que está sucediendo en el país”. Se trata de una realidad representada, que no imaginada, la que ella expresa. Un monumento al colapso, y un llamado a reflexionar en el futuro.Una estética más intimista es la de Rosi Robles, cuyas piezas más significativas son desgarradoras y hasta siniestras. Su territorio abarca, desde la violación infantil, donde utiliza pantaletas y penes de hule intervenidos, partes de avestruz, sangre real, cobijas ensangrentadas como símbolo de indefensión, asesinato sin freno y de una forma particular de abandonar el cadáver. Ha expuesto cobijas reales, que despedían ese aroma particular de una prenda que ha conservado un cadáver y que ha permanecido en un almacén por mucho tiempo. El efecto es directo en la capacidad de percibir en más de un sentido. Robles es una artista que ha hecho de la crispación una línea creativa y quien acude a sus exposiciones jamás se retira como arribó. En palabras del crítico José Manuel Springer, “Al trasladar la violencia al terreno del arte, la artista centra la problemática social a una percepción estética, donde lo terrible y lo abyecto sustituyen con fuerza lo que era el terreno de la experiencia estética moderna: lo bello y lo sublime”.En sus piezas de metal, logra una frialdad que lacera y en la parte en que se auto expone desnuda, sobre un retrete, con una cobija encima de sus hombros, o donde se desangra, el espectador termina por perder el aliento. Tiende a mostrar la realidad de tal manera que es fácil imaginar que se ha entrado en un campo de batalla; o como escribe Juan Villoro: “Hemos llegado a una nueva gramática del espanto”. Con Robles, nos preocupa lo que pudiera ocurrir en el instante siguiente. Su pieza de cobijas reales fue retirada por la autoridades.Ambas artistas provocan angustia y un sentimiento de profunda soledad. Desde luego, también estimulan, en su caso, la parte más romántica del ser humano y en algunos casos, también la más siniestra. Robles, que llenó un museo de cobijas ensangrentadas como símbolo del alto índice de homicidios, o Margolles con sus atmósferas de fluidos mortuorios o la lengua tatuada de un punk cuya madre, se la cedió a cambio de un ataúd. Lo terrible tiene un rostro para estas mujeres nacidas en Culiacán, Sinaloa, México, que me parecen decididamente utopistas, y me recuerdan a Ernst Bloch que señaló, en su libro El principio de la esperanza: “La conciencia utópica quiere mirar lejos en la distancia, pero finalmente sólo consigue penetrar la cercana oscuridad del momento vivido”.Óscar García ha realizado una serie llamada Narcotráfico donde a partir de un cromatismo primario y figuras que indican rutas y condicionamientos como rejas, camas, autos, consigue provocar reflexiones encontradas; sin embargo, la pieza que ha dado la vuelta al mundo es una mini instalación creada con una mesa de centro sobre la que ha colocado paquetes que simulan ser de cocaína o canabis. Estuvo expuesta en la Casa de México en París, visible por una ventana, despertando gran curiosidad entre los espectadores que sabían cómo se empaca el alcaloide y entre los transeúntes que se aproximaban a verla atrapados por el misterio y su simbolismo. Lenin Márquez es el artista que más ha trabajado a Jesús Malverde como símbolo de la delincuencia. Malverde es una especie de Robin Hood de finales del siglo XIX que colgaron en 1909, que desde los setentas ha sido identificado como el Santo de los narcos. Le han dedicado una capilla donde los favorecidos con sus milagros dejan inscripciones de agradecimiento con faltas de ortografía y sobres con dólares. Márquez lo ha utilizado como elemento estético en una serie de cuadros que no parecen tener otra intención que la de mostrar un signo de nuestra época con una feligresía específica. Un santo que está a la vista aunque su pertenencia principal sea con la delincuencia. Lenin también ha trabajado una serie sobre paisajes donde el perfecto bucolismo es roto por cadáveres en posturas similares a como aparecen en la realidad. El caso de la arquitectura es interesante. Han creado una casa habitación con cúpulas de azulejo, ventanas salientes, canceles dorados de aluminio, ventanas con persianas o cristales oscuros, altos muros circundantes y en algunos casos albercas de cristal en el interior, y túneles o búnkeres por donde escapar o resguardarse en caso de emergencia. Hay barrios en que todas las edificaciones exhiben al menos un elemento; hay otros en que entre las casas modestas de personas de escasos recursos se alza una mansión con todos los elementos. Estás construcciones son un indicador seguro de quien habita esa casa. Se rumora, que algunos arquitectos han perdido la vida porque no fueron capaces de guardar los secretos de su obra. Un caso interesante es el de los cementerios que es el sitio de los albañiles y artesanos. Muchos narcotraficantes no contratan arquitectos para diseñar las cúpulas de los monumentos mortuorios de sus seres queridos, los encargan a artesanos que trabajan en el panteón, de tal suerte que han creado una interesante variedad de construcciones con azulejos de colores, cristal y aluminio plateado o dorado y el interior expuesto a través de puertas de cristal. Según el poder de la familia del fallecido es lo ostensible de la tumba. El dos de noviembre, día de difuntos, he observado un cementerio saturado de gente comiendo y bebiendo, escuchando música en vivo, desde rock a narcocorridos y el sol del atardecer modificando el arcoíris por el reflejo de las cúpulas. Me vi entre numerosas viudas de cabellos teñidos de rubio, vestidas a la moda, fragantes, llevando a sus niños de la mano. Reparé en una larga alfombra de pétalos de rosas rojas cuya fragancia continúa en mi memoria.Esta arquitectura estrambótica, no es creación de algún arquitecto, sino de los narcos y sus mujeres que han creado este estilo particular, que ha despersonalizado el paisaje urbano de nuestras ciudades. Bajo la divisa de que el que paga hace lo que le venga en gana, no hay ley de urbanismo capaz de detenerlos. Como suele ocurrir, la imitación ha conseguido que este tipo de construcción se extienda a lugares insospechados. En un camino vecinal, cruzando la sierra, puede aparecer de pronto, como por encanto, una mansión con estas características, al lado de un corral con ganado de registro. Todas exhiben antenas parabólicas y plantas de electricidad. En el baile popular, las bandas gruperas han creado sonidos como la quebradita o el pasito duranguense que es típico en las fiestas, ya no de los narcos, sino de todos los que habitamos esta región del país. El caso de Lux Boreal, un grupo de danza contemporánea con sede en Tijuana, cuyo director y coreógrafo es Henry Torres, y cuyos miembros son norteños, graduados en la escuela de danza del grupo Delfos de Mazatlán, Sinaloa, han creado el espectáculo Flor de siete pétalos, que exhibe conductas delincuenciales relacionadas con el tráfico de cocaína y la manera en que los sectores de la ley y los narcos están coludidos. Es una obra fársica, de gran fuerza, donde la virtud de las bailarinas se suma a la temática con un animoso sentido de la emotividad. También utilizan la indumentaria para marcar los campos significativos de la ley y el narco. El asunto de las identidades regionales se muestra con la música, una serie de canciones de banda vernácula que volvían locos a nuestros mayores y que los narcos mantienen dentro de sus preferencias.Los fotógrafos de la prensa cotidiana ostentan un sentido del espacio digno de ser considerado más allá de la imagen. Generalmente consiguen una composición de elementos tan llamativa que sus tomas se superan a sí mismas. Podemos encontrar en sus fotos un cuerpo, un policía gordo, una agente del Ministerio Público haciéndose la dura, un grupo de mirones, donde siempre hay niños, atentos a todos los detalles. Por otra parte, los editores les conceden hasta media página donde lo terrible logra, aunque sea por un instante, otro matiz: una emoción que después se convertirá en otra cosa: indignación, por ejemplo. Como los caídos son cotidianos me parece que han terminado por establecer un estilo de mostrar la muerte.Al par de los chicos de la prensa, Federico Gama ha obtenido algunas fotos memorables por su fuerza y simbolismo. Recuerdo la de un vendedor de helados, tomado de espaldas, empujando su carrito, con una hermosa camisa tipo versage; o la de la tumba vacía, porque aún está vivo, en ruinas, del narcotraficante don Neto, ubicada en el pueblo serrano que lo vio nacer, y donde todos lo respetan. Su trabajo con bandas de cholos de ciudad Netzahualcóyotl, al lado de la ciudad de México, en blanco y negro, expresa una serie de personajes típicos inmersos en una realidad donde el abandono y la pérdida de perspectivas es evidente. La realidad tiene una sola cara en las fotos de Gama y es escalofriante.  Lo sublime es una entelequia.Hemos dicho que cada sociedad genera su delincuencia, la que a su vez implanta los elementos sociales, tecnológicos, emocionales, culinarios y visuales que concurrirán para definirla. Presuntamente a los capos italianos les gusta la ópera, y un famoso narco colombiano escuchaba música mexicana ranchera. Pues ahora el corrido mexicano se ha convertido en un elemento fundamental en el perfil del narco actual y también ha rebasado fronteras. El narcocorrido es épico, alegre y memorable. Contiene una fuerza primigenia que cualquiera puede sentirla para aceptarlos o rechazarlos. El auge empezó en los años sesenta con el de Carga Blanca: “2800 pesos les entregó Nicanor, y le entregaron la carga, eso sí de lo mejor…”, que preparó el terrero para el legendario “Contrabando y Traición” de los no menos legendarios Tigres del norte. A partir de allí y en pocos años había corridos para todos los gustos. Los corridos son una tentación para los jefes de los cárteles, tanto que según se los mandan componer. En los nuevos corridos, Los dos plebes, por ejemplo, cantan que dos narcos jóvenes se encuentran en una cantina, se emborrachan, se drogan y presumen, no de sus amigos, sino de sus enemigos. Los Canelos de Durango grabaron uno que reza: Guzmán lo era, lo es y será. Elijah Wood, un estudioso del género, sostiene que tiene una influencia directa sobre el rap y que en la nueva generación de corridistas, hijos de mexicanos nacidos en Estados Unidos, hay una mezcla de ambos géneros, prevaleciendo la lírica de los corridos con música cercana al rap.En cine sobre el tema, sobresale el trabajo de los hermanos Almada y el de Jorge Reinoso. Mario Almada y Reinoso son actores reconocidos y muy respetados por sus espectadores. Sus películas son para el mercado del video y el proceso completo se hace en alrededor de treinta días. Todas son de acción con chica guapa y cuando así se requiera, por ser parte de los inversionistas del film, algún hombre del narco puede aparecer en algunas secuencias; siempre y cuando no lo maten, comentaba uno de mis amigos guionistas. El mercado es el mundo migrante de Estados Unidos y pueblos mexicanos donde no hay sala de cine ni otras opciones y se consiguen en los supermercados.Los esfuerzos de cineastas que han pretendido hacer un cine de mejor calidad siguiendo el ejemplo de los colombianos Víctor Gaviria y Felipe Aljure, han sido en vano; les han negado los apoyos necesarios y no han encontrado productores independientes que estén dispuestos a arriesgar su dinero, y a los productores de Hollywood, sólo les interesan cosas como Trafic, donde S. Sodenberg, expresa una visión elemental y romántica del problema del narco y las adicciones. Tal vez por eso no hayan filmado La reina del sur, de Arturo Pérez-Reverte. Entonces, si quieren ver cine sobre el narco hay un par de ejemplos vigentes: Amar a morir de Fernando Lebrija, un embelesado por el tema que plantea un choque de trenes entre un enamorado de una chica y su marido capo; y Backyard, Traspatio de Carlos Carrera, que es sobre ciudad Juárez y su estigma. Si buscan más y no las consiguen, deberán conformarse con la serie B de las personas arriba mencionadas. Hay un caso interesante y es el de Emilio Maillé, nacido en la ciudad de México, que hizo Rosario Tijeras, una película basada en la novela colombiana de Jorge Franco, del mismo título. El que está tomando fuerza es el video. Natalia Almada, nacida en Culiacán, por ejemplo, ha seguido a un compositor de corridos en su sueño americano, y el video La ley del corrido que ya lleva cinco meses en Discovery Channel, hecho por unos chicos argentinos.En teatro, dramaturgos como Óscar Liera que se ha ocupado de la corrupción y de Jesús Malverde, el santo de los narcos, en El jinete de la divina providencia; Víctor Hugo Rascón Banda, con Contrabando; ambos norteños; pronto estrenarán en el Festival de la ciudad de México, una ópera con música de Gabriela Ortiz y libreto de Rubén Ortiz, dirigida por Mario Espinoza y José Arián, quien declaró que es una obra “llena de música explosiva, irreverente y sintética en el sentido de que usa géneros que se oyen hoy como el corrido norteño y la cumbia norteña”. Como se nota, el tema se extiende, la vanguardia artística se ha norteñizado en algún sentido. Ahora trabaja una nueva generación de dramaturgos que ha continuado los afanes de los primeros: Antonio Zúñiga, de Ciudad Juárez; Daniel Serrano, de Tijuana; Cutberto López, de Hermosillo, Ramón Perea, de Culiacán, Edgar Chías del DF, entre otros.Los diseñadores son un gremio poderoso en la sociedad moderna. Están en nuestras casas, en la oficina, en los objetos que nos rodean, en los libros, en el vestuario, las joyas, los sombreros, botas y accesorios. Intentan adivinar lo que no hemos soñado y crear las modas y los objetos que llenen esos sueños. Ahora, un rincón vacío es un lujo que nadie se puede dar. Por otra parte, no hay criminal que no exija un poco de identidad. Jack, el destripador, por ejemplo, o Billy the kid que vestía impecablemente camisa clara y pantalón oscuro, o los franceses que inventaron la guillotina; Tenemos a los chicos malos de Chicago que siguieron a Humphrey Bogart que impuso el traje gris de tres piezas y que a Al Capone le encantaba. Aunque los narcojuniors se rigen por la última moda, los narcos de la generación anterior usan joyas estrambóticas: anillos, esclavas, cadenas, cruces de oro o plata con diamantes o piedras preciosas engarzadas. Son ostentosas y no es difícil identificarlas. Resplandecen. Son hechas al gusto del cliente, el joyero sólo cumple sus deseos y su nivel de presunción. El sombrero de palma de trabajo, lo ha cambiado por un stetson de fieltro y lo ha puesto de moda. Sólo hay que ver cómo las bandas de música grupera lo han adoptado como parte de su indumentaria. Su ropa, tipo versage, consiste en camisas de gran colorido, de seda y pantalones de telas recias: mezclilla, dril o gabardina gruesa. Los cinturones llevan hebillas de oro. Las botas son también espectaculares. De varias pieles, de avestruz, cocodrilo o ternera. Hay de numerosos colores: amarillas, verdes, violetas y los tradicionales como el negro y el café. Son vaqueras o rancheras y si el cliente lo solicita con puntera de metal y grabados especiales. La decoración de las cachas de sus pistolas pueden ser tapas de oro o hueso con grabados de santos, nombres u hojas de cannabis. Ellas usan ropa de marca, lo mismo que joyas y accesorios. Lo grotesco parece ser cosas de ellos.La literatura se ha extendido al centro del país. Se caracteriza por manejar lenguaje popular y expresiones del hampa, por su voluntad de estilo, por el dinamismo de su discurso y porque ha roto el límite entre la ficción y la realidad. Es una literatura de historia vertiginosa. Primero los críticos nos ubicaban como marginales. Escritores periféricos de una región con tradiciones artísticas débiles seducidos por las historias de violencia. Después fuimos emergentes. Escritores que señalaban peligrosos extremos de corrupción y debilidad gubernamental, niveles de injusticia, contubernios insospechados, con un lenguaje popular rayando en el riesgo de no ser comprendidos. Ahora, tenemos la palabra. Nuestros textos dan fe de un país en vilo, de un país víctima de la delincuencia organizada y de la incorrecta aplicación de los instrumentos de justicia. Como lo ha señalado Federico Campbell, hemos convertido el lenguaje de la calle en rigurosa materia literaria y propiciado la norteñización de las letras de nuestro país. Hay una estética en el trabajo artístico de los sectores mencionados. Más allá del mensaje de lo terrible y la intención evidente de provocar la aplacada conciencia, esa que no da más y que no necesita más para estar satisfecha y apaciguada, existe una fuerza que incide en los sentidos, en su parte que no asimila recuerdos y que sin embargo pertenece al territorio de lo sensible. Más bien recuerdos que pretende ocultar para siempre que sin embargo aparecen a la primera provocación. ¿Qué hay después de la de-sublimación de la realidad? La desacralización de los conceptos y de la memoria. Una estética de la perturbación y la angustia, una estética de la coexistencia como fin último.   Quizá estemos atrapados en una realidad podrida que requiere soluciones que los artistas no puedan conseguir por estar dentro de la utopía. No lo sé, el tiempo es proceloso pero abierto. Concluyo con Teodoro Adorno, que manifiesta que: “El arte va contra el status que a la vez tanto ha servido para darle forma a sus elementos”. Esta relación te perdono te denuncio entre el arte y la realidad debe evolucionar. Lo deseable es que la realidad se transforme para bien, porque el arte sólo variará para enjuiciarla, porque tal es su naturaleza.