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05/03/2010 / Barcelona

“L’èpica mediàtica” d’Hugo Chávez, per Alberto Barrera Tyszka (i 2)

Segona i darrera part de la conferència pronunciada pel escriptor veneçolà Alberto Barrera en el cicle “Presidente Presenta”. En el text, Barrera continua analitzant la força telegènica d’Hugo Chávez, el seu absolut coneixement del medi i la seva capacitat per connectar amb el poble a través de les emocions. Amb “Presidente Presenta”, Casa Amèrica Catalunya ha cridat l’atenció sobre el fenomen dels presidents de Llatinoamèrica i com fan ús de la televisió per tal de connectar amb els seus votants, més enllà d’ideologies, més enllà de les accions de govern. Continuem, doncs, amb les interessants reflexions i anàlisis d’en Alberto Barrera, en la seva redacció original en castellà.    

 “Chávez posee una telegenia fabulosa. Pero además  conoce y sabe usar hábilmente todos los recursos del medio. Rara vez comete el gran error de resultar aburrido. Tiene la exactitud feroz de la intuición del showman. No le tiene miedo al ridículo. Sabe que siempre hay que halagar al público. Su actitud empática es eficaz. Muy rápido comprende qué necesita escuchar y sentir su auditorio. Sabe negociar con eso. Sabe medir con puntualidad cuando el auditorio comienza a cansarse, cuando debe incorporar un chiste o cantar una canción. No abusa de los sustantivos. En pocas ocasiones recurre al pensamiento abstracto. Por el contrario, acude con mucha frecuencia a la lógica del relato, sabe manejar perfectamente códigos que vienen del folletín, de la radionovela o de la telenovela.  Venía yo caminando –puede decir, por ejemplo- hasta acá, cuando de pronto veo a una señora, allá, a lo lejos, una señora flaca, con el vestido así, y con un niño pegado a la teta, con los ojos llorosos…Yo me paro, por supuesto, y ella de pronto grita: “Chávez! Me están matando!”…Su retórica sabotea la pomposidad del poder y recupera la capacidad conmovedora de la crónica personal. Siempre propone una versión melodramática de la historia. Siempre está reforzando un mensaje de fondo, sensual y contundente: Chávez es más que un político. Chávez es más que un Presidente. Chávez es una emoción.La polarización política, el dogma que sostiene “con la revolución, todo/ contra la revolución, nada”, funciona perfectamente en este clima hiper mediático. La televisión suele no permitir demasiadas ambigüedades. La complejidad casi nunca tiene voz dentro de la narrativa televisiva. Las ideas no conmueven. Los contenidos son también una apariencia. Lo que hay es ritmo, temperatura, suspenso, insultos, golpes, llanto…La verdad que produce la televisión siempre puede sortear la racionalidad. Sólo es cierto aquello que se puede sentir. Desde esta perspectiva, se puede decir que Chávez no sólo transmite verdad: la contagia. El Estado se ha ido trabucando lentamente en la más poderosa industria mediática del país. Su producto emblemático su marca, es Hugo Chávez. La politóloga y psicóloga Collete Carpiles, en su libro “La revolución como espectáculo”, señala que “Uno de los rasgos más prominentes, si no el más obvio, del gobierno de Chávez ha sido el progresivo borramiento de la distinción entre las distintas esferas de la vida pública, y con ello la disolución también entre lo público y lo privado, o entre lo institucional y lo personal, mediante la creación de una serie casi infinita de espacios de enunciación. La revolución es esencialmente mediática y espectacular”. Cualquiera que se siente frente a la televisión a ver y a oír el programa “Aló, Presidente”, podrá constatar esta afirmación. Chávez es autorreferencial. De manera permanente, recurre a sí mismo, a su historia, a su familia, a su experiencia. El gran tema de Chávez, muchas veces, es Chávez mismo. Su vida personal suele ser el relato que dialoga con la vida del país. El discurso es un espejo. No hay intimidad. O peor: si la hay, pero se trata de una intimidad pública. Este oximorón  ha alcanzado extremos inusitados, como cuando el Presidente, en la televisión, con cierto nivel de detalle, narró y comentó un cólico estomacal, una diarrea que había sufrido. Cualquier aspecto de su vida cabe en las ondas hertzianas.Diariamente cuenta y recrea sus memorias. Las enriquece, las contradice, las varía. Su presencia mediática significa también el relato público de su autobiografía. La historia del país, sus problemas, los planes del gobierno…todo puede, siempre, establecer un nuevo diálogo con la historia íntima de Hugo Chávez. En el fondo, se proponen como una sola historia, la misma.  En un acto público, el pasado 23 de enero, al atacar unas declaraciones críticas, en su contra, que había hecho el Presidente del Partido Comunista de Venezuela, Chávez dijo: “exijo lealtad absoluta a mi liderazgo, porque yo no soy yo, yo soy un pueblo, carajo, no soy un individuo, yo soy un pueblo y al pueblo se le respeta y yo estoy obligado a hacer respetar al pueblo que amo y al que le daré toda mi vida”.Eso que Umberto Eco ha denominado el “populismo mediático” adquiere, en nuestro contexto, un énfasis afectivo apabullante. Es un cóctel sorpresivo. Declara guerras y lanza besitos. Igual puede invocar a Mao Tse Tung o a Rocío Jurado. Chávez ha reinventado, en el siglo XXI, un caudillismo mediático, una nueva forma de militarismo sentimental. “Amor con amor se paga” es, probablemente, su slogan más eficaz.  Un retrato nítido de todo eso, lo puede dar la cadena nacional que realizó en el año 2004, el día en que cumplió 50 años.  Pero detrás –o la lado, o junto a, o delante de- toda esta efusión afectiva, su gobierno también ha desarrollado, aprovechándose del Estado y de sus instituciones, el mayor monopolio mediático que haya conocido el país. En este proceso, ya no hay lugar para cursilerías. A la hora de acumular y de concentrar poder, Chávez es un ejército. No se trata, es bueno aclararlo, de una estrategia secreta, de una agenda oculta. Forma parte del plan que 2007-2013 que se ha diseñado desde el gobierno bolivariano: “La plena realización del socialismo del siglo XXI que estamos inventando y que sólo será posible en el mediano tiempo histórico, y que pasa necesariamente por la refundación ética y moral de la nación venezolana”.  Para esto, es necesario, sin duda, que exista un “control social de los medios de comunicación”.  En esa dirección, durante estos años, el avance del poder sobre la experiencia pública comunicacional ha sido inmenso. El gobierno ha multiplicado sus propios medios, ha creado instrumentos legales que promueven la autocensura y mantienen a los medios independientes en una continua situación de prudencia, ha democratizado el espacio radioeléctrico y desarrollado experiencias comunitarias, asunto que estaría muy bien a no ser que por el sesgo ideológico que somete a todas estas experiencias a la devoción absoluta con el poder… se intenta construir y consolidar un proyecto hegemónico, con la clara certeza además, de que es una acción a favor del bien. Se piensa y se sostiene, pues, que el Estado Comunicador es también un protagonista ineludible de la salvación de la patria. El pasado 2 de febrero, el gobierno de Hugo Chávez cumplió 11 años en el poder. Ese día, hubo cadena. La cadena número 2000. Según estudios estadísticos, entre cadenas, programas, propagandas, etc…se calcula que la voz del Presidente permanece al aire unos 90 minutos todos los días. Y me doy cuenta ahora de que, mientras escribo estas líneas, lo estoy oyendo. Volteo, tomo el control remoto y cambio de canal. Voy saltando hasta que aterrizo en una entrevista con Ricardo Hausman, uno de los economistas venezolanos más importantes y reconocidos. Está hablando sobre los niveles de inseguridad jurídica y de incertidumbre económica del país, elementos que impiden la tranquilidad y confianza para que existan inversiones. A manera de conclusión, de pronto dice: “Nadie sabe lo que va a pasar en el próximo Aló, Presidente”.   El lugar del poder está en la televisión. La realidad está en la televisión. No cambies de canal. No te despegues. No te pierdas el final de esta historia”.