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02/07/2010 / Barcelona

El consulado de Venezuela organiza un foro magistral dedicado a las visiones de los historiadores sobre la propia Historia

La celebración del Bicentenario de la Independencia de Venezuela generó en la tarde del jueves, 2 de julio, un foro de contenido magistral. El punto de encuentro resultó magno y ancestral. Nada menos que el salón de actos del Arxiu de la Corona de Aragó de Barcelona. El consulado general de la República Bolivariana de Venezuela, con su cónsul Marcela Khan al frente, y Casa Amèrica Catalunya reunieron a un destacadísimo elenco de historiadores formado por Lionel Muñoz, Javier Laviña y Miquel Izard, bajo la moderación de Carlos Pernalete. El resultado, dos horas de una sobresaliente lección de historia, un repaso formidable por doscientos años de Sudamérica y Venezuela.

De buen comienzo, el moderador venezolano, Carlos Pernalete, situó los términos de la reflexión al recordar que “las academias de historia están acercando su mensaje a la gente. En los últimos años han superado los estudios de héroes y estatuas. Hasta el 2024, nos quedan muchos años para acercarnos al verdadero proceso de Independencias, para desvelar sus entrañas, para saber qué pasó en realidad más allá de las mitificaciones”. El turno de ponencias del foro, titulado El rostro del bravo pueblo venezolano, --dedicado a abordar el tema de la independencia desde una perspectiva poco difundida en la historiografía tradicional, la de los grupos populares, con alto protagonismo en la independencia de Venezuela--, se abrió con la intervención de Lionel Muñoz, investigador adscrito al Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad Central de Venezuela. Muñoz situó con entusiasmo su relato diciendo que “hace 20 años, el interés por su pasado del venezolano de a pie era menor, pero se ha ido robusteciendo conforme se acercaba el Bicentenario”. Según la tesis de Lionel Muñoz, “la Historia cambia con los cambios y no hay historia sin cambios políticos. Como dijo Benedetto Croce, toda historia es contemporánea y ninguna es imparcial, es plural”. En rápido repaso, Muñoz sobrevoló los tiempos conservadores, liberales, ‘amarillos’, militares, civiles, sistemas de partidos, de entronizamiento de los andinos en la alternancia de gobierno. Muñoz realizó un erudito análisis para sintetizar que “todos esos aspectos y cambios transforman la manera que el pueblo tiene de acercarse a su historia y a sus ancestros. Por ejemplo, en cómo mirar o se interesa por los estudios coloniales. En las primeras décadas del siglo XX, tanto fascismo como marxismo coinciden en hablar de ‘las masas sin rostro’. Hoy, en cambio, el estudio de la historia hace posible hacer visibles a quienes fueron invisibles”. Y Muñoz cita dos ejemplos diáfanos que atañen a Venezuela: “El capitán Pedro Arévalo, del que apenas sabíamos nada, fundamental el 19 de abril de 1810, o el barbero Carlos Sánchez, miembro de la Sociedad Patriótica que combatió junto a Miranda. Hoy, reexaminamos y reestudiamos nuestro proceso de Independencia. Vivimos una democratización de la memoria nacional por demanda popular, que así lo exige. En Venezuela, tenemos revistas de historia que venden más de 120.000 ejemplares”.A Lionel Muñoz le siguió en el turno de ponencia el no menos interesante Javier Laviña, profesor titular de Historia de América de la Universidad de Barcelona, quien centró su reflexión en los tiempos de la Independencia y sus vaivenes, así como las posibles influencias europeas y las contradicciones generadas por el influjo de la Revolución Francesa. Para Laviña, “los negros esclavos venezolanos querían libertad y conocemos algunos movimientos de insurgencia. Picornell, Gual, las desavenencias entre diversos sectores… Constatamos que se cree en la libertad entre los libres, la igualdad entre los iguales y la fraternidad entre los hermanos, pero los blancos son blancos, los pardos son pardos y los negros son esclavos…”. Laviña recordó que “los motines de esclavos eran sofocados por los amos, que pagaban a las milicias para que los reprimieran. Los enfrentamientos de clase se llevaban a distintos niveles, por raza y por razones de libertad. Los patriotas sufrían derrota tras derrota al ser pocos y apenas un ejército formado por blancos. Cuando prometen la libertad para los alistados negros y la igualdad para los soldados pardos, cambia el escenario. Todo ello, claro, unido a la debilidad de la Corona española. Entonces, arriban las victorias del ejército patriota, llega Calabobos, 1820 con la declaración de Cúcuta y 1824 con el destrozo español de Ayacucho”. A Miquel Izard, sucesor en la palabra y de igual procedencia y rango universitario que Laviña, le tocó, por gusto, posicionarse en la heterodoxia. Él aportó otra visión de la colonización. En palabras textuales del profesor Izard, “de cómo la agresión uniformizadora destrozó la formidable, inacabable riqueza de las tierras americanas. Sus extraordinarios cultivos, culturas, gramáticas, fauna, arquitectura…”.  Izard desplegó un rico anecdotario dedicado a la ignorancia supina de los supremacistas europeos, tan convencidos de su razón: “La crueldad de los conquistadores no tuvo límites. Por suerte, el 85% del territorio no fue controlado por españoles o portugueses. Así, se crearon las sociedades cimarronas, mestizas, formadas por los huidos, exiliados, represaliados o gente con miedo al poder. Recuerdo que la Inquisición duró 300 años y generó un número de víctimas mayor a cualquiera de los regímenes más sanguinarios que hayamos conocido”.