“Dentro de pocas horas, una de las grandes incógnitas de la política latinoamericana se habrá aclarado y conoceremos el nombre del vencedor de las elecciones generales bolivianas y, tal vez, el del futuro presidente. Y digo tal vez porque sólo si uno de los candidatos obtiene la mitad más uno de los votos en juego podrá autoproclamarse presidente la misma noche de las elecciones. En caso contrario, algo bastante probable, serán las alianzas de los partidos las que determinarán en quién recae la presidencia. Hoy el dilema se encuentra entre Evo Morales, convertido cada vez más en un símbolo de la antiglobalización, y Tuto Quiroga, el gran valedor del neoliberalismo en Bolivia y el hombre de las transnacionales y la embajada norteamericana. Pero, desde la proximidad, las elecciones bolivianas se presentan cargadas de matices que es preciso analizar detenidamente...
Elecciones en Bolivia: los desposeídos levantan la voz (por Josep Maria Deop)
1- La supervivencia de la clase política tradicional
Después de las masacres de abril de 2000 (“Guerra del Agua” en Cochabamba) y de octubre de 2003 (“Guerra del Gas” en La Paz y El Alto) ya nada ha vuelto a ser lo mismo en un país dominado por unas estructuras sociales heredadas directamente de los tiempos coloniales. En pocos años el viejo sistema político se ha visto zarandeado por la irrupción en escena de las clases más marginadas, encabezadas por dos verdaderos “outsiders” de la política boliviana: Felipe Quispe, más conocido como el “Mallku”, y Evo Morales, bregado en la zona cocalera del Chapare y una auténtica “bestia negra” para las élites bolivianas. Con el paso de los años, el primero ha perdido buena parte de su carisma y lo tiene difícil para volver a repetir el exitoso papel de las elecciones del año 2002, mientras que el segundo ha sabido reunir a su alrededor los restos del naufragio de la vieja izquierda tradicional y al emergente movimiento indigenista, fuertemente arraigado en los valles y las selvas de Cochabamba. Si en algún momento pareció que el “Mallku” y Morales podrían construir una alianza con posibilidades, hoy esta opción es más lejana que nunca. Con todo, ambos comparten un mismo espíritu: el repudio del viejo sistema político y su voluntad de “refundar” el Estado boliviano.
Pero pese a las apariencias, la fuerza de los movimientos populares bolivianos es limitada o, por decirlo de otra manera, la capacidad de supervivencia de la vieja clase política parece ser ilimitada. A pesar del fuerte desgaste que supusieron las dimisiones de Gonzalo Sánchez de Lozada (después de una retahíla de muertos) y de Carlos Mesa, muchos de los diputados que integraban la coalición gobernante (MNR, NFR y MIR) se han integrado sin ningún tipo de problemas en los nuevos partidos creados para mirar de salir del paso: PODEMOS (Poder Democrático y Social), que recoge los restos del ADN del dictador Hugo Bánzer, y UNO (Unidad Nacional), que hace lo mismo con el MIR de Jaime Paz Zamora. El primero está encabezado por Tuto Quiroga, un hombre que gobernó el país durante unos meses después de la muerte de Hugo Bánzer, ya que había sido su vicepresidente durante cuatro años bajo el gobierno de ADN (un gobierno conocido como la “pegacoalición”, o sea, la coalición de los que sólo buscan un lugar donde colocarse, ya que en total, fueron cuatro los partidos que la integraron: la gobernante ADN, el MIR, la UCS y CONDEPA, dejando solo en “la oposición” al MNR). El segundo, liderado por Samuel Doria Medina, un histórico del MIR que ha roto con su formación de toda la vida, y que fue uno de los artífices del proceso de “capitalización” de los años 90, esto es, de la venta masiva de todas las empresas estatales (curiosamente, una de estas empresas, dedicada a la producción de cementos, es hoy propiedad suya y lo que le ha permitido convertirse en uno de los empresarios más ricos del país). Tanto el uno como el otro sobrevivirán a la crisis del viejo sistema político y habrán demostrado, una vez más, la inagotable capacidad de supervivencia de las élites latinoamericanas, a pesar de su imparable desprestigio social. De hecho, uno de ellos, Tuto Quiroga, tiene serias posibilidades de proclamarse presidente”.
2- El nuevo presidente, un indígena o un hombre de la élite blanca
Ésta es la disyuntiva básica que se le presenta a la población boliviana. Y no es una disyuntiva sencilla. El trasfondo de la disputa electoral es eminentemente étnico, que en Bolivia también quiere decir “de clase”. Evo Morales es indígena, de origen aimara, y eso significa que es heredero directo de siglos de humillaciones, vejaciones y explotaciones. Morales es más un símbolo que “un político al uso”, pero ha sido el verdadero catalizador del cansancio de la sociedad boliviana con el sistema político tradicional. De hecho, la izquierda tradicional boliviana –los restos de los antes poderosos Partido Comunista Boliviano y del sindicato Central Obrera Boliviana– ha podido renovar su discurso gracias a la alianza con el indigenismo de Evo Morales. La elección del candidato a vicepresidente, Álvaro García Linera, un intelectual blanco que había militado en el MRTK (Movimiento Revolucionario Tupaq Katari), ejemplifica el alcance de esta alianza entre el indigenismo de las poblaciones históricamente marginadas y las tesis socialistas y comunistas de las élites. La elección del nombre para el partido de Morales, MAS (Movimiento al Socialismo), es, en este sentido, bastante esclarecedora.
Conviene precisar, sin embargo, que al nacimiento de Morales como símbolo de los oprimidos también ha contribuido –¡y de qué manera!- la élite boliviana, que le ha convertido desde su elección como diputado en el objetivo de todos los ataques. Encarcelado, herido por la policía, llevado a los tribunales... Morales ha ido aguantando todas las embestidas de una forma que le ha catapultado al liderazgo de las fuerzas populares que querían transformar el sistema. En este proceso, Evo Morales se ha ganado el apoyo –sincero o forzado– de las viejas élites de la izquierda, que son conscientes de que sólo con él podrán acceder al poder.
El esfuerzo de los dos partidos tradicionales que suponen el principal obstáculo de Morales, PODEMOS y UNO, se centra en presentar a Morales como un hombre “poco preparado”, amigo de Fidel Castro y Hugo Chávez, e incapaz de “generar puestos de trabajo”. Y es un esfuerzo que, probablemente, dé sus frutos el día 18. El apoyo directo que la candidatura de Quiroga está recibiendo de las grandes fortunas del país –vinculadas directamente a las transnacionales que explotan los recursos naturales y a la embajada norteamericana– se traduce en campañas masivas en la televisión, la prensa y la radio. La presencia mediática de las candidaturas de Quiroga y Doria Medina es muy superior a la de Morales, que, por expresarlo gráficamente, lucha con unos medios “más artesanales”.
Y si bien es cierto que Doria Medina ha negado constantemente que vaya a pactar con ninguno de sus principales adversarios, parece evidente que se trata de una simple estrategia electoral dirigida a recoger los votos de todos aquellos bolivianos –y no son pocos– que no desean un país polarizado. Es una estrategia que puede resultar efectiva y, a la vez, demoledora, para las aspiraciones del MAS, porque, si las cosas no cambian mucho, Doria Medina será quién otorgue la presidencia a Quiroga.
Para que Evo Morales alcanzase la presidencia tendría que obtener el 51% de los votos, una cifra bastante improbable. En cambio, Tuto Quiroga tendría bastante con un resultado digno –un 30 o 35%– para aliarse con Doria Medina –entre un 10 y el 15%– y proclamarse presidente. La presencia de otros partidos sería meramente testimonial, como la del MNR, que ha decidido “suicidarse” en estas elecciones esperando tiempos mejores (sus dos grandes líderes, Sánchez Berzaín y Sánchez de Lozada, huyeron a los Estados Unidos después de la “Guerra del Gas”), pero lo que es evidente es que el MAS no tendrá ningún aliado natural en el Parlamento (en todo caso, los tres o cuatro diputados que pueda obtener el MIP –Movimiento Indígena Pachakuti– de Felipe Quispe, pero ni eso parece seguro)
Vistas así las cosas, todo parece indicar que Tuto Quiroga será el nuevo presidente de Bolivia, si bien no será el candidato más votado. Es probable que la misma noche de las elecciones Evo Morales celebre su victoria –con un 40 o 45% de los votos- y haga un llamamiento a respetar la decisión del pueblo boliviano, pero paralelamente, Quiroga insistirá en que –con la ley en la mano– será el Parlamento quién decida el nuevo presidente, lo cual daría paso a la alianza PODEMOS-UNO. La incógnita se encuentra en saber cómo reaccionará el MAS, a lo que probablemente se vivirá como un nuevo robo de las élites a la voluntad soberana del pueblo. No es fácil predecirlo, pero es evidente que ambos bandos se acusarán mutuamente de no respetar las normas democráticas y de conducir el país al abismo.
3.- La propiedad de los recursos naturales
La importancia de las elecciones bolivianas viene determinada por las inmensas reservas de hidrocarburos que, en los últimos años, se han encontrado en las tierras del sur y el este (justamente las que quedaron fuera de la explotación colonial y que históricamente habían sido olvidadas por las élites de La Paz y Sucre, concentradas en la explotación de unas minas que, hoy, se han agotado prácticamente).
La preocupación del gobierno norteamericano por la posible ascensión de Evo Morales al poder no se debe tanto a su simpatía por Hugo Chávez como por que pueda incrementar los impuestos que pagan las grandes transnacionales que operan en el país. El gas boliviano, que según los proyectos de Tuto Quiroga tendría que viajar directo a Chile y después a California, es el principal objetivo, pero tampoco es preciso olvidar las prospecciones de petróleo (Repsol es la propietaria de la antigua compañía estatal YPFB) y las “posibilidades” que, para las grandes transnacionales de la alimentación, ofrecen las tierras de las llanuras orientales como escenario de monocultivos transgénicos -como la soja o el aceite- y para la ganadería intensiva.
Estas tierras se encuentran en manos de las élites de Santa Cruz –muchas de ellas descendientes de croatas y serbios llegados durante el siglo XX y, por lo tanto, poco relacionados con las élites de La Paz y Sucre-, que son las que han impulsado un movimiento autonomista que flirtea con una posible independencia de las tierras orientales. La falsa dicotomía que plantean es: “el occidente es salvaje e indómito, es la miseria y la pobreza; nosotros somos el polo del desarrollo, del espejo europeo, de las chicas bonitas (y bonito, en Bolivia significa “blanco”) y del progreso”. Una dicotomía, está claro, que no resistiría ningún mínimo análisis histórico o económico, pero que tiene su eficacia en el imaginario colectivo, como se verá en las elecciones del día 18.
Con todo, es preciso tener en cuenta que Evo Morales ha insistido una y otra vez que él no expropiará las compañías extranjeras y que mirará de alcanzar un pacto que permita dejar más dinero en el país (dinero con el que, sin duda, pondría en marcha programas de educación y sanidad al estilo venezolano). Algunos de los candidatos de Morales, como el postulado a prefecto de Cochabamba, Jorge Alvarado, incluso han trabajado para estas compañías (Repsol) y saben perfectamente que una expropiación masiva los conduciría al aislamiento internacional y a una desestabilización que ninguno de ellos desea. Si el el partido de Evo Morales, el Movimiento al Socialismo (MAS) llegase a la presidencia, necesitaría el dinero de los hidrocarburos para poner en marcha sus programas sociales –que serían exigidos con impaciencia por la población–y eso le llevaría, forzosamente, a pactar con las empresas transnacionales. Pero eso, está claro, sólo pasará si Morales consigue el próximo domingo el 51% de los votos.
4.- Las prefecturas. El día 18 de diciembre Bolivia no sólo escogerá un nuevo presidente, sino que cada departamento del país (hay nueve) tendrá que votar a su prefecto, un cargo que podría equivaler al de los presidentes autonómicos españoles. Serán las primeras elecciones para este cargo y, en realidad, han sido aceptadas de buen grado por la élite boliviana no porque haya una sincera voluntad de descentralizar la administración del Estado, sino porque les suponen un tipo de as bajo la manga.
El MAS de Evo Morales será sin duda el partido más votado en las elecciones generales y quien tendrá más diputados en el Parlamento, pero es casi seguro que no obtendrá ni una sola de las nueve prefecturas en juego, ni tan solo a su bastión de Cochabamba, en el centro del país. Eso se explica por el gran poder de atracción que tienen algunas figuras locales que provienen de la vieja clase política y que –aparentemente rompiendo con el pasado- han hecho auténticos juegos malabares para presentarse en las elecciones con la “cara limpia”. Los casos más extremos son los de los más que probables prefectos de los departamentos de La Paz y Cochabamba: José Luis Paredes, ex-alcalde de El Alto y ahora candidato de Tuto Quiroga; y Manfred Reyes Villa, ex-alcalde de Cochabamba y socio de gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada durante la “Guerra del Gas”. Reyes Villa ha roto con la formación que le catapultó a la coalición de gobierno, el NFR, y ha creado un nuevo partido, el AUN (Alianza por la Unidad Nacional), un nombre que parece más un sarcasmo que antes que una honesta elección de siglas.
El caso de Santa Cruz, otro de los departamentos más poblados del país y una de las zonas donde el MAS tiene menos fuerza también es sintomático. El candidato a prefecto es Rubén Costas, un hombre que ha encabezado masivas manifestaciones en favor de la autonomía de las regiones orientales (manifestaciones que juegan con el fantasma de una emancipación definitiva) y que disimula bien poco su racismo visceral. Otros departamentos, como Tarija, con enormes reservas de gas natural, quedarán controlados por hombres del MNR (Mario Cossío) o relacionados directa o indirectamente con la antigua ADN del general Bánzer (reciclados en el PODEMOS de Quiroga), como pasará en Beni o Pando, en las selvas del norte del país.
Parece claro, pues, que en el supuesto de que Evo Morales alcanzase la presidencia la misma noche del 18, las diferentes prefecturas del país continuarían en manos de las viejas élites, que con la cara más o menos lavada, continuarían ejerciendo su capacidad de bloqueo político y económico. En el mejor de los casos, Evo Morales tendrá que contar con una disputa constante de competencias con las prefecturas, que rápidamente se convertirán en el bastión desde donde practicar una oposición destructiva, desobedeciendo las instrucciones del gobierno de La Paz y atribuyéndose competencias no cedidas.
5.- Estados Unidos.
Hablar de Latinoamérica y no hacerlo de los Estados Unidos es como hablar del océano y no tener en cuenta las tormentas. Los Estados Unidos han asumido desde la Doctrina Monroe un papel tutelar en la región, que se ha traducido en constantes ingerencias, invasiones, golpes de Estado y múltiples maniobras destinadas a colocar sus piezas en los puestos clave del poder.
Es evidente que el candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), Evo Morales, carece de la estimación personal del presidente norteamericano George Bush. Según la división del mundo en “buenos y malos” que últimamente hace la administración republicana de la primera potencia del planeta, Morales sería una especie de bandido cocainómano y comunista que estaría levantando a los bárbaros indígenas contra el orden y la moral representadas por el candidato del Partido Democrático y Social (PODEMOS), Jorge Tuto Quiroga, y su compañera en estas elecciones, la candidata a vicepresidenta María René Duchén, una periodista blanca que menosprecia públicamente el acto de masticar la coca. Una costumbre que practican millones de indígenas y mestizos ( el akulliku) y que en muchos casos es una verdadera reivindicación identitaria (como cuando lo practicaban los diputados del MAS y del MIP en el Parlamento boliviano, lo que hacía poner los pelos de punta a los diputados “tradicionales”).
No parece probable, sin embargo, que los Estados Unidos estén dispuestos a orquestar un nuevo golpe de Estado en la región después del caos provocado en Venezuela, aunque es evidente que hay planes para hacerlo. Así, si Morales obtuviese la victoria en votos –pero no directamente la presidencia– e insistiese en su voluntad de formar gobierno, los Estados Unidos insistirían en la vieja canción del respeto del juego democrático y de las instituciones, o sea, de la más que posible alianza PODEMOS-UNO.
Tuto Quiroga es un hombre de los Estados Unidos, como lo era el expresidente Sánchez de Lozada, quien, por cierto, hoy vive en Washington y sobre el que hay planteado en Bolivia un “juicio de responsabilidades”, eufemismo referido a la acusación directa contra su persona por la masacre de la “Guerra del Gas”. Así, si la situación al país se volviese caótica y conflictiva, los Estados Unidos mirarían de impulsar una intervención militar bajo el auspicio de la ONU que, en teoría, serviría para restituir “la normalidad democrática” (léase Quiroga) pero, sobre todo, para alejar a Morales y los suyos del poder. La posibilidad de que un gobierno socialista e indígena alcance el poder en Bolivia no se plantea, hoy por hoy, en los despachos de Washington. La administración norteamericana sólo está midiendo cuidadosamente las consecuencias. No estamos en los años 70, pero hay otras vías para imponer el “nuevo orden global”, como bien saben en Irak.
Cochabamba, Bolivia, diciembre de 2005
Por Josep Maria Deop, periodista, antropólogo y miembro del Comité de Solidaridad con los Pueblos Indígenas de América.