(Entrevista publicada el 23/05/2008) Karoline Mayer, más conocida como “la Madre Teresa de América Latina”, empezó a trabajar en los barrios marginales de Santiago de Chile hace justo 40 años. El apoyo personal del presidente Allende permitió a esta monja convertir un asentamiento marginal conocido con el nombre de ‘Angela Davis’ en un núcleo emblemático que llegó a contar con 10.000 habitantes, donde surgió una sociedad enraizada en la Teología de la Liberación. Mayer ha presentado en Casa Amèrica Catalunya el libro “El secreto siempre es el amor” (Plataforma Editorial, 2008), que recoge su experiencia en Chile y toda una vida dedicada a la lucha contra la pobreza –o, tal como ella especifica en la siguiente conversación, contra “las causas de la pobreza”.
Karoline Mayer, misionera contra la pobreza en Chile: “Sin justicia social siempre habrá pobreza”
¿Cómo se siente cuando la llaman “Madre Teresa de América Latina”? Me molesta un poco, la verdad. Estuve en la India con la Madre Teresa y es cierto que tenemos algunas cosas en común, como la formación religiosa o el querer consagrar la vida a Dios. Pero yo estoy dentro de la corriente de la Teología de la Liberación y la Madre Teresa, si algo evitó, fue meterse en política. Yo no me meto en política partidista, pero sí hablo de cambios estructurales. Pero la Madre Teresa también trabajaba al lado de los pobres... Creo que la Madre Teresa no tuvo oportunidad de acercarse a ciertos problemas del mundo, como por ejemplo los derechos de la mujer. Para ella, las mujeres debían tener todos los hijos que Dios les mandara. Pero en América Latina, estando cerca de la gente, te das cuenta de que Dios no quiere a una mujer con 21 hijos viviendo en la pobreza total. Yo no tengo nada en contra de que algunos tengan mucho, pero sí estoy en contra de la forma en que acumulan la riqueza, y siento que debo apelar a la justicia social como parte de mi mensaje teológico. Esto me diferencia de la Madre Teresa, aunque la admiro mucho por haber sido consecuente hasta el final. Ella venía de un tiempo pre-conciliar y trabajó en un entorno oriental, donde la religión cristiana juega un rol muy diferente del que juega en América Latina.¿Cuál es entonces el rol de la religión cristiana en América Latina?Nosotros, en América Latina, hemos vivido la inserción con los pobres, es decir, que la Iglesia viva en medio de los pobres y comparta la vida con ellos. Eso ha sido un inmenso regalo para mi propia vida. Solamente estando cerca del pobre, hombro contra hombro, conociendo profundamente su vida, uno puede trabajar para que ellos tomen su vida en sus manos y sean autónomos, sin hacerlos dependientes de nuestra ayuda. América Latina, con la Teología de la Liberación, tiene la gran riqueza de haber aprendido a querer dar a todos los hijos de Dios una dignidad que la historia exige: somos todos hermanos, con igual dignidad. Si uno recibe limosna o ayuda, vive en la dependencia. La mejor forma de servir y de ayudar es que el otro reciba los medios para que pueda ayudarse a sí mismo. ¿Cree que la pobreza es todavía el problema más grave de América Latina? Una cosa es la pobreza en sí, pero el verdadero problema son las causas de la pobreza, es la falta de voluntad para que haya justicia social. Chile, por ejemplo, no debería tener pobreza. La palabra de Jesús dice que siempre habrá pobres, que siempre se puede caer en la pobreza, y eso lo entiendo, porque nacer en desigualdad es normal. Pero el no acceder a las mismas oportunidades que un país ofrece es un problema estructural que se puede cambiar. ¿Y cómo se puede cambiar la pobreza estructural? La pobreza estructural, en la situación de Chile, es superable a través de la educación o a través de una regulación de las políticas económicas para que el pueblo crezca en equidad y para que los que nazcan en la pobreza tengan las mismas oportunidades en la vida. La educación sería uno de los grandes medios para superar la pobreza en América Latina, pero es necesario que se invierta en una educación para todos. Yo tengo muchos amigos que llevan a sus hijos a colegios privados y que pagan hasta 500€ mensuales por hijo, porque esto los sitúa en una élite que crea redes de pertenencia y de apoyo para toda la vida. Es decir, no sólo invierten en educación, sino que invierten en un modelo de sociedad. Esta es una de las causas de pobreza, porque los que no puedan pagar por la educación no van a poder salir nunca de ella. Yo no tengo nada en contra de los ricos, pero deben permitir que los otros, sus hermanos, tengan lo mismo. Si el país invirtiera en la educación de los pobres, la situación cambiaría al 100%.¿Cómo ve el futuro más inmediato? ¿Es optimista? ¡Claro que soy optimista! En Chile he vivido momentos muy difíciles. Cuando llegué, hace 40 años, se vivía una situación política privilegiada. Por primera vez había un gobierno demócrata-cristiano con principios socialistas: hubo la nacionalización del cobre, la reforma de la educación, de la salud, la reforma agraria... Fueron años de mucho trabajo, con figuras como el padre Alberto Hurtado, un gran predicador social que después fue tildado de comunista y se exilió en España. Después llegó la primavera de Allende, que duró menos de tres años, para después caer en un largo invierno para el pueblo, donde no sólo murieron miles de personas, con cientos de miles de detenidos y exiliados, sino que se implantó un sistema que nos llevó 50 años atrás, perdiendo todas las conquistas sociales que se habían conseguido. El pueblo tuvo que luchar para recuperar la democracia y logramos una transición bastante pacífica, aunque sin exigir los cuidados para incorporar el dolor de los que más habían sufrido. En algún momento pensé que Chile estaba perdiendo la oportunidad de trabajar esta historia penosa, y un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro. Pero todavía no es tarde y ya estamos trabajando en ello. ¿Y en cuanto a justicia social?Chile, igual que todo el mundo, está marcado por este modelo neoliberal capitalista que se ha impuesto. Se ha expropiado a mucha gente y el modelo que se ha instalado es ‘tremendamente exitoso’: Chile se ve como un milagro de crecimiento económico, y varios de los países vecinos nos imitan. Esto es muy peligroso. Pero con una mujer socialista como Michelle Bachelet como presidenta del país –primero, por ser mujer, pero también por ser una mujer torturada, exiliada, con su padre asesinado por la dictadura y con su madre torturada también– tengo mucha esperanza.