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05/03/2010 / Barcelona

“La épica mediática” de Hugo Chávez, por Alberto Barrera Tyszka (1)

El escritor y analista venezolano Alberto Barrera Tyszka fue uno de los referentes en la segunda jornada del ciclo “Presidente Presenta”, dedicado a la figura de Hugo Chávez. Por su valor, reproducimos a continuación, de manera íntegra y en dos entregas, la conferencia pronunciada por Barrera en Casa Amèrica Catalunya en la que analiza la figura ‘televisiva’ de Chávez y la utilización del medio que realiza el político venezolano de manera nada ingenua. Éste es el texto íntegro de la ponencia de Barcelona.

“Un sábado en la tarde logré ver al Monstruo de la Laguna Negra. Ocurrió hace mucho tiempo. Yo era un renacuajo, todavía no alcanzaba los 10 años de edad.  Todo aconteció tal cual había sido anunciado. En la sala de mi casa, en vivo y en directo, en blanco y negro. Ahí, en el programa del canal 2 o del canal 4, ya no recuerdo, apareció un sujeto enorme, envuelto en telas negras, lleno de yerbas y otras porquerías. Alzaba los brazos. Mugía. Daba pasos mareados. Como una momia confundida. Mi madre apagó el televisor de un manotazo. Me dijo “idiota” o “pendejo”, o quizás ambas cosas, al tiempo que reclamaba la obviedad de estar frente a un truco barato, a un hombre disfrazado, a otro sketch de lo que, ya en ese entonces, podía considerarse telebasura.Son un clásico de la identidad venezolana, y en muchos casos también latinoamericana. Espectáculos maratónicos que suelen gastar las tardes y las noches de los sábados o de los domingos presentando diversas atracciones, números musicales, segmentos de humor…En buena medida, en esos se expresa, se explaya, esa “dictadura del gusto” –como diría Carlos Monsiváis- que todavía se empeña en mostrarnos, desde la pantalla, qué es lo divertido y qué es lo aburrido; cómo debemos entretenernos.   El más duradero y exitoso de estos programas, en Venezuela, se llama “Sábado Sensacional”. Hoy en día, en sus transmisiones, se puede ver a parejas de la vida real que, en un monumento a la cursilería exprés, se reconcilian, se comprometen y se casan en el mismo estudio. También hay muchachas pobres que por obra y gracia del maquillaje televisivo logran ser fugazmente reinas de belleza. O se puede disfrutar de concursos musicales donde la honestidad vocal de los participantes se enfrenta a un jurado compuesto por un hombre disfrazado de chacal, un hombre disfrazado de mujer y un hombre disfrazado del cantante mexicano Juan Gabriel. Traigo a colación este retrato porque nos permite ubicar mejor una anécdota que me resulta particularmente reveladora. Hace años, más de 20, en una noche de sábado se realizaba un programa especial en la ciudad de Maracaibo. Era la elección de una reina de belleza regional, o de las ferias de la zona. El animador, con la voz engolada y haciendo gala de un asombroso festival de clichés, de pronto anunció, con teatral emoción, que había un regalo “sensacional” por supuesto para la recién coronada miss. Y señaló el cielo. Todos los presentes voltearon hacia arriba. Las cámaras,  las luces, y hasta los televidentes, de seguro, también voltearon hacia arriba. Desde las sombras del firmamento, descendieron entonces unos resplandores irregulares que terminaron posándose cerca del escenario. Eran varios paracaidistas de las Fuerzas Armadas Nacionales que traían flores para la nueva Miss. Uno de esos soldados era Hugo Chávez Frías.  Esta escena contrasta un poco con la imagen de sí mismo que ahora se promueve del Presidente de Venezuela. Por lo menos, sorprende, desconcierta. Supuestamente, en ese tiempo, Hugo Chávez estaba conspirando a la sombra dentro del ejército, intentaba fraguar de manera clandestina una movimiento revolucionario. Pero hay poco de ese heroísmo y de esa izquierda en esta noche de “Sábado Sensacional”. Es un espectáculo que está más cerca de Boris Izaguirre que de Fidel Castro…¿Cómo puede explicarse esta participación televisiva? ¿Quién es, en realidad, este hombre, capaz de, en un mismo bloque y sin cortes a comerciales, reconocerse marxista, invocar a Jesucristo, echar dos chistes, declarar una guerra y cantar una canción ranchera?Hugo Chávez es el primer Presidente venezolano nacido en la época de la televisión. A diferencia de sus antecesores, cuando él nació, ya la televisión estaba ahí. Uno de sus amigos de infancia rememora cómo los niños del pueblo se asomaban a mirar la caja de luz que tenía una de las familias ricas del pueblo. En una entrevista a la Revista Chilena “Qué pasa”,  afirmó que de niño, mientras todos sus compañeritos querían ser como Superman, él deseaba ser como Simón Bolívar. Probablemente esto también forma parte de ese nuevo pasado legendario que ahora, desde el poder, necesita reinventarse, pero lo que me parece importante en este momento es la comparación: la mención a Superman. Eso también habla del espacio referencial que dominó su niñez, una infancia pobre, en un pueblo rural de los llanos venezolanos, hasta donde, sin embargo, también llegaron los íconos del comic.  Ahí también respira nuestra historia petrolera, controlada bajo la gerencia cultural norteamericana. Según esta versión de su propia memoria, el niño Chávez entendía desde muy temprano que Simón Bolívar estaba en la misma legión de súper héroes que usan capa y tienen vocación de salvadores de planetas.  A este contexto, que establece un evidente diálogo con lo mediático, podríamos sumarle algunos gramos, al menos, de afán personal. Desde muy temprano, también, Hugo Chávez parece mostrar una ambición enorme, un interés por convertirse en una celebridad.  Hay un dato interesante en su diario personal. Chávez recién acaba de ingresar en la Academia Militar. Es un cadete al que le toca participar en el desfile de transmisión de mando del nuevo Presidente de la República. El 13 de marzo de 1974, el joven escribe: “Por la noche, después que apagué las luces, fui a ver la retransmisión del desfile por TV. Me fijé mucho en cómo pasé ante la tribuna ¿Me verían en mi casa?”. Pero el 4 de febrero de 1992, toda Venezuela sí lo pudo ver por televisión.  Esa madrugada, Hugo Chávez, junto a otros militares, intenta dar un golpe de Estado en contra del Presidente Carlos Andrés Pérez. Aunque sus compañeros de armas logran conquistar sus objetivos en diferentes lugares del país, Chávez fracasa en Caracas y, al final, aparece unos segundos en la televisión llamando a los otros golpistas a deponer las armas, a rendirse.  Ese instante, esos segundos en la tele, le dieron la vuelta a la historia y convirtieron una derrota militar en una victoria política. Si alguien está obligado a tener una hiper conciencia de la importancia de los medios de comunicación es Hugo Chávez. El 4 de febrero del 92  fue tocado por el dios rating. El rechazo de los venezolanos a los partidos políticos tradicionales, sumado a la ceguera de una élite incapaz de leer los mensajes de la  pobreza en que vivía la mayoría del país, construyeron el escenario ideal para que un soldado comenzara a convertirse en ídolo. Gracias a la televisión, una chapuza militar tuvo éxito y una nueva lógica política se inauguró en el país: fracasando se puedes ser famoso y llegar, incluso, a ser Presidente. El general retirado Alberto Muller Rojas, quien actualmente ocupa altos puestos dentro de la estructura de poder y quien fue, en 1998, el jefe de la campaña electoral que llevó a Chávez a la presidencia, lo dijo de manera jocosa pero convocando a más de alguna perplejidad: “Chávez equivocó definitivamente su profesión. El hubiera sido un comunicador de primer orden. Aquí en el mundo de la tv, del cine, no hay un tipo como él”.  Tal vez, en ese momento, Muller Rojas todavía no había vislumbrado que estábamos entrando, más bien, en un proceso inverso, que Chávez no había equivocado su profesión. Por el contrario.  Más bien era la expresión más perfecta de un país que estaba convirtiendo la política en un género televisivo.  +++++IMÁGENES+++http://www.youtube.com/watch?v=b4VtvsGVXeYhttp://www.youtube.com/watch?v=K8kIP5BsSPg He tomado de manera deliberada tres secuencias que pertenecen a tres momentos distintos del programa dominical “Aló, Presidente”.  El primero fue en el 2002, en medio de días de una gran tensión, con grandes manifestaciones populares, situación que aprovechó una élite para dar un golpe de Estado en contra de Hugo Chávez. El segundo ocurre en medio de una de las relaciones conflictivas que ha mantenido nuestro gobierno con el gobierno de Colombia, en 2008. Y el tercero es muy reciente. Sucedió, en el centro de Caracas, en el inicio de un programa de hace un mes. Más allá del debate ideológico, político o legal que podría darse a propósito de estas situaciones concretas, lo que me interesa es la evidencia del ejercicio ejecutivo, de la gerencia pública, como un espectáculo mediático. Se trata de un despido a unos funcionarios de la empresa estatal de petróleos. Se trata de un decreto de guerra contra un país vecino. Se trata de la confiscación de un bien privado que dejó sin trabajo a 2000 personas…Pero estas acciones no se producen como una comunicación gubernamental, no se dan en rueda de prensa,  no son la expresión de un aviso oficial, sino que permanecen en el espacio del show personal, de la supuesta rutina de lo imprevisto, dentro del performance individual de Hugo Chávez.   Del lado de la oposición, también parece imposible entender la función política desligada de lo mediático, con enorme fuerza, sobre todo, en la televisión. Primero RCTV, canal al que no le fue renovada la concesión en el año 2007, y después Globovisión, canal de noticias que ha mantenido álgidas tensiones con el gobierno, se trabucaron en protagonistas de la agenda política, generando a veces tensiones internas al pretender imponer incluso sus intereses y criterios sobre los partidos.       Por supuesto que esta situación –que algunos han bautizado como “mediocracia o videocracia”- no es nueva ni tiene su origen en este gobierno. Forma parte de una vieja historia que se remonta también a los 40 años de democracia que tuvimos en Venezuela a finales del siglo XX. Paradójicamente, los medios de comunicación, tan castigados ahora, fueron los primeros en promover en el país la antipolítica. Ante el fracaso de los partidos y la debilidad institucional, se alzaron como jueces, como conciencia nacional, como protagonistas de un nuevo orden. Chávez no sólo encarnó perfectamente esta propuesta, fue casi su consecuencia natural. Pero no pudieron controlarlo. Tenía un proyecto propio, una voluntad de poder mucho mayor. Las élites lo subestimaron. Pensaron que era un militarote chambón, sin proyecto de país, al que podrían someter. Los años han demostrado que nuevamente se equivocaron, que no supieron leer la realidad.  Desde muy temprano, Chávez expresó su antagonismo con los Medios. Ya en el 2001, declaró que su enfrentamiento con los medios era parte de un “choque histórico de fuerzas”, que los medios eran per se “enemigos de la revolución”.La idea de crear un “Estado comunicador”, entonces, está presente desde el inicio del proyecto del gobierno bolivariano. Y en este plan, obviamente, el protagonista principal es Hugo Chávez. Tiene un talento impresionante y un ansia sin límites. Tiene, además, todo un aparato dispuesto para su promoción personal. No hay diferencia entre publicitar su persona y publicitar su proyecto: él es la revolución, él es el pueblo…El personalismo, el culto al líder, encuentra en el exceso mediático otro sentido. La acumulación de poder siempre puede ser mal vista, la acumulación de rating, no. Es la naturaleza misma del éxito. No tiene culpables”.