Por suerte, la semana de actividades culturales programada por Casa Amèrica Catalunya bajo el título Crónicas de los Bicentenarios no se trató de un evento deportivo de carácter competitivo. De serlo, José Pablo Feinmann, el filósofo y escritor argentino, hubiera aburrido a sus competidores de buenas a primeras hasta hacerles pensar en la retirada. Como dijo él, de suplente de Skármeta, salió a la cancha sin calentar y casi bate el récord mundial… Sabio, socarrón, enciclopédico, único, peculiar, ilustrado, especial, irreverente, desatado y unos cuantos adjetivos admirativos más definirían sus 25 minutos de intervención resumiendo 200 años de historia latinoamericana. O como sentenció Antoni Travería, el público presente gozó con un “Feinmann en estado puro”.
Mayo (13): Feinmann puso el listón intelectual de los Bicentenarios a una altura de campeonato
Ya saben la desdicha: El volcán de Islandia trastocó los planes viajeros de Antonio Skármeta y Casa Amèrica Catalunya recurrió a José Pablo Feinmann, ese peronista renovador ya renegado de su fe, viejo amigo de nuestra casa, guía espiritual de Argentina desde su columna semanal en la contraportada del diario progresista Página 12 y que acaba de ultimar la ingente tarea de resumir la historia del justicialismo –además, por fascículos--, en dos tomos y 2.000 páginas. Su libro número 32, por cierto. Y añadan al guiso personal que lo sabe todo de filosofía, su devoción primera. Eso es: Feinmann, al natural. Cerebro en ebullición y, de inicio, como los speakers americanos, chiste ocurrente para ganarse ya a la audiencia. La ocurrencia tenía miga: “Me gusta esto de sentirme como un jugador suplente que salta del banquillo a la cancha. Y me agrada aún más porque el titular era Skármeta. Lo siento, señores, no tengo ninguno de sus encantos. En todo caso, tengo los míos. En el año 39, Clark Gable ya decía algo de los Bicentenarios en ‘Lo que el viento se llevó’…”. Pausa con la audiencia atónita. Respiro de Feinmann y al ataque. Quien no le conociera aún, preparado para la acometida: “En una reunión de los negociantes sureños de tabaco y algodón, su personaje de Red Butler decía arrogante ‘¿para qué necesitamos el ferrocarril y los impuestos?’. No entendieron la modernidad, el comercio y el sentido de mercado que traían desde el bando del Norte. El Sur perdió la guerra, está claro”. Salto en la extrapolación metafórica y boca abierta por la gráfica reflexión, tan pedagógica: “Llevado el ejemplo a nuestras tierras, en los países latinos se impusieron las oligarquías criollas ociosas, con economías de monocultivo al servicio de Gran Bretaña, su gran comprador, esa superpotencia del momento que derrota el sueño panamericano de Simón Bolívar. El proyecto de los países independentistas fue salir de la órbita española, pero no construyeron su propio camino”. Citas a Marx, Hegel, Lenin, incluso a Josif Stalin… y reivindicación sui generis del concepto ‘Descubrimiento”. Para Feinmann, “me parece del todo correcto. Al fin y al cabo, el capitalismo europeo descubrió las materias primas y se llevó cuanto pudo de allí. Para su desgracia, fueron más consumidas que invertidas”.Y las Revoluciones de América Latina surgieron con ‘pecado original’: “Todas creyeron que debían ser jacobinas, importadas copiando a la francesa. Sólo me remito a mi país. En Argentina, Mariano Moreno quería ser Robespierre y si estudias los papeles representados por sus adláteres, cada uno copia a otro del final del siglo XVIII galo. Las revoluciones latinoamericanas resultaron un intento de entrar en la nueva modernidad del resto de Europa –ahora que cumplimos el Bicentenario--, y desligarse de lo arcaico representado por España, nada dispuesta a ceder y dialogar. La Historia, de todos modos, ha demostrado que la racionalidad cartesiana no llevaba a ninguna parte. Eso lo sabemos y podemos decir ahora, aunque esa fue la idea de las oligarquías locales, que, por ejemplo, aniquilaron a los indígenas, en un genocidio aún peor al cometido por los conquistadores de 300 años antes”. Ningún atisbo de provocación en las palabras de Feinmann. Sólo lectura y reflexión, seguido por un salto adelante en el tiempo para situarse en la contemporaneidad: “Hoy, la burguesía enterró al proletariado por la vía de la marginación, el vértigo financiero y la revolución de los medios de comunicación en las nuevas tecnologías. Nos colonizan por el poder de los medios, que crean al sujeto pasivo, que ya deja de cuestionar los mensajes, va cansado por la vida, consume y duerme tras deglutir mass-media de carácter sumamente grosero”. Y otra perla más: “El único símbolo es el culo, el gran valor de la estupidización. Para que no digan que los argentinos no citamos a nadie, citaré a Foucault: ‘La cuestión es sujetar al sujeto’. O como digo yo: Nos van a entretener gozando. ¿Cuáles son los caminos de futuro esperanzadores para América Latina?. Apagar la tele y pensar”. Antes de recoger una larga, sonora y bien ganada ovación, José Pablo Feinmann se despidió con un apetitoso corolario: “En el 56, en una de las caídas de Juan Domingo Perón, descubrieron una pintada sensacional, aún existente, en paraje remoto, al que tengo ganas de desplazarme. La pintada decía así: ‘Los rusos, los yanquis y las potencias reconocen a la revolución libertadora. Villa Manuelita, no’”. Y todos a aplaudir. No había para menos tras la exhibición del filósofo Feinmann.