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15/05/2006 / Barcelona

Serie “Colombia y el periodismo” por Bernardo Gutiérrez, periodista de Medios para la Paz: “Colombia, muchas realidades en un solo cuerpo” (II)

"En una observación más detenida, la imagen de Colombia se transforma, en lugar de la de un país con una unidad económica y social, en la de varios países, en varios entornos sociales, históricos, económicos, e incluso raciales. Colombia es en realidad muchos países. Y esta característica, que la mayoría de nuestras clases dirigentes no reconoce sino parcialmente, que es algo que no ha identificado nunca en su complejidad e importancia, salvo a un nivel anecdótico y cuasi paternalista, produce entonces un escenario seguro para que los actos de poder de estas clases dirigentes, e incluso sus buenas intenciones, que también a veces las tienen, se pierdan en un mar de desorientación, inefectividad y corrupción". (En la imagen, Gloria Ortega, directora de Medios para la Paz (MPP) y Bernardo Gutiérrez, en los estudios de Radio Nacional de España en Barcelona donde fueron entrevistados con motivo de la concesión a MPP del Premio Internacional Catalunya a la Libertad de Expresión)

"En una observación más detenida, la imagen de Colombia se transforma, en lugar de la de un país con una unidad económica y social, en la de varios países, en varios entornos sociales, históricos, económicos, e incluso raciales. Colombia es en realidad muchos países. Y esta característica, que la mayoría de nuestras clases dirigentes no reconoce sino parcialmente, que es algo que no ha identificado nunca en su complejidad e importancia, salvo a un nivel anecdótico y cuasi paternalista, produce entonces un escenario seguro para que los actos de poder de estas clases dirigentes, e incluso sus buenas intenciones, que también a veces las tienen, se pierdan en un mar de desorientación, inefectividad y corrupción.

Colombia, históricamente, durante la colonia y durante estos últimos doscientos años de republicanismo, ha sido regida desde el altiplano, asiento de Bogotá, a 2.600 metros de altura, en donde la presión de oxígeno es menor que la que hay al nivel del mar (y no sabemos si esta característica afecta el funcionamiento de las neuronas del cerebro de los políticos), y a centenares de kilómetros de la costa marítima más cercana. En una primera fase de su historia, durante los tres siglos de la colonia española, fue regida por funcionarios enviados desde la lejana España, y a partir del inicio del S. XIX ha sido gobernada por criollos herederos del derrotado poder español.

No hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para comprender qué clase de mentalidad se formaba en esa capital llamada Santa Fe de Bogotá, situada en un aislado y lejano altiplano, rodeada de inmensas montañas, lejos del mar y de los puertos, y por consiguiente lejos de una visión imaginada en donde el mundo sería más grande que lo que se veía en sus calles empedradas y polvorientas y en las haciendas cercanas.
En esta capital, el clero y las reducidas clases de propietarios y gobernantes rumiaban en su soledad provinciana teorías de la sociedad y del poder que proyectaban –a veces ilusoriamente-- sobre vastas regiones de la antigua Gran Colombia, república que en un momento de su primer siglo de vida llegó a ser tres veces la extensión de España, y que en pocas décadas perdió casi una tercera parte de su territorio original, precisamente por la inacción y la indiferencia de los dirigentes criollos que vivían aislados en ese presuntuoso altiplano, sin darse cuenta de la grandeza ni de la complejidad del territorio heredado de la dominación española.

Incluso ahora, a pesar del progreso en las comunicaciones aéreas y terrestres, no es fácil ni rápido, para la mayoría de las gentes, ir de un lugar a otro del país, y mucho menos viajar al extranjero. Algún estudioso colombiano de la formación nacional ha dicho que la historia de nuestro país hubiera sido otra si la capital de la nación hubiera estado en alguna de las ciudades a orillas del Caribe, y no en ese nuboso y frío altiplano mediterráneo en donde se fundó Bogotá. Al borde del mar –decía– el espíritu está más abierto al mundo exterior, son más amplios los horizontes, mientras que en las mesetas frías del interior el pensamiento se encierra en sí mismo, al mismo tiempo que las nubes y el frío permanente –en nuestro país tropical no hay estaciones–- obligan a los cuerpos y a las mentes a recogerse en la protección de sus casas, a encerrarse dentro de cuatro paredes, y no necesariamente de manera figurada.

Quizás en estas características antinómicas resida una de las razones de la conflictiva vida actual colombiana, la tragedia de la violencia, de la segregación entre sectores de la sociedad, de la creciente brecha entre los que poseen y los que están desposeídos, cada vez más lejos de alcanzar los elementos para lograr una vida medianamente digna y feliz. Como anotábamos antes, nuestras clases dirigentes, los conductores de nuestra sociedad (competentes o incompetentes, maliciosos o corruptos, hombres de bien o delincuentes, que de todo hay) ven a nuestra sociedad como si fuera un solo cuerpo, ignorando estas fracturas, estos abismos existentes entre las regiones de la identidad colombiana. Es como sentarse a una mesa en donde los platos están dispersos por las otras mesas del restaurante y creer que el plato que tengo delante es toda la cena”.