El Museo Nacional de Bogotá expone desde el pasado 9 de septiembre “Ya vuelvo”, la exposición nacida en Casa Amèrica Catalunya con la idea y la voluntad desde su origen de llegar hasta Colombia para mostrar la evolución de Carlos Pizarro, el líder asesinado del grupo guerrillero M-19 que se transformó hasta apostar por la paz. Marta Nin, directora de Cultura y Exposiciones de esta casa, narra en este artículo la génesis de esta muestra, iniciada en un primer contacto con María José, la hija del mito fallecido; el símbolo de su sombrero blanco, guardado durante años en Nueva York por su hermana Claudia, y la satisfacción por la ilusión conseguida, la misión finalmente cumplida.
Así se gestó la exposición que reconcilia a Colombia con su pasado más espinoso
A continuación, el texto de Marta Nin sobre el arranque de “Ya vuelvo”: “Mª José Pizarro nos visitó en 2008, llevando bajo el brazo el trabajo de más de ocho años de acopio y archivo de la figura y obra de Carlos Pizarro Leóngómez. Con todo ese ingente volumen de documentos, objetos, bibliografía, recortes de periódico, fotografías, videos, datos, cartas… quería rescatar la memoria de su padre y poner en valor su figura. Para nuestra programación americanista se abría una oportunidad enorme; construir un discurso expositivo que rara vez tiene cabida en instituciones de este tipo.
Desde el minuto cero del proyecto se impuso la reflexión. Todo trabajo curatorial es siempre un reto. Y en este sentido, Casa Amèrica Catalunya y su singular espacio expositivo funciona como un laboratorio museográfico que, habitualmente, nos fuerza a construir y aventurar en cada nueva propuesta soluciones conceptuales diferentes. De dimensiones pequeñas, nuestras salas no permiten perderse en largos discursos narrativos, ni hacerlo tampoco en instalaciones de proporciones megalómanas.
Los metros lineales son siempre menores que las historias. Elegir entre todo lo posible, lo realmente imprescindible. No hay alternativa. “YA VUELVO. Una vida por la paz” nos tomó más de año y medio de largas y continuadas sesiones de trabajo y discusión. Las reuniones podían empezar a las once de la mañana y prolongarse – con almuerzo incluido - hasta las ocho de la tarde (por suerte no fueron todas, pero sí bastantes). Necesitábamos tiempo para encontrar la imagen justa, la instalación correcta, la palabra pertinente. Para no decir nada que no quisiéramos decir. Para narrar lo que sentíamos que hacía falta contar; todo punto era discutido, revisado desde diferentes perspectivas, puesto en duda desde todas las objeciones que, una u otro – de los seis que formamos el equipo - proponía para debatir.
La figura de Carlos Pizarro era poliédrica, a veces incluso antagónica, diversa según el contexto histórico. Pero bajo ese colombiano que transitó la historia de su país como hijo de la oligarquía, guerrillero, intelectual, político… subyacía siempre un mismo propósito. Un único objetivo peleado desde muy diferentes escenarios. Armamos el discurso narrativo desde ahí. En una vitrina circular, sostenido por el aire, el sombrero blanco de Carlos Pizarro, aquél que se puso casualmente y que se convirtió en símbolo de paz, el mismo que guardó durante años en Nueva York su hija mayor Claudia.
El sombrero Pizarro da la bienvenida al visitante. En un ejercicio de postulación narrativa empezamos a contar la historia por la mitad, proponiendo un discurso constructivo para con el futuro y sus hechos por venir. Un recorrido que teniendo sentido en Barcelona, también encontrara su lugar en Colombia, para cuando ello llegara a suceder. La exposición tuvo una vida de seis meses, en lugar de la habitual de tres. Y a lo largo de todo ese tiempo, tuvimos la posibilidad de que muchos ciudadanos y ciudadanas colombianas la visitaran.
Desde el vicepresidente Francisco Santos, hasta el cuentacuentos Nicolás Buenaventura. Y una y otra vez, pedíamos lo mismo al final de la visita: cuando viajen de regreso, hablen de esta exposición, nada nos gustaría más que alguna institución colombiana quisiera exponerla. Carlos Pizarro dice en la exposición: “Ofrecemos algo elemental, simple y sencillo: que la vida no sea asesinada en primavera”. Cuando los proyectos toman la perspectiva del tiempo, a veces, nos parecen simples, y con la distancia, demasiado elementales. Pero nada responde a más complicidades que lo que resulta sencillo.
En septiembre de 2010 inauguramos la exposición en el Museo Nacional de Historia de Bogotá, en una versión ampliada y trabajada desde el propio museo en colaboración directa con Mª José Pizarro. La exposición tiene vida después de bajarse en Barcelona a finales de octubre de 2009, porque sumó complicidades desde su inicio de manera exponencial. Y de ello son muchos y muchas los que pueden y deben sentirse responsables. Este es un proyecto que empezó mucho antes de que tocara las puertas de nuestra institución y que no tiene visos de acabarse en breve.
Aunque las exposiciones como tales no tienen sentido de permanencia. Cada nueva o nuevo visitante que se enfrente al recorrido vital de Carlos Pizarro y a su legado intelectual – ahora expuesto en el Museo Nacional de Colombia - volverá a sumar una nueva complicidad en la necesaria construcción de paz”.