(Por ANTONI TRAVERIA, director general del ICCI/Casa Amèrica Catalunya). La deuda externa superaba en 1970 los 5.000 millones de dólares en Argentina. Los grupos guerrilleros urbanos empezaban a intervenir de forma activa en las ciudades, siempre con la imagen de Perón como bandera. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias Peronistas (FARP), las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y Montoneros luchan por convertirse en referencia de la guerrilla. Una vez más Argentina aparece polarizada. Los guerrilleros peronistas recogían el descontento de muchos jóvenes y grupos incontrolados de la extrema derecha cometían asesinatos de abogados, de dirigentes de izquierdas, de peronistas.
Algunos apuntes para una historia terrible (A 30 años del inicio del genocidio en Argentina)
La deuda externa superaba en 1970 los 5.000 millones de dólares en Argentina. Los grupos guerrilleros urbanos empezaban a intervenir de forma activa en las ciudades, siempre con la imagen de Perón como bandera. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias Peronistas (FARP), las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y Montoneros luchan por convertirse en referencia de la guerrilla. Una vez más Argentina aparece polarizada. Los guerrilleros peronistas recogían el descontento de muchos jóvenes y grupos incontrolados de la extrema derecha cometían asesinatos de abogados, de dirigentes de izquierdas, de peronistas.
Hasta tres generales fueron presidentes insurrectos en tan solo tres años. En 1971, en una situación de caos social y económico, el general Lanusse decide dar pasos para la reconciliación con el general Perón. Levanta la prohibición de los partidos políticos, se devuelve el cadáver de Evita y anula todos los procesos judiciales pendientes contra Perón. El año siguiente, muchos de los tradicionales enemigos del peronismo querían el retorno del héroe, del mito. Creían que era el único que podía frenar las continuas insurrecciones de los trabajadores, controlar y acabar con las guerrillas y poner orden en un movimiento peronista muy fracturado en tendencias fraticidas.
Finalmente le permiten una visita en 1972 a Buenos Aires que Perón aprovecha para designar a Héctor Cámpora como candidato a las elecciones presidenciales del mes de marzo de 1973 por un conglomerado de incondicionales peronistas integrado en el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI). Con Cámpora de presidente todas las sensibilidades antagonistas del peronismo llegan a estar representadas en el gobierno con cuotas de poder que todos aceptan. Personajillos de la extrema derecha como López Rega se sientan al lado de dirigentes de izquierdas como Esteban Rigui. Los presos políticos obtienen la amnistía y los jóvenes guerrilleros peronistas declaran una tregua y proclaman lo que para ellos había de ser una primavera revolucionaria. Montoneros abandona las armas y entran en el juego político.
El 20 de junio de 1973 Juan Domingo Perón no quiere que su avión aterrice en el aeropuerto de Ezeiza. Prefiere un aeropuerto militar a pesar de que miles de personas esperan congregadas la anhelada llegada de su mito al aeropuerto civil. Bandas armadas incontroladas de la extrema derecha disparan de forma indiscriminada contra la multitud. Hay centenares de víctimas mortales. La matanza supone el inicio de una guerra que nadie era capaz de parar.
Cámpora presenta la renuncia y poco después, siete millones y medio de votos convierten al general Perón, otra vez, en presidente, con su tercera esposa al lado, María Estela Martínez, Isabelita. Los años han cambiado al héroe. Gira a la derecha en sus posiciones políticas y abandona cualquier tentación revolucionaria. Es el principio del camino hacia el abismo. La moneda se devalúa un 150 por ciento, aumentan los precios de los combustibles y de los productos de primera necesidad alimentaria. El pacto social de Perón con los descamisados quedaba en suspenso después de la congelación de salarios. Y con este escenario muere Perón el primero de julio de 1974, justo en el instante que el proletariado -aquéllas bases en las que Perón sustentó sus primeros años en política- exigía la renuncia del ultra López Rega, el hombre que se convertiría en clave de los sucesos de los dos años siguientes de presidencia de Isabelita Martínez de Perón.
Las huelgas generales y las movilizaciones populares contra la política regresiva dictada por López Rega obtuvieron como respuesta la brutal represión. Grupos parapoliciales secuestran a dirigentes estudiantiles, sindicalistas, profesionales liberales, artistas, intelectuales. La tortura y el asesinato pasan a formar parte de lo cotidiano para los argentinos. Las guerrillas intensifican también su lucha y el país se precipita en dirección a los años más duros de represión militar de toda su historia.
Ya en diciembre de 1975 el comandante en jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, dio desde Tucumán un ultimátum a Isabelita de Perón: no es suficiente haber ampliado el ámbito de la “guerra antisubversiva” a todo el territorio argentino, tampoco basta la designación de generales del Ejército al mando de la Policía Federal y de la Secretaría de Informaciones del Estado; el gobierno debía llevar a cabo “una purificación de la inmoralidad y la corrupción (...) la especulación política, económica e ideológica” o sería apartado del poder.
Según datos del diario La Opinión de Buenos Aires, ese mismo mes de marzo, se registraba un asesinato político cada cinco horas, y cada tres hacían estallar una bomba. En diciembre se habían contabilizado, según el diario, 62 muertes con origen de la violencia política. En enero llegaron a 89 y ascendieron a 105 asesinatos en febrero. El descalabro económico, la profunda crisis institucional y la violencia política generalizada presagiaban una tradicional intervención militar, como las otras muchas acaecidas desde 1930, pero en esta ocasión nadie podía siquiera imaginar la magnitud de la pesadilla.
Podía haber sido cualquier día de aquellos caóticos meses. Fue en la madrugada del 24 de marzo de 1976. Una Junta militar de salva patrias, integrada por el general Jorge Rafael Videla, el brigadier Orlando R. Agosti y el almirante Emilio Massera, asumen todo el poder en un golpe de Estado que comportaría la aniquilación organizada y sistemática de hasta 30.000 argentinos: el autodenominado Proceso de Reorganización Social. Una herida social terrible muy profunda al corazón de Argentina que todavía hoy, treinta años después, no ha cicatrizado.
ANTONI TRAVERIA, Director general del ICCI/Casa Amèrica Catalunya