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03/02/2011 / Barcelona

Álvaro Enrigue: “ Con ‘Decencia’ tardé ocho años para escribir 70 de la historia mexicana en el siglo XX”

Álvaro Enrigue ha presentado en Casa Amèrica Catalunya su última novela, Decencia, obra en la que ha invertido ocho años y por la que transcurren 70 años del México del pasado siglo. Desde la Revolución de Pancho Villa hasta la llegada del cártel de Guadalajara que sentó las bases para el inexplicable país de hoy, tan marcado a corrupción y muerte por el narcotráfico. Sobre la sexta obra de este sólido valor literario de apenas 40 años aún por cumplir, su editor en Anagrama, Jorge Herralde, asegura que Decencia “confirma la voluntad de Enrigue por trastocar los géneros literarios, su elegancia y sentido del humor y consagración entre los 39 de Bogotá”. Álvaro, de ancestros catalanes, juega entre los mejores. 

Si Herralde le presenta así a uno, que viene con jet-lag, sueño y apenas se ha tomado un café, la espontánea respuesta ha de ser la que Enrigue dio a la prensa: “¿Y ahora qué hago?. Antes era muy fresco, pero ahora tengo miedo… Un día me entrevistaron en El Universal de México y sólo se les ocurrió titular a lo grande: “Mi pleito es con Dios”, totalmente fuera de contexto. Lo leyó mi pobrecita madre, catalana y católica ella. Aún le doy explicaciones. Miren, las novelas se explican solas, ya está. Al principio, cuando me metí en esta, sentí rabia intensa contra el mundo por la corrupción política. Durante los años 20 y 30, México fue una especie de República de Weimar para mohicanos. Mientras Estados Unidos y el mundo andaban en guerras, más guerras y crisis económicas, nosotros forjábamos un país mejor. Al final, nada de nada, todo acaba definido según la prensa, que marca tendencias”. Tras las dudas iniciales, Álvaro Enrigue pilla el ritmo, aunque divague y le salga erudición en las continuas frases circunstanciales que usa como muletilla en el discurso: “Este libro explica una historia familiar. En parte, la de mi abuelo médico, nacido en Autlán, el pueblo del guitarrista Carlos Santana. Montó su clínica, tuvo éxito y fue reclamado en DF por el Gobierno. Allí pasó estrecheces. Contaba mi padre que, una mañana, en aquel pisito pequeño para tanta familia, de repente llama un tío mío. Aparece con una señorona rubia bien guapa y con María Félix, nada menos. Ataviados con frac, chistera, vestidos de noche, acabada la juerga. Venían a desayunar y en la mesa, zas, surgen ante mi padre manjares que ni siquiera sabía de su existencia, se abrió otro mundo ante él. Esa anécdota personal me impresionó. A mí, un post-68 izquierdista”. María Félix, el gran mito eterno, el femenino mexicano, “esos ojos turbios e indecentes” –definición de Herralde- que aparecen en la portada de Decencia. A partir de ahí, Enrigue (¿cuántas veces al día le cambiarán la ‘g’ del apellido por una ‘q’ más común?), se lanza y “pretendo ver el siglo XX mexicano para averiguar cómo carajo llegamos aquí, a esta locura que nos sorprende tanto como a ustedes. En esta demencia que alía a supervivientes de la guerrilla con los policías que les torturaron en nuevos cárteles, qué cosa tan, tan extraña”. Y siguiendo, otra frase-sentencia de Herralde (“el escritor siempre recicla”), Enrigue subraya que Longines Brumel, protagonista de esta novela, es tío en la ficción de Aristóteles, ya conocido desde La muerte de un instalador, el trabajo que atrajo la atención de la buena crítica. Y Álvaro, a quien guste de los giros del destino, resulta que acabó de dar los últimos toques a Decencia “en el mismo bloque de apartamentos donde vivía la amante de mi propio tío, una colonia modernista construida en los años 20”. Por favor, no le pidamos al autor demasiadas reflexiones: “Uno escribe como puede, cada vez tengo menos teorías y no las busquen aquí. Tampoco políticas sobre el futuro de México. Volverá el PRI al poder para condenar los pésimos usos del gobierno, ya endémicos, esté quien esté arriba. México es un pobre país al que no importa cuando duro lo exprimas, siempre sigue dando. Además, allí todo se negocia. También, es absolutamente identificable en todo. No sorprende en nada a los mexicanos, pero es muy complicado de entender para cualquier foráneo”. Si eso no son válidas reflexiones, pues, fiel a su fama bien ganada de crear fantásticos aforismos…. Continúa Álvaro Enrigue dando suculentas frases cortas, extraídas como diamantes del carbón: “Las novelas tratan sólo de lo que tratan las novelas y se escriben para ser leídas. No busquen más”. Remate con la madre y Catalunya. Su hermano mayor, Jordi, vive en Barcelona, pero en su infancia “Catalunya era un territorio mítico, no muy bien dibujado. El Barça era una camiseta colgada porque entonces no existían ni transmisiones, ni nada de eso. Mi identidad catalana se resume a un autógrafo enmarcado de Johan Cruyff que nos envió un familiar. El abuelo era un refugiado republicano que decidió cortar raíces al exiliarse. Le oíamos hablar en un idioma bien extraño, el catalán, cada domingo cuando llamaba por teléfono a su familia de acá, pero México y España eran dos mundos que, encima, tardaron mucho en reemprender sus relaciones diplomáticas. La globalización acaba de empezar y aquello era otra cosa. Es como la nostalgia que, a veces, dicen algunos, supura mi obra por aquel México cochambroso y disfuncional, más auténtico, pero ya pasado”.