El último soñador, el homenaje a nuestro director general Antoni Traveria de su íntimo amigo, el periodista Pitu Abril, leído en la ceremonia de despedida celebrada en el Tanatorio Collserola de Barcelona.
IMAGEN: Antoni Traveria durante la presentación del libro Mi hermano el Che, de Juan Martín Guevara. El Born Centre Cultural. Abril de 2017.
‘El último soñador’, por Pitu Abril
¿Saben cuál era la capital de Alto Volta, hoy Burkina Faso? Toni tampoco lo supo. Creo que fue la única vez que le gané al juego de las capitales. El juego amenizaba las diez horas de ruta en coche de Cartagena a Barcelona mientras en el radio cassette sonaban las canciones de Triana.
Argentina, ¿capital? Buenos Aires. Colombia, ¿capital? Bogotá. Chile, ¿capital? Santiago. Nicaragua, ¿capital? Managua… Poco imaginaba mi nuevo amigo, aquel verano del 78, que años más tarde recorrería aquellos países en decenas de ocasiones y que viviría en algunos de ellos como corresponsal de TVE.
Hacía pocas semanas que nos habíamos conocido. Nos unió el servicio militar, la mili, pero sobre todo el periodismo y las ansias de libertad de los que fuimos adolescentes durante la transición. Y allí estábamos, vestidos de marineros, tachando los días en el calendario y contando los que faltaban para volver a casa y a la facultad de Bellaterra.
En Cartagena los días eran calurosos y las noches frías. Y los fines de semana la juventud bailaba en discotecas al ritmo de Aplauso, aquel programa de TVE presentado por José Luis Fradejas. Y así se forjó la amistad entre dos tipos muy distintos. Uno, callado e introvertido. El otro, extrovertido y hablando por los codos. Era su mejor arma, y siempre lo ha sido: la palabra. Con la palabra era invencible. Con la palabra yo lo he visto ganarse la confianza de los mandos militares, convencer a profesores de que merecía mejor nota, crear puentes de diálogo entre enemigos irreconciliables y, cómo no, conseguir los favores de las chicas.
Los que durante todos estos años han trabajado con él en Casa Amèrica saben de lo que hablo. Toni ha conseguido algo tan escaso hoy como es el consenso, el que todos estén de acuerdo en un proyecto común. Diálogo y concordia son los conceptos que han marcado siempre su camino.
Nuestro amigo argentino Rafa Veljanovich dice que era un tipo que despertaba “afecto a primera vista”, uno de esos tipos imprescindibles. Él, ya lo saben, no era creyente, pero si algún día leen que Dios y el diablo están negociando, no duden de que es obra de Toni.
Estos días los amigos del G-4 (Pere Cullell, Francesc Cruanyes y un servidor) hemos llorado su marcha, y hemos rememorado episodios de nuestros encuentros. Una cosa siempre hemos admirado de Toni, su capacidad para ensalzar sus logros profesionales y familiares hasta la exageración.
Permítanme que vuelva a citar a Rafa Veljanovich cuando me decía que “lo mejor que tiene Toni es el entorno familiar. Toni no mentía cuando calificaba de maravillosa a su mujer, a Mari Àngels. Y tampoco mentía cuando enumeraba las virtudes de su princesa, su hija Amanda.
Amanda, sí, el nombre de la protagonista de aquella canción de Víctor Jara, el cantautor asesinado por la dictadura de Pinochet. Toni era un hombre de paz, de diálogo, pero nunca renunció a sus orígenes ni a sus principios.
Hablaba con orgullo de Radio Obrera, la emisora del sindicato Comisiones Obreras donde empezamos nuestra carrera radiofónica. Luego llegó ese larguísimo currículum de cargos y corresponsalías. Fue corresponsal de TVE en varios países de América Latina entre 1988 y 1990, para ocupar después diversos cargos de responsabilidad en Radio Nacional y TVE en Catalunya y Baleares.También fue director de contenidos e información del Fòrum Internacional de las Culturas 2004.
Pero ante todo, Toni era una buena persona, un buen tipo, uno de esos tipos imprescindibles que dice Rafa. Un tipo que, además, nunca tuvo la necesidad de esconder sus simpatías políticas, culturales, musicales y deportivas.
Nos queda el consuelo de que ha tenido una vida llena, de que tuvo la fortuna de conocer, amar y trabar amistad con aquellos personajes que estudiamos en la facultad, como García Márquez, como Eduardo Galeano o como Mario Benedetti. Ahora está ya con ellos, y también con Fidel Castro, la asignatura pendiente que me decía hace pocas semanas, el dirigente al que no pudo entrevistar.
La Casa Amèrica. Ahí está su legado. Latinoamérica, su gran amor, ya está un poco más cerca gracias a él. Hace unos meses hizo su último viaje a esa patria que llevaba en el corazón. Me llamó desde el pueblo más recóndito del Chile austral, casi desde el fin del mundo. Estaba en una especie de cabaña contemplando las estrellas. Me dijo que no era una despedida, pero los dos sabíamos que lo era.
Le pregunté por la capital de Alto Volta, hoy Burkina Faso. Ya la sabía: Uagadugú. Le dije que hasta pronto y que nos veríamos a la vuelta. Se quedó mirando las estrellas mientras escuchaba una canción de Serrat. Pensé que mi amigo era realmente un soñador, quizás el último soñador.