Por Ramon González, traductor, editor y responsable de literatura de Casa Amèrica Catalunya.
Como es bien sabido, a lo largo de los años sesenta del siglo pasado, Barcelona se convirtió en uno de los centros –por no decir el centro– de la difusión de la literatura latinoamericana en el mundo. Había en Barcelona una agencia literaria muy influyente, editoriales potentísimas dirigidas por profesionales con buen gusto y una cierta predisposición ante lo novedoso.
Barcelona y la difusión de la literatura latinoamericana
Por Ramon González, traductor, editor y responsable de literatura de Casa Amèrica Catalunya.
Como es bien sabido, a lo largo de los años sesenta del siglo pasado, Barcelona se convirtió en uno de los centros –por no decir el centro– de la difusión de la literatura latinoamericana en el mundo. Había en Barcelona una agencia literaria muy influyente, editoriales potentísimas dirigidas por profesionales con buen gusto y una cierta predisposición ante lo novedoso. Todo ello de nada habría servido, claro está, si buena parte de los nuevos escritores latinoamericanos no hubieran considerado esta ciudad un lugar razonable en el que vivir, escribir y publicar; pero lo cierto es que a pesar de la dictadura, muchos de ellos –Vargas Llosa, García Márquez, Donoso– decidieron establecerse aquí y no en cualquier otra ciudad española o europea.
No pretendo entrar en los detalles de este fenómeno –para más información, les remito al espléndido La llegada de los bárbaros, de Joaquín Marco y Jordi Gràcia (Editorial Edhasa), que pueden consultar libremente en la biblioteca de Casa Amèrica Catalunya, pero sí quisiera reflexionar brevemente sobre un hecho que resulta un tanto perturbador: ¿por qué la capital de la literatura latinoamericana no era entonces, ni probablemente tampoco hoy, una capital geográficamente latinoamericana? Se me objetará –y con no poca razón– que el DF, Buenos Aires e incluso La Habana han jugado este papel largamente; también Caracas dispuso de un instrumento de difusión editorial muy eficaz. Pero la realidad es terca y a menudo difícilmente comprensible, y lo cierto es que, pese al mucho camino recorrido desde esos años del boom, para que un escritor latinoamericano de hoy sea traducido al inglés, el francés o el alemán, debe tratar de publicar antes en una editorial española. Pero todavía más: las opciones de un escritor de la Tierra del Fuego para ser leído en Tijuana son mucho mayores si antes ha contado con el beneplácito de la industria editorial española. ¿Se imaginan que un autor estadounidense no pudiera tener la certeza de ser leído en Canadá sin la bendición de una remota empresa editora de Londres? Bien, eso es lo que les sucede a los escritores latinoamericanos.
En todo caso, y para ceñirme al asunto que nos ocupa, ¿qué puede hacer Barcelona –su industria, sus instituciones– para facilitar el tránsito de ideas y textos entre los países latinoamericanos, y entre éstos y España, e incluso Europa? Cabe ser moderadamente optimista por lo que respecta a la industria. Barcelona sigue siendo sede de las principales agencias literarias del mundo hispano, del primer grupo editorial en lengua castellana y de algunas librerías de referencia; además, muchos escritores latinoamericanos siguen acudiendo a esta ciudad para escribir mientras ejercen la docencia o la corresponsalía de algún periódico, traducen literatura de otras lenguas, escriben en medios o, en el mejor de los casos, viven de sus propios libros. Cierto es que Barcelona ha perdido una parte de su peso específico –en algún caso, en beneficio de Madrid; en otros, de las capitales latinoamericanas a las que hacía referencia más arriba–, pero me parece que su papel sigue siendo ineludible.
De acuerdo, me dirán. ¿Pero qué hay de las instituciones públicas, las que deben garantizar un intercambio que obre al margen de las motivaciones económicas de la industria; las que deben hacer frente, en el caso catalán, a la presencia de medio millón largo de ciudadanos latinoamericanos en su territorio? Por un lado está la magnífica tarea que realizan las bibliotecas municipales. Éstas no sólo contribuyen a la difusión de la lectura mejor que cualquier campaña de promoción, sino que con su tupida red –hay casi ciento setenta sólo en la provincia de Barcelona– operan en otros ámbitos de gran importancia social; a modo de ejemplo, fue el carnet de socio de estas bibliotecas lo que permitió a muchos latinoamericanos demostrar su prolongada estancia en España durante el período de regularización. También están las universidades, que actúan en un plano distinto pero cumplen también su labor al recibir a centenares de profesores y estudiantes procedentes de Latinoamérica y dedicar programas especializados a la cultura americana. ¿Pero qué deben hacer las instituciones especializadas, las que tienen como cometido específico esa labor de difusión cultural, como es el caso de Casa Amèrica Catalunya, institución en la que, a fin de cuentas, trabajo?
Una buena manera de responder a esa pregunta sería repasar la trayectoria de la institución en los últimos meses. A modo de ejemplo, durante 2005 han pronunciado conferencias, presentado libros o dado charlas en el ICCI Juan Abreu, Rolando Sánchez Mejías y Jorge Ferrer, cubanos; Edmundo Paz Soldán, boliviano; Rodrigo Fresán, Nora Catelli y Edgardo Dobry, argentinos; Juan Gabriel Vásquez, colombiano; Jordi Soler y Juan Villoro, mexicanos; Ana Nuño, venezolana; Nicole d´Amonville Alegría, costarricense; Leonardo Valencia, ecuatoriano... Pero hay una segunda respuesta que debe ser más meditada y comprometida: una institución como Casa América Catalunya debe encargarse de difundir la cultura latinoamericana en Catalunya, de acuerdo, pero debe hacerlo tratando de remediar en lo posible la situación que describía antes; es decir, tratando de construir –aunque sea modestamente– los canales que permitan a la literatura latinoamericana circular por todo el continente sin depender en exclusiva de la industria española. Y eso sólo es posible mediante la creación de un tejido que aúne a instituciones, editoriales, agencias y medios de comunicación que, aun sabiendo que los intereses respectivos puedan ser en ocasiones divergentes, deben esforzarse en común por el objetivo compartido. Y Casa América Catalunya tal vez deba ser la mediadora de ese proceso; más ahora, cuando las nuevas tecnologías, la inmigración y la transversalidad de las identidades permiten no vincular necesariamente un proyecto cultural a la vieja idea de nación. Barcelona puede seguir siendo la ciudad de referencia en la literatura latinoamericana, pero inequívocamente va a tener que serlo de otro modo. Porque quizá llegue el día en que los autores de la Tierra del Fuego circulen por Tijuana sin apenas darse cuenta de cómo han llegado hasta allí.