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12/07/2012 / Barcelona

Cambio relámpago en Paraguay: Un golpe de Estado del siglo XXI

Artículo del director general de Casa Amèrica Catalunya, Antoni Traveria, publicado el martes 10 de julio en El Periódico de Catalunya: “Se cumplen más de dos semanas del golpe institucional político que destituyó de forma fulminante, en apenas 24 horas, al Presidente constitucional del Paraguay, Fernando Lugo.

Lugo fue elegido por sufragio universal directo el 20 de abril de 2008, con un porcentaje del 41 por ciento de los votos, más de diez puntos porcentuales de distancia sobre los obtenidos por la candidata del poderoso instrumento político, el Partido Colorado, que gobernó el Paraguay durante más de seis décadas y al que pertenecía el general Alfredo Stroessner, el dictador que se mantuvo en el poder a lo largo de 45 años (1954-1989).

La heterogénea, o sería más preciso decir, la variopinta coalición de partidos de la Alianza Patriótica por el Cambio (APC) que encabezó Fernando Lugo ha certificado la traición que figuraba en el guión que cualquier observador neutral podía concluir como posible, e incluso como muy probable, después de sucederse hasta 23 intentos anteriores de destitución. El neoliberal Federico Franco, vicepresidente con Fernando Lugo y dirigente del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), ha visto cumplido al fin su anhelo de llegar a ser Presidente, aunque sólo sea por unos meses, convirtiéndose para ello en rehén del voto de los diputados y senadores colorados, sin que haya mostrado el más mínimo rubor.

En esta persistente intriga palaciega se mezcla la defensa de opacos intereses económicos, con inevitables vínculos ideológicos de un pasado que se resiste a dar un paso al costado. En una todavía muy frágil democracia como la del Paraguay -una sociedad, a pesar de todo, muy conservadora- la notable experiencia de aquellos que desde la sombra han contaminado durante muchos años todos los resortes de los distintos poderes influyentes dijeron basta a diez meses de unas nuevas elecciones en las que se pretende que todo vuelva a ser como siempre fue y nunca debió de dejar de ser, otra vez con el Partido Colorado en el poder ejecutivo, por tiempo indefinido.

Los años de gobierno de Fernando Lugo estuvieron marcados desde sus inicios por los campos de minas instalados por sus adversarios, sus propios errores -fruto de la inexperiencia política- con el añadido de su pasado religioso como obispo y el reconocimiento al fin, forzado, de la paternidad de dos hijos. Venció sin partido político propio mientras los diputados le han bloqueado todas aquellas leyes esenciales que conformaban el corazón de su programa. Ha tenido que compartir gobierno con estudiosos de Maquiavelo, para al final, tras el hecho que ha servido de pretexto para echarle -la muerte de siete policías y once campesinos en Curuguaty, al noroeste del país, en circunstancias aún muy confusas- acabar por nombrar ministro del Interior, a un dirigente colorado que ya había ocupado el mismo cargo con el Presidente Nicanor Duarte (2003-2008) antagonista del ex obispo.

Las nuevas autoridades no han sido reconocidas por ningún país de América latina. Sus vecinos del Mercosur decidieron congelar su pertenencia al grupo hasta la celebración de las elecciones de abril, sin dictar sanciones económicas. Niega Federico Franco que se trate de un golpe de Estado. En todo caso, lo parece. Una destitución relámpago con sabor a golpe de Estado del siglo XXI, con demasiados ingredientes similares a lo sucedido en Honduras con el Presidente Manuel Celaya en 2009, salvo en el allanamiento de su domicilio con nocturnidad y la expulsión del país.

El gran escritor paraguayo, Augusto Roa Bastos, decía a sus jóvenes alumnos que su país estaba constituido por tres países: “Asunción, que es un país en si mismo, la capital, que ignora al resto del país; el interior, que es otro país que desconoce la capital; y por último, el tercer país, el Chaco, que nadie conoce salvo los que participaron en la Guerra y los ex combatientes.” Paraguay es el país más desconocido de América latina. En toda su joven historia –en 2011 cumplió sus 200 años de independencia- han sido escasas las ocasiones para que sus ciudadanos sintieran alegrías colectivas que compartir como pueblo. Cuando alguna noticia traspasa sus fronteras, las más de las veces tiene que ver con el dolor o el escándalo.

Frente al palacio de gobierno, el Palacio López, en pleno centro de Asunción, se alza una escultura del reconocido pintor y escultor guaraní, Carlos Colombino. De una estatua dedicada, entre otros prohombres, al dictador Stroessner, obra del español Juan de Ávalos – autor de las gigantescas figuras evangelistas del Valle de los Caídos – Colombino la deshizo en pedazos para unirlos después en un bloque de cemento del que sobresalen un brazo, una rodilla y el recortado bigote por encima de unos labios anchos. Durante más de treinta años aquella estatua con el siniestro general había dominado la cima del Cerro Lambaré. Hay quién expresó que era todo un símbolo de unos tiempos que nunca debían regresar. La grave crisis institucional que azota Paraguay recuerda en exceso episodios muy dramáticos no muy lejanos, en un país que pareciera condenado a la desesperanza.