Desde el miércoles 14 de enero y hasta el 27 de marzo, Casa Amèrica Catalunya alberga la exposición 'Cuba Mía', del fotógrafo mexicano Rodrigo Moya. En el marco del 50 aniversario del derrocamiento de la dictadura de Batista por los guerrilleros liderados por Fidel Castro y Ernesto 'Che' Guevara, 'Cuba Mía' propone, a través de un conjunto de más de 80 fotografías captadas en 1964, un paseo por la ilusión, esperanza y optimismo con las que el pueblo cubano vivió los primeros años de la Revolución. La muestra también incluye una docena de fotografías del ‘Che’ Guevara captadas en su despacho como Ministro de las Industrias, entre ellas la denominada 'Che melancólico' (en la imagen), que fue extensamente utilizada en actos políticos y de solidaridad. "Con su contundente presencia, 'Cuba Mía' refuerza la restauración de un pasado cubano, que fue real y fue retratado. Un tiempo que permanece y nos mira", señala Marta Nin, adjunta a dirección de Casa Amèrica Catalunya y comisaria de la exposición junto con el fotógrafo catalán Claudi Carreras.
'Cuba Mía', las imágenes de Rodrigo Moya de la utopía revolucionaria en la Cuba de 1964.
Rodrigo Moya, quien se define como "ex-fotógrafo, ex-periodista, ex-editor, ex-impresor, ex-buzo, ex-joven, poeta, cuentista, comunista y bohemio en general" explica que las fotografías de 'Cuba Mía' tenían que formar parte de un libro titulado 'Cuba por tres' realizado conjuntamente por él mismo en el apartado fotográfico, el periodista y redactor mexicano Froylán Manjarrez en los textos, y el caricaturista Rius. El proyecto, sin embargo, no se materializó por la repentina muerte del editor del proyecto -un antiguo miembro de la resistencia antinazi holandesa-, a la cual se añadió poco tiempo después la desaparición de Manjarrez, militante, al igual que Moya, del Partido Comunista de México."La idea, inédita entonces, era hacer un libro sobre la Cuba revolucionaria", dice Moya. En julio de 1964, Manjarrez y Moya viajaron a Cuba. Durante cuatro semanas, Moya retrató el día a día en la isla.Las fotos que tomé durante cuatro semanas en distintos lugares de Cuba tenían solo una intención periodística y documental, pero las emociones que me impactaron día tras día de aquel verano de alguna manera se filtraron desde los circuitos neuronales de mi azoro visual a las tramas argénticas de la película de mis cámaras. Las cosas se daban en la isla de tal manera espontánea y vital que no había rebuscamientos posibles, búsqueda infructuosa del llamado arte fotográfico, poses calculadas, a veces ni siquiera una medición cuidadosa de la luz o una planificación de las tomas siguientes”, explica.