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05/10/2010 / Barcelona

De cómo “El Cartero de Neruda” se convirtió en ópera con Plácido Domingo a bordo (y 3)

Cerramos la rueda de prensa con Antonio Skármeta en Casa Amèrica Catalunya a propósito de Un padre de película concentrados en dos aspectos relevantes de la actualidad del escritor chileno nada relacionados con su nueva novela. Por una parte, el estreno en Los Ángeles de la ópera Il Postino, basada en su formidable éxito El Cartero de Neruda, publicada hace ya 25 años con el primer título de Ardiente Paciencia mientras residía exiliado en Alemania. El protagonista, nada menos, Plácido Domingo en la piel de Pablo Neruda. Por otra, la confesión pública de su proceso como creador literario. 

El de Il Postino como título operístico ha resultado curioso, incluso para el mismísimo Skármeta, ya curado de espantos con el tremendo exitazo de El Cartero de Neruda, traducido a 30 lenguas, película de éxito y teatro en más de 200 montajes diversos. Y para su autor, lo más sorprendente de tamaña repercusión radica “en el formidable apoyo que ha hallado el texto en universidades y colegios, donde la han representado en infinidad de ocasiones. Muchos profesores me han destacado su virtud de entusiasmar a los jóvenes por la literatura, hecho que me encanta, claro. Jamás me imaginé ver a Neruda cantando y menos aún, con la voz y la cara de Plácido Domingo. Daniel Catán ha compuesto el libreto. Me pasé meses en contacto con él, hasta que al final me desplacé a Los Ángeles”. Una vez en Las Américas para el estreno del 23 de septiembre pasado en la Ópera de Los Ángeles, la certeza: “No conocía de nada a Plácido. Comprobé una puesta en escena brillante, pero, claro, eso es Hollywood y de espectáculo saben una barbaridad. Siempre guardo respeto. Distinta resulta la respuesta del público de lo que opine la crítica especializada. El día de la première me colocaron en un palco bien alto. Allí, se me acercó un funcionario de la sala para decirme que, concluida la función, Domingo quería que saliera a saludar”. Llega la anécdota impagable de Skármeta, contada como si recién aterrizara de una aldea remota: “Tras un final in crescendo realmente estremecedor, veo al público excitadísimo, puesto en pie, atronadora la ovación y, en efecto, llega el empleado. Le sigo por mil laberintos. Vaya paseo largo por el vientre de ese monstruo. Y venga sonar aplausos. Llegamos a un ascensor. Dentro, tres cocineros chinos con una perola inmensa de chop-suey para la recepción posterior. Un olor que tiraba de espalda. El ascensor, que no arribaba jamás a destino. Al fin, tras la cortina, la escena. Con las luces, quedo deslumbrado. Reconozco a Plácido Domingo. El escritor vive solo, metido en su literatura. En cambio, él dominando la escena. Me agarra de la mano, susurra: ‘están buenos los aplausos, venga…’. Adelante, atrás. Y venga saludar, reverencia. Hasta seis veces…”. Acompaña el gesto con Roser Bru y Ana D’Atri, directiva de Planeta, compañeras ocasionales en la emulación. La sala disfruta con el chiste, tan bien recreado por Antonio, que parece un niño en plena travesura. Las críticas fueron, a su decir, “gloriosas, superlativas. De elogios sin reservas. Al tratarse de una coproducción con Viena, allí estrenaremos el 8 de diciembre y  saltaremos a París en junio del año próximo. Muchos países se han interesado ya por Il Postino. Sigue la buena racha y Plácido sufre un rotundo enamoramiento por Neruda. En el fondo, es también un padre de película para el cartero, que forma al personaje que se enamora de la muchacha como ciudadano y como seductor”. Y, finalmente, el proceso como escritor, según Skármeta: “Cada uno, creo, tenemos el nuestro. El mío nace del impulso por contar algo y buscar tentativamente lo que quiero contar, con disciplina y a base de trabajo. Sé, intuyo que quiero escribir, como en este caso, de una aldea; sé, intuyo que quiero escribir sobre determinado valor o aspecto vital. Sé que estaré escribiendo dos o tres horas a chorro por la mañana. A los diez días de hacerlo regularmente, algo asomará y me echo al mar, a nadar. Escribo mucho y después, ya cortaré. Más tarde, igual quedan apenas dos, tres frases por página, alguna imagen válida de cada párrafo. Así se va completando….”. Para acabar, entre la concurrencia hechizada, una pequeña colonia de gente mayor desapercibida para los periodistas, pero no para su amigo Skármeta, quien los abrazó una vez concluida la charla. Entre ellos, la afamada pintora catalana Roser Bru, superviviente de aquel barco Winnipeg que salvó a tantos niños españoles de la guerra civil camino de Santiago de Chile y el hijo, ya anciano, de Jaume Aiguader, el último alcalde de la Barcelona republicana. Ambos vivieron en Latinoamérica desde que estallara la contienda fratricida. El Winnipeg fue fletado, por cierto, gracias a un diplomático progresista llamado Pablo Neruda….