Artículo del director general de Casa Amèrica Catalunya, Antoni Traveria, publicado en la edición del viernes 19 de diciembre de El Periódico de Catalunya, sobre la normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos de América.
Discreción y audacia
El diálogo y la negociación se han hecho esperar durante décadas. Han pasado hasta once presidentes republicanos y demócratas-16 mandatos presidenciales- y hasta 23 resoluciones adoptadas por el plenario de Naciones Unidas; la última, de 28 de octubre pasado, aprobada por 188 votos contra el embargo, de un total de 193 países.
Para América Latina es el punto final de la guerra fría, tal y como se ha venido definiendo después de la segunda guerra mundial. Que en tiempos de la revolución tecnológica, de la sociedad de la información y de las filtraciones interesadas no se conociera algún detalle previo al anuncio oficial de un acuerdo de tan alto contenido y trascendencia merece el reconocimiento a la eficacia para todas las partes implicadas.
A partir de ahora, en las facultades de Periodismo, en las de Relaciones Internaciones, en las Escuelas Diplomáticas o, a futuro, los historiadores, dedicarán horas y más horas a estudiar, analizar e investigar los detalles de unas conversaciones, modelo de discreción, iniciadas un mínimo de un año atrás.
Fue el 'New York Times' quién adelantó, citando fuentes de la Casa Blanca tan solo 45 minutos antes de la confirmación oficial, que Washington y La Habana restablecerían relaciones después de aquella traumática ruptura de 1961.
Incluso las formas de la comunicación fueron todo un acierto: ambos presidentes dirigiéndose al mismo tiempo a la opinión pública por televisión. Barack Obama con el habitual teleprompter y Raúl Castro, menos moderno, leyendo de unos folios -eso sí, con el retrato de José Martí detrás-- con discursos precisos, complementarios, sin añadidos vulgares o superficiales.
No solo fueron palabras para consumo interno; ni Obama ni tampoco Castro se adjudicaron el triunfo de uno sobre el otro. La prudencia política estuvo en esta ocasión a la altura de un acontecimiento extraordinario, meditado hasta el detalle, muy por encima del triunfalismo, la mediocridad y la demagogia.
Un elemento clave ha sido la liberación del empresario Alan Gross, condenado en 2009 a 15 años de prisión en Cuba por participar en un «acto subversivo, para tratar de destruir la Revolución», según se dijo en la sentencia. Del mismo modo, Estados Unidos deja libres a tres de los agentes cubanos del llamado grupo de Los cinco. Tampoco es casual la renuncia, el mismo miércoles, del criticado administrador general de la Agencia de los EEUU para el Desarrollo Internacional (USAID), Rajiv Shah, denunciado por sus «interferencias internas» en diversos países de América Latina.
Junto a la implicación precisa del papa Francisco y de Canadá, hoy sabemos que Obama pidió al uruguayo Pepe Mujica que pudiera transmitir a Castro un mensaje conciliador. Así lo hizo en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, el pasado 14 de junio. No faltaran los dispuestos a torpedear este legado de Obama, con consecuencias probables en Venezuela y seguras en Colombia.
En su momento más delicado, por fin, Obama ha cumplido las expectativas con sabia discreción y audacia.