El ciclo de cine “Entre choros y quinquis” ha permitido corroborar que el prolífico cine quinqui o de delincuencia –33 películas en 6 años– que triunfó en las salas españolas durante la transición a la democracia (1977-1983) se inspiró en la película “Soy un delincuente”, ópera prima del venezolano Clemente de la Cerda. Mery Cuesta, expertas en la temática, lo ha afirmado con contundencia: “Me apuesto la mano izquierda que de la Loma, director de “Perros Callejeros”, había visto “Soy un delincuente”. En la mesa redonda también han participado la documentalista venezolana Andrea López, el periodista Eugeni Casanova y el actor Bernard Seray, intérprete del personaje de “El Vaquilla” en la saga de películas “Perros Callejeros”, origen de este fenómeno cinematográfico revisitado estos días en Casa Amèrica Catalunya. “No nos dimos cuenta de lo que ocurría. Aún hoy persiste la confusión entre actores y delincuentes reales”, ha dicho Seray.
El prolífico cine quinqui español de los 70 y 80 se inspiró en la obra del venezolano Clemente de la Cerda
¿Qué curioso paralelismo se sucede entre Venezuela y España a mediados de la década de los 70 del siglo pasado para que “Soy un delincuente” de Clemente de la Cerda inspire a José Antonio de la Loma a realizar “Perros Callejeros” y esta película origine la explosión de un subgénero con títulos como “Deprisa, Deprisa” , de Carlos Saura, o “Navajeros”, de Eloy de la Iglesia, hoy en día Director de la Academia del Cine español? “En aquella Venezuela, la nacionalización de las industrias del hierro y petróleo prometió una bonanza muy grande atrayendo a las ciudades a gente del campo”, ha explicado Andrea López. “El cine “choro” –término adaptado del quichua, que significa “ladrón”– retrata a estas nuevas comunidades urbanas que se ubican, especialmente en Caracas, en un ambiente de marginalidad”, ha añadido la documentalista. “En España, el cine quinqui surge como necesidad de poner en tiempo real cinematográfico la crónica de sucesos de la época”, ha relatado Mery Cuesta. Una crónica negra en la gran pantalla que encontró su mina en las fechorías de delincuentes juveniles de los ‘ghettos’ de las grandes ciudades surgidos con la masiva emigración a las mismas de la población rural española. Una temática que abrió el cine español a cuestiones hasta entonces tabú como el erotismo, el sexo o las drogas y que se recreó en técnicas delictivas como el tirón o en la espectacularidad de las secuencias de las persecuciones de los coches magistralmente conducidos por esos quinquis. “Aquellos niños cambiaron el arquetipo del delincuente e incluso se convirtieron en ídolos”, han convenido Cuesta y Seray, quienes han subrayado el papel del más destacado de todos ellos, “El Vaquilla”, “todavía hoy un icono para muchas personas”. Especialmente crítico y sincero se ha mostrado Seray a la hora de desvelar las interioridades de este fenómeno cinematográfico, de impacto social y con lucrativos resultados de taquilla. “El cine es dinero y no se intentó ayudar a aquellos niños para nada. La mayoría de actores de aquellas películas trabajaban drogados y se les permitía. Yo mismo soy una estrella de cine B. La prensa ensucia mucho: a mi me han matado cuatro veces”, ha explicado el actor, que también ha revelado que José Antonio de la Loma, director de “Perros Callejeros”, “no había sido maestro, tal y como pregonaba, sino guardia civil”, en alusión al tono “redentor” de sus películas frente a la aproximación más sociológica que proponían los films de de la Iglesia. Así las cosas, a mitad de los 80 el cine quinqui desaparece por una conjunción de dos factores irreversibles: la saturación del mercado y la desaparición de los protagonistas principales de este tipo de películas, delincuentes juveniles atrapados en el laberinto de la adición a las drogas, y a la mortífera heroína en particular.