El mundo vive hoy en estado de alarma y expectación con motivo de la pandemia del COVID-19. Desde Casa Amèrica Catalunya, abordamos esta situación desde diferentes puntos del continente americano. Esta semana hemos hablado con el director de teatro y ópera ecuatoriano Javier Andrade Córdova. Formado en Ecuador y Alemania, fue director artístico del Teatro Bolívar de Quito y del Teatro Nacional Sucre de Quito, y fundó la Compañía Lírica Nacional del Ecuador. Hace unos meses presentó en Casa Amèrica Catalunya el concierto de canto El rasgo lírico-escénico de Luis Salgado, homenaje a uno de los principales creadores musicales latinoamericanos del siglo XX. Estaba de gira europea cuando llegó la crisis del COVID-19 y no pudo volver a casa, pues Ecuador no abrió un "corredor humanitario" en un inicio. Desde el país que lo ha acogido, Argentina, cree que estamos a tiempo de entender “la humanidad como un colectivo, unido por nuestra fragilidad”.
Javier Andrade, director de teatro y ópera: 'Nunca olvidaremos los cadáveres en las calles de Guayaquil'
¿Cómo se vive en su país la crisis sanitaria internacional provocada por el coronavirus?
Al inicio de la crisis me encontraba en Europa por unas conferencias sobre la obra de Luis H. Salgado que finalmente se cancelaron, me quedé varado por varias semanas y, finalmente, pude regresar el 30 de marzo. Pero no a Ecuador, como hubiese sido mi necesidad inicial, sino a la Argentina, gracias a un vuelo humanitario de ese país. Por el lado ecuatoriano, el asunto fue imposible, lo cual, además, me produjo la seria impresión de que por unos días me convertí en un apátrida. Simplemente se cerraron las fronteras sin que se haya dejado un corredor humanitario abierto. Esa situación cambió solo luego de varias jornadas por una aclaración de la Corte Constitucional ecuatoriana. Percibo que en este simple ejemplo se reconoce ya la condición errática del Ecuador como Estado. El Estado ecuatoriano ha mostrado señales de naufragio. Desde mediados de marzo he seguido desde Europa las cifras en mi país y ya tenía claro, en ese entonces, que la provincia del Guayas estaba llamada a ser el peor punto de infección en el continente americano. Según las últimas cifras a disposición, bien podría haberse convertido en un momento en el peor foco infeccioso del mundo, con una tasa de mortalidad multiplicada por varias cifras en relación con las mismas fechas en años previos. Muchas razones se han sumado trágicamente para que esto ocurra. Entre ellas, hay dos que dan especial cuenta de las condiciones sociales que allí imperan: primero, la marginalidad de una parte importante de la población de esa zona, que vive en la informalidad laboral y el hacinamiento habitacional y sanitario, circunstancias que hacen muy difícil el cumplimiento y la efectividad de las medidas de confinamiento; y segundo, la corrupción del sistema de salud pública. Al respecto he leído hoy mismo un comentario del expresidente de la Comisión Nacional Anticorrupción, Jorge Rodríguez, quien indica que anualmente, a través de sobreprecios, cerca de 200 millones de dólares son substraídos del volumen total destinado para la compra de medicinas. En este contexto, la percepción general que tengo sobre el Ecuador en esta crisis es de enorme preocupación.
¿Qué reacciones, impactos o lecturas le generan las noticias que llegan desde Europa?
Las noticias europeas vividas de cerca, en un primer momento, y ahora a la distancia, me producen reacciones de todo tipo. Desde aquella de tensa calma por las cifras en Alemania, en donde reside mi hija y en donde viví muchos años; pasando a la indignación al conocer que el 21 de marzo, con 800 muertos diarios en el conteo italiano, en las zonas industriales de Bérgamo y Brescia, dos de las más golpeadas, todavía seguían funcionando algunas fábricas por presiones de los sectores empresariales; o incluso, la reacción de alarma por las señales de conflicto interno en la Unión Europea entre los países más ricos del norte y los del ámbito mediterráneo más afectado. También me he preguntado qué ocurre en los linderos de Europa. Vi ya con inquietud el crecimiento general de cifras en Turquía, que en un inicio presentaba pocos casos comparativamente. Espero que el continente europeo sea consciente de la mirada que hay sobre él en relación, por ejemplo, con las acciones que se tomen para evitar que la infección produzca una catástrofe en los campos de refugiados sirios en Turquía o en los campos de solicitantes de asilo en Grecia. Esos campos son señales de hecatombes cercanas a Europa, pero que en múltiples ocasiones parecen demasiado lejanas para la conciencia de muchos de sus habitantes.
¿La ciudadanía confía en el gobierno de Ecuador?
No. Creo que ha crecido la desconfianza con la política en general y especialmente con las figuras del orden nacional. Por ejemplo, el manejo oficial de las cifras ha sido, por decir lo menos, irregular. Hay señales de manipulación. Esto conlleva una enorme ansiedad, puesto que surge la sensación de que las medidas que se adoptan oficialmente se basan en análisis errados de lo que realmente está ocurriendo. Especialmente en las primeras semanas de abril, la diferencia entre la realidad y las cifras oficiales ha sido evidente e innegable. Por otro lado, aparecen liderazgos con mayor credibilidad en ámbitos locales y provinciales que empiezan a cobrar preponderancia en el manejo de la situación en sus territorios.
¿Qué opina del sistema sanitario de su país?
Es un sistema colapsado, no ahora, ya desde hace decenios. Hay evidencias de que es un espacio entregado desde siempre a clientes políticos del gobierno de turno para que lo manejen según sus intereses, especialmente en relación con las contrataciones y adquisiciones. En todos los campos: capacidades instaladas, protección del personal sanitario y de los pacientes, recursos a disposición, adquisición y ejecución de pruebas, etc., hemos visto momentos de auténtico vacío y descalabro.
¿Qué reflexiones personales le surgen a raíz de esta situación?
No podremos olvidar nunca los cadáveres en las calles de Guayaquil, los féretros en camionetas privadas haciendo cola en las entradas de los cementerios, los camiones con cuerpos amontonados, los parientes desesperados en las puertas de los hospitales. La muerte se ha hecho presente de manera implacable en mi país.
"Creo que como individuos y como sociedad debemos detenernos a hacer un recuento sincero, pero descarnado, de quiénes somos, qué hacemos y qué legado dejamos".
Debemos hacer un testimonio de las grandes fracturas, inequidades y contradicciones que nos acompañan. Mirarnos en el espejo en silencio y actuar. Se me viene también a la mente la palabra testamento -que tiene la misma raíz que testimonio-, tanto en el sentido de expresar nuestra voluntad en relación con lo que dejamos, como en el sentido espiritual de alianza, de compromiso. No por fatalismo, sino porque probablemente tener “las cuentas hechas” debería ser una acción de todos los días, un acto elemental de sinceramiento. Sin sinceramiento y transparencia, nada importante saldrá de esta crisis.
En estos días, ¿piensa en algún libro, alguna canción, obra de teatro, película…?
Hay muchos, las últimas películas de Tarkovsky, Nostalgia y Sacrificio, por ejemplo. Creo que nunca las he entendido mejor que ahora. También El séptimo sello de Bergman, en la cual la esperanza y una posibilidad de redención permanecen vivas en los personajes de los saltimbanquis, que representan el arte y la imaginación. La novela Narciso y Goldmundo de Hesse, es otro ejemplo, allí también aparecen la peste y la esperanza a través de la creatividad. Por supuesto, también La escala humana, colección de relatos de A. Ubidia, que hoy serían leídos no como relatos de una ciencia ficción lejana. He pensado, por otra parte, en el ensayo acerca del Teatro y la Peste de Artaud y su llamado a buscar una expresión teatral que nos lleve a sentir límites de dolor y catarsis, comparables con la intensidad de los afectos y vivencias de un apestado. Hay que ver qué teatro surgirá luego de esta pandemia.
¿Qué repercusiones puede traer consigo esta crisis en su ámbito profesional?
Ha traído ya muchas consecuencias. Soy un creador independiente y todo está detenido, cancelado y, en el mejor de los casos, pospuesto. El sector de las artes que se ejecutan en vivo es definitivamente uno de los más golpeados y tal vez, uno de los que más tarde se regularizará. En mi país, además, es un sector que secularmente ha estado en la marginación. Esta ha sido la coyuntura inmediata para mí. En términos más amplios, sin embargo, ha sido también un período de silencio y búsqueda.
¿La pandemia puede agudizar tensiones entre los países latinoamericanos? ¿Son previsibles conflictos entre fronteras?
Espero sinceramente que no. Los gobiernos que quieran llevar los asuntos a ese plano estarán intentando desviar la mirada de los problemas sociales internos que esta crisis ha puesto en evidencia con mayor fuerza. Sabemos, además, que esa es una de las motivaciones más comunes para ese tipo de aventuras.
¿El coronavirus ha sofocado el empuje de los importantes movimientos sociales que surgieron en numerosos países de la región latinoamericana?
No. Al menos en lo que se refiere a las luchas de los pueblos ancestrales por sus derechos y los derechos de la naturaleza. En el mediano y largo plazo, esas luchas pueden verse fortalecidas porque son expresiones de avanzada en relación con el tema del cuidado ambiental y de los ecosistemas. A esas luchas pueden plegar luego diversos sectores, especialmente urbanos, aquellos que ganen conciencia con esta crisis sanitaria sobre los problemas globales, para los que hay muchas respuestas en el nivel local, por ejemplo, en el campo de la solidaridad comunitaria. Naturalmente, en este instante, en el plazo inmediato, es indispensable exigir la especial protección de la salud de esos pueblos, la pandemia podría causar allí graves daños, pues se trata de poblaciones vulnerables. Esto es especialmente importante en la región oriental ecuatoriana. En esa zona hubo recientemente, por ejemplo, un grave caso de ruptura de oleoductos y derrame de petróleo con daños inmediatos de contaminación de agua. Esta es solo una muestra de esas hecatombes focalizadas que vemos con frecuencia en Latinoamérica. Asimismo, en relación con Colombia es indispensable no dejar de presionar social y políticamente para que se detenga la ola de asesinatos de líderes comunitarios. Se debe impedir que, bajo la sombra de una atención focalizada en el problema de salubridad, crezca esa terrible epidemia de violencia e impunidad.
¿Cómo cree que la crisis cambiará nuestra manera de entender el mundo? ¿De qué forma considera que lo observaremos en nuestras vidas?
Deseo que, tanto a nivel regional como global, se refuerce el sentido de que estamos todos en el mismo bote, pero sin olvidarnos de que hay sectores que sufren de una mayor vulnerabilidad. La crisis sanitaria muestra con intensidad las enormes asimetrías que existen en todos los campos. Habrá quienes estén dispuestos a mirar esto con mayor precisión y compromiso. Si es así, desearía que se profundice nuestra capacidad de solidaridad global, que implica cambios de comportamiento inmediatos, empezando en el ámbito personal y local. Esta es una oportunidad y las víctimas de esta pandemia, así como las generaciones futuras, exigen nuestra reflexión y nuestra atención concentrada y profunda sobre esos temas, aquella que quizás debemos tener despierta permanentemente y no solo en los estados de confinamiento y alerta como los que estamos viviendo ahora de manera obligada. En este contexto, se me vienen a la mente las especulaciones de Yuval Noah Harari acerca de la posibilidad de un mundo no muy lejano, en el cual la diferencia entre tener y no tener dinero podría llegar a estar expresada también en términos de castas biológicas, entre las cuales habrá unas superiores que han tenido acceso a optimizaciones producidas por la nanotecnología, la ingeniería genética, la bioingeniería y las tecnologías cyborg. Esta pandemia ha ocurrido aún en un mundo en el cual todos: pobres o ricos, letrados o iletrados, orientales u occidentales, etc. han sufrido los efectos nocivos de una minúscula partícula. En medio de todo esto, tal vez es bueno saber que tenemos aún la oportunidad -quien sabe si una de las últimas-, para entender a la humanidad como un conjunto, como un colectivo, unido por nuestra común fragilidad. Que la consecuencia de ello no sea un futuro con mayores grietas y asimetrías, sino todo lo contrario.
Crédito fotografía: Lorena Villacís