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21/01/2011 / Barcelona

Fresán: “A los 9 años quería ya ser escritor y parte de mi elección llega por que me gusta estar solo” ( y 2 )

Segunda parte de la crónica del acto vivido en Casa Amèrica Catalunya con Rodrigo Fresán y el crítico Ignacio Echevarría dentro del ciclo dedicado a los escritores latinoamericanos que explican las interioridades de su oficio a nuestro público. La próxima cita se producirá el martes, 22 de febrero, a las 20 horas, con el escritor y periodista colombiano Héctor Abad Faciolince, cuyo reciente libro, El olvido que seremos, ha obtenido unánime reconocimiento en toda América Latina durante el pasado año. Jorge Carrión estará al lado de Abad Faciolince. Volviendo a Fresán, en esta continuación, repasó recuerdos, su santoral de autores preferidos y dos ídolos destacados, Bob Dylan y Roberto Bolaño.

Dejábamos en la primera crónica a Rodrigo en las fiestas glamorosas de sus padres. Aunque alguna experiencia no lo fue tanto. Mas bien, una experiencia terrorífica: “A los 9 años, en Navidad, la Triple A vino a casa para secuestrar a mi madre. Como no estaba, me llevaron a mí. Mis padres quedaron horrorizados. Yo, en cambio, me lo pasé de muerte. Incluso comí mejor con ellos que en casa, la verdad. Entonces supe que quería ser escritor. Cuando volví, los vecinos me miraban como si fuera un enano terrorista…”. En la infancia le impresionaron David Cooperfield y Drácula. Ahondó en la vocación, ya seguro de su elección, “por que me gusta estar solo”. En cambio, “ni siquiera tengo terminada la educación primaria, lo que a veces me supone un engorro de explicaciones. Entre que me expulsaron de diversos colegios y me encerraba en bibliotecas, que mi familia pasó por exilios y otras circunstancias, nunca logré nada de eso. Además, siempre quise ser escritor”. Más adelante, el embrujo absoluto por Bob Dylan “la persona viva más legendariamente importante” y la amistad con Roberto Bolaño, “no en lo que se ha convertido, sino en el recuerdo constante al amigo, a los recuerdos vividos juntos”. El deseo de “haber vivido en el París de 1920 o el San Petersburgo de 1850” como ilusión utópica”. Del mismo modo que utópica le parece “la poesía, terreno misterioso para mí. Carezco de herramientas para descubrirla”. No le entra. Y según su retrato, ya sabemos que parece de ideas fijas. En su santoral particular, priman los autodidactas y, aunque le molesta seleccionar, suelta nombres casi a desgana, “John Cheever, Bioy Casares, Stanley Kubrick, Nabokov, Henry James, Tolstoi, Proust…”. Y se detiene un poco en Bolaño, casi a regañadientes, como si pisara huevos y, denlo por seguro, tuviera pavor a ser malinterpretado: “Su proyecto es de escuela muy latinoamericanista y disfruto leyéndolo, pero no es lo mío. Su influencia, el boom Bolaño, se notará en la próxima generación de escritores, Su obra resulta admirable. Si rascas un poco en ella, es pura continuación de los grandes clásicos: exilio, dictadura, el continente, la ética del fracaso, profundidad en los temas…. Así me explico su éxito en los Estados Unidos, por ejemplo. Viene a ser la renovación de los mejores”. Por contraste, a Roberto la fama y el reconocimiento le llegaron tarde. A Rodrigo Fresán, de buenas a primeras, ya con el primer libro. Llegar a la literatura y conseguir el primer triunfo: “Gracias a Jorge Herralde, sin duda. Entonces, ni yo ni nadie en Argentina pensaba publicar en Anagrama así, en el debut ni como fantasía. Lo viví de manera aliviada, francamente. Ya no tenía que aspirar a eso. Era saltarse los obstáculos…”. Empezar por arriba y quedarse ahí instalado. Hasta hoy, en el caso de Rodrigo Fresán, a quien le gusta estar solo y huir de encasillamientos.