(Artículo de Antoni Traveria, director general de Casa Amèrica Catalunya, publicado en la edición del sábado 30 de septiembre de El Periódico de Catalunya, horas antes de la apertura de urnas en los colegios electorales de Brasil). “Ni los numerosos escándalos de corrupción que han salpicado la acción de su gobierno, ni la cadena de dimisiones en su entorno político de confianza más personal, ni tampoco las denuncias de última hora de una oposición desorientada parecen ser argumentos suficientes para evitar que Luiz Inácio Lula da Silva logre prolongar su mandato popular en la presidencia de Brasil...”
“La supervivencia de Lula”, por Antoni Traveria, director general de Casa Amèrica Catalunya
(Artículo de Antoni Traveria, director general de Casa Amèrica Catalunya, publicado en la edición del sábado 30 de septiembre de El Periódico de Catalunya, horas antes de la apertura de urnas en los colegios electorales de Brasil). “Ni los numerosos escándalos de corrupción que han salpicado la acción de su gobierno, ni la cadena de dimisiones en su entorno político de confianza más personal, ni tampoco las denuncias de última hora de una oposición desorientada parecen ser argumentos suficientes para evitar que Luiz Inácio Lula da Silva logre prolongar su mandato popular en la presidencia de Brasil.
Si además consigue ganar en primera vuelta este domingo con más del 50% de los sufragios podremos convenir que nos hallamos ante una figura política incombustible que ha sabido levantarse fortalecido de las severas caídas sufridas en estos años. Desde los ya lejanos inicios de su carrera, Lula ha mostrado una enorme capacidad para sobreponerse a la derrota y salir airoso, hasta la fecha, de situaciones especialmente críticas que hubieran acabado con muchos líderes con una teórica superior formación intelectual y política.
Su primer intento frustrado de acceder a la presidencia se produjo en 1989. Lula perdió en el último minuto ante un candidato prefabricado de urgencia por la oligarquía financiera tradicional con el decisivo apoyo televisivo del grupo mediático más influyente de Brasil. Iba por delante en todas las encuestas, pero la campaña sucia del miedo al comunismo que Lula representaba, decían, le derrotó ante Fernando Collor de Mello, que acabaría su mandato hundido en una marea de corrupción. Cinco años después, el triunfo de Fernando Henrique Cardoso supuso su segundo fracaso. Nadie pensaba entonces que seguiría en política, nadie imaginaba que volvería a intentarlo otra vez en 1998. Favorito de nuevo en las encuestas, declaró en aquella ocasión que paralizaría el proceso de privatización de las empresas públicas y que se disponía a corregir la política de cambio. Aquellas palabras poco prudentes le costaron la elección después de una espectacular caída de las bolsas. Lejos de rendirse, en 2002, en su ya cuarto intento, logró un triunfo histórico indiscutible con más de 52 millones de votos.
Lula había moderado y madurado sus propuestas, había también cambiado su característico atuendo informal por trajes de diseño, el corte de pelo y la dentadura. Más pragmático, mucho menos radical, más ortodoxo, menos ingenuo, el marketing entró en la vida del tornero metalúrgico doctorado en sindicalismo que con enorme tenacidad logró convertirse en un símbolo de referencia política más allá de las fronteras de Brasil. También el país había cambiado desde aquellas primeras elecciones libres de 1989. A pesar de sonoras frustraciones, la transformación democrática más aparente en esos años supuso que los más desposeídos se estaban incorporando a los procesos de decisión política.
Precisamente las políticas sociales hacia los más desfavorecidos y la redistribución de la renta son dos de las claves para entender, en gran medida, la confianza que mantiene Lula entre una parte significativa del electorado. Los programas Hambre Cero y Bolsa Familia, que distribuyen dinero a cerca de 40 millones de personas, han satisfecho necesidades mínimas de miles de familias condenadas a subsistir en la miseria. La prestigiosa Fundación Getulio Vargas acaba de publicar una investigación en la que destaca que en este primer mandato del presidente Lula la pobreza se ha reducido un 19 por ciento; la renta media de los brasileños ha tenido un crecimiento en 2005 de un 29,75% mientras con Cardoso en la presidencia, la caída alcanzó el 5%, por las diversas inestabilidades financieras que sufrió a partir de 1998, tras su reelección.
Tal vez el momento más crítico para Lula, aunque ha habido más, se produjo en agosto del año pasado cuando buscó refugio en las tierras del nordeste, la zona donde se concentran grandes bolsas de pobreza y en la que obtiene los índices más altos de apoyo popular. La oposición política llegó a reclamar su juicio político para inhabilitarle como presidente. Se había quedado solo. La cúpula de su Partido de los Trabajadores (PT) y varios ministros de su gabinete habían sido literalmente barridos al aparecer involucrados en sobornos y malversaciones en una tupida red de corrupción institucionalizada. Las comisiones de investigación se sucedieron en un Parlamento convertido en una especie de circo romano retransmitido en directo por las televisiones durante interminables horas de insultos, sin tregua alguna en las descalificaciones entre los contendientes. Un espectáculo de bajas pasiones en el que todo valía para desacreditar al enemigo, sin alcanzar a comprender que todos podían quedar bajo sospecha, incluidas las instituciones democráticas, como así ha sido. Lula estuvo acorralado y él solo logró levantarse.
Los últimos días de campaña han servido para acentuar la estrategia de erosión sobre Lula a raíz de nuevas revelaciones de corrupción. Pero a este hombre acostumbrado a la supervivencia, las encuestas vuelven a otorgarle ahora el papel de favorito, con un mínimo de 15 puntos de ventaja sobre Geraldo Alckmin, candidato de una variopinta coalición de partidos de derecha y centro que ya sólo aspira a que Lula no alcance a la primera más de la mitad de los votos emitidos para forzar así una segunda vuelta el próximo 29 de octubre. Y Lula responde: “Fidel Castro escribió que la historia un día lo absolverá. Yo no voy a precisar esperar por la historia: el pueblo me absolverá ahora”. Veamos".