En octubre de 1969, Joan Manuel Serrat descubrió Latinoamérica. «Creo que ha sido el viaje más largo. Fue el primero y el más largo», recuerda. En efecto, estaba programado que la gira fuese de tres meses y, al final, la estancia se alargó hasta medio año. Enseguida va evidenciarse una sintonía perfecta: las canciones del recién llegado fueron muy bien recibidas y éste conoció «un lugar maravilloso, una América muy puesta en marcha, donde estaban pasando muchas cosas». El joven Serrat quiso aprovechar la experiencia. Lleno de entusiasmo, va dejarse ir por la curiosidad de saber. El vínculo emergente y hoy inmutable surgió de las inquietudes que invitan a buscar y aprender.
“Mi primer viaje a América fue una experiencia absolutamente contundente”
En octubre de 1969, Joan Manuel Serrat descubrió Latinoamérica. «Creo que ha sido el viaje más largo. Fue el primero y el más largo», recuerda. En efecto, estaba programado que la gira fuese de tres meses y, al final, la estancia se alargó hasta medio año. Enseguida va evidenciarse una sintonía perfecta: las canciones del recién llegado fueron muy bien recibidas y éste conoció «un lugar maravilloso, una América muy puesta en marcha, donde estaban pasando muchas cosas». El joven Serrat quiso aprovechar la experiencia. Lleno de entusiasmo, va dejarse ir por la curiosidad de saber. El vínculo emergente y hoy inmutable surgió de las inquietudes que invitan a buscar y aprender.
Joan Manuel Serrat evita hacer mención de los éxitos y reconocimientos que ha obtenido en Latinoamérica. Prudente y sencillo, sólo admite que, desde el principio, gozó de una gran aceptación. Aunque solo sea a corte de información o de anécdota conviene destacar, pero, que la escala inicial de su primera gira americana lo situóe en el Brasil, donde ganó el IV Festival Mundial de la Canción de Rio de Janeiro cantando Penélope. Acto seguido, Argentina, Chile –donde conoció al poeta Pablo Neruda–, México, Perú, Colombia, Venezuela, Puerto Rico –donde visitó al violonchelista Pau Casals–, Santo Domingo y México, otro golpe: «Fue un viaje rebosante de sorpresas; todo ello fue una experiencia absolutamente contundente. Es preciso recordar que aún era reciente el llamado “cordobazo” a la Argentina, que en México había pasado la matanza de la plaza de las Tres Culturas, que Allende se proclamaba candidato de Unidad Popular en Chile... Era, en definitiva, una América muy convulsada».
Serrat volvió a Barcelona el 21 de febrero de 1970 con más de seiscientos mil discos vendidos. Medio año difícil de olvidar, sobre todo por su trascendencia emocional: «Aquella gira me llevó al conocimiento y a la estimación; también a encontrarme rodeado de una gente que fue capaz de integrarme en su realidad. Una realidad que aún me tiene absolutamente tomado porque es muy difícil pasar por esta experiencia y olvidarla. Han pasado quasi cuarenta años, una vida en la cual he aprendido mucho de América. Allí hi he dejado mucho, hi he perdido mucho, y he ganado mucho. Uno se siente siempre atado a sus amores, a sus recuerdos, donde arraiga el más profundo de sus sentimientos», concluye.
Escuchándolo, se entiende a la perfección aquello que él define como “un latinoamericano en Barcelona” –«es una simplificación, pero lo resume suficiente bien», admite–. De hecho, y tal y como lo recoge su web oficial, el año 1997 la asociación “Tertulia Sudacas Reunida” lo galardonó con el premio Sudaca excepcional en reconocimiento a “los alientos de libertad y solidaridad” que sus canciones han llevado a los pueblos suramericanos. Al recibir el premio, Serrat manifestó que «llevo demasiado tiempo viviendo como sudaca y ya es hora de que me llamen así».
Cuando se le pide si comparte la opinión de aquéllos que lamentan que España viva de espaldas a Latinoamérica, Joan Manuel Serrat responde que sí, que siempre ha sido así y que esta actitud también la proyecta de puertas hacia adentro: «Lo mismo pasa con su propia realidad mestiza de hoy en día. España, y Barcelona no es ninguna excepción, vive profundamente de espaldas a este nuevo mundo, fantástico e híbrido que se está generando constantemente».
En lo que concierne al actual contexto político latinoamericano, Serrat reclama «huir de clichés y evitar las equiparaciones». Entiende que, ciertamente, la región está viviendo momentos intensos porque, entre otras razones, «hay opciones políticas, pensamientos, que por primera vez tienen una responsabilidad de gobierno», pero subraya que, en su opinión, no puede hablarse de una izquierda “globalizada”: «La distancia que hay entre Michelle Bachelet y Hugo Chávez es muy grande en muchos sentidos; eso también es así con los pensamientos de Alan García i Tabaré Vázquez, o con los de Lula y Evo Morales. En cualquier caso, en Latinoamérica están pasando cosas, y sería bueno que el mundo las viese con la curiosidad y el respeto que se merecen». Lo dice alguien que del respeto ha hecho bandera y que, en reconocimiento a su contribución en las relaciones entre España e Iberoamérica, recibió, el año 1995, la “Encomienda al Mérito Civil” de manos de Felipe González, entonces presidente del Gobierno español.
Coincidiendo con una de las prioridades que se marca Casa América Catalunya, Joan Manuel Serrat considera que es necesario concentrar esfuerzos y ocuparse de las personas que, «cargadas de sueños, ilusiones y proyectos», llegan procedentes de la otra parte del Atlántico. Jornadas como, por ejemplo, las que la institución dedicó a los jóvenes latinoamericanos que viven en Catalunya con el objetivo de promover la convivencia, eliminar estereotipos y analizar los problemas reales que los afectan cuando abandonan sus países de origen, atan con el llamamiento que hace el cantautor: «La gente que llega es la más necesitada porque no tiene ningún tipos de soporte. Éste es un camino de trabajo al cual conviene dedicar muchas atenciones. Quizás sea un camino humilde y de pequeñas cosas, pero sin duda puede ser el más eficaz».
Para Serrat, en definitiva, no son necesarios grandes debates para analizar el fenómeno de la inmigración: «Hay la misma distancia de América en España que de España en América. Nuestros abuelos son un ejemplo de frustración y de fracaso, en general, de la inmigración. Tendríamos que recordar estas historias en un momento en que el viento sopla del otro lado».