La escritora e ilustradora mexicana Monique Zepeda es toda una referencia en el ámbito de la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). Autora de diversos libros infantiles como “El cuaderno de Pancho” o “Kassunguilá” y también de publicaciones dirigidas al colectivo de maestros, esta pedagoga y psicóloga clínica infantil ha participado en las recientes jornadas sobre el género “Cuentan que cuentan”, organizadas por Casa Amèrica Catalunya. Firme partidaria de que los textos infantiles no escondan la realidad por muy dura que sea –“los niños son un filtro rigurosisímo”, advierte–, Zepeda celebra el avance de la LIJ en América Latina, “lo que permite producciones más osadas y no tan “rosas”. En la siguiente entrevista, la escritora aboga por la educación como fórmula para proteger a los niños de las calamidades que nos rodean. “Si les acercamos las palabras, los niños las pueden tomar. Y con palabras uno se puede armar como persona”.
Monique Zepeda, escritora e ilustradora mexicana de literatura infantil: “No hay que ocultar nada a los niños: la infancia no se puede preservar en una capsulita”
¿Qué sensaciones le han dejado las jornadas “Cuentan que cuentan”?Ha sido una iniciativa muy afortunada. La lectura de los ojos de Europa sobre Latinoamérica –y no al revés: nosotros siempre miramos a Europa– es una señal de otrosy mejores tiempos, de una integración multicultural saludable para ambos lados y de un reconocimiento de lo que ocurre allá, de ese movimiento tan fresco. ¿La LIJ latinoamericana es muy apegada a la realidad o abundan los intentos de evitarla por su dureza y complejidad? No se trata de evitar la realidad. Lo que pasa es que la realidad se filtra y se cuela a través de lo que uno necesita contar. Y lo que uno necesita contar, al menos en mi caso, son cosas que tienen que ver con las espinas de lo que ocurre en América Latina: con el dolor de los niños indígenas, la pobreza, el hambre. A veces coincide esa realidad con la necesidad de escribirla. Y a veces ocurre que lo universal y lo humano se filtra a través de ese contexto. Aunque en la ilustración aparezca presente América Latina, lo que se está hablando es universal y funcionaría aquí o en Japón y no tiene que ver con el contexto. Ocurre así en algunos de mis libros, donde el tema pueden ser las grandes pérdidas, los dolores, y esto se siente en cualquier continente. Por ejemplo, en un libro mío de ‘arte-objeto’, “Kassunguilá”, los objetos tienen que ver con mi realidad, con los juguetes con los que yo crecí, con objetos de uso cotidiano en México... Y la historia que se cuenta, que es la capacidad de repararse a sí mismo, es universal, aunque el contexto, el entorno, el escenario, sean muy localistas. Ocurren ambos factores. Permanentemente. Y como ilustradores o escritores lo que ocurre es que se filtra todo: lo humano, lo universal y el contexto. Todos están en planos superpuestos. La realidad de México, ¿cómo se debe trasladar a los niños? La situación del narcotráfico en México es apabullante. Hace unos cuantos años, cuando para los ojos de los niños ya era visible, lo incorporé en una novela como un personaje que se topa con un evento relacionado con el tráfico de drogas y cómo percibe con asombro que tan cerca de su mundo y tan lejos de su corazón estuviera ocurriendo eso. Hay que filtrarlo para los niños, pero, repito, las historias se cumplen a sí mismas. Y si la historia necesita contar eso, si es un ingrediente de algún personaje, pues habrá que contarlo. Los niños son mucho más agudos de lo que pensamos: no les ocultemos nada, están inmersos en la cultura, en las noticias. Afortunada o desafortunadamente, no hay muchas maneras de filtrarlo, de preservarlos de todo eso. La infancia no es algo que se puede preservar en una capsulita. ¿Comparte la sensación de que la LIJ parecería una literatura de segundo orden?Ya no. Los tiempos han cambiado para la LIJ. Hace unos años sí ocurría eso. Era como un rubro menor de la literatura, pero me parece que al menos en México y en América Latina eso ya no está pasando. Hay un auge enorme, hay muchísimas editoriales, la producción es gigantesca. Hay un gran lugar para los libros para niños. La mayoría de la población latinoamericana son jóvenes y niños. Es un “mercadote”. Siempre habrá quien pueda mirar ese rubro de la literatura como algo menor, pero eso ocurre cuando no tienen niños. En el momento en que tienen niños y pueden ver qué ocurre en la mente de un niño, se vuelve muy interesante y los libros para niños deján de estar clasificados como algo menor. ¿Es Latinoamérica la punta de lanza de la LIJ en el mundo?Yo no diría que es la punta de lanza, pero por el tamaño del mercado hay producciones más osadas. Durante mucho tiempo, España fue un modelo de lo que se podía hacer en libros para niños. Y en América Latina, por lo que observo, por el número de editoriales, que se han multiplicado, se atreven a publicar temas que no son muy “rosas” y a abordar las cosas para niños desde otros ángulos con una enorme calidad literaria y con ilustradores verdaderamente talentosos. Se ha volteado todo para ver ese mercado y eso ha sido muy afortunado. El beneficiario último es el niño, que tiene ahora un universo muchísimo más amplio donde escoger, donde hay ‘literatura literatura’ y no sólo pedagogía, “te voy a enseñar, te voy a educar, te voy a amaestrar...” No, no, es “te voy a contar algo”. La tradición oral latinoamericana ¿cómo queda reflejada en este fenómeno?Influye. Es algo que está en el transfondo, es la cadencia que está detrás de lo que se está escribiendo. México puede llegar a ser un país de ‘lectores lectores’ porque existe una tradición oral importante. Todavía nos falta camino por recorrer, pero, efectivamente, la tradición oral abre la brecha para la literatura. ¿Le inquieta el auge de los medios audiovisuales? Es una competencia fuerte. La televisión es un medio con unas ventajas gigantescas. Pero el libro tiene una condición de intimidad de la que carecen los medios audiovisuales. La posibilidad de encontrarte contigo en una imagen o en un relato ni siquiera ocurre en una película, en el cine. Además de escribir, hace ilustraciones. ¿Cómo funciona esta dualidad?¡Soy ilustradora por azar, lo soy porque no sé dibujar! Lo tuve que plasmar de otra manera... O sea, que no hace falta saber dibujar para poder ilustrar...Lo que yo hice fue “arte-objeto”. Ese es otro canal. Me siento muy honrada de ser llamada ilustradora (ríe). Lo que yo armé son grandes escenarios con muchos objetos y mucha riqueza, pero son independientes. Uno puede ser escritor y tener toda la riqueza puesta en la letra, en la tinta, y otro puede ser ilustrador y aportar una cosa enorme a un texto, habilitándolo, haciéndolo vivir. Son dos canales. Y en algunos de mis libros los he compartido, ¡y es precioso!. También es autora de libros dirigidos al colectivo de maestros. ¿Está tan extendida como la desmotivación del colectivo y si es así cómo recuperar su autoestima?Eso tiene que ver con el ámbito político. Desde el interior del maestro, ocurren procesos de desaliento: el ‘síndrome del quemado’, poco reconocimiento, salarios que no alcanzan, el desgaste permanente... Uno de mis textos, “Profesión maestro”, tiene que ver con las herramientas invisibles de los maestros, que no están en el currículum, que no son técnicas pedagógicas, que no tienen nada que ver con aplicar técnicas en el aula sino en cómo buscar en la fuente que todavía tienen viva algo que permita hacer su trabajo con el corazón. Y con la competencia científica, desde luego. Pero la pura competencia no alcanza para mantener... Está diciendo que un maestro sin pasión......no sirve. Los niños son un filtro rigurosísimo. Un niño percibe cuando no eres genuino, cuando no estás vivo, cuando ya estás más muerto que vivo, y lo percibe y lo rebota. Perciben claramente la diferencia entre un texto literario y uno pedagógico. Cuando la intención es educar y no entretener, y no divertir, y no contar... Lo perciben muy rápidamente y no hay manera de “engañarlos”. ¿Cómo ve el futuro para la actual generación de niños?Por lo menos en la realidad que a mi me toca vivir, espero que los niños tengan más capacidad de decir lo que les pasa y lo que sienten y que así estén menos expuestos a riesgos. Si tienen más alfabeto con que nombrarse, pueden preservarse mejor de lo que ocurre en el contexto. Y me refiero no sólo a estos temas del narcotráfico: el abuso infantil, la violencia familiar... un montón de cosas que están ahí en el mundo. A veces, no tener palabras para nombrarlas te ponen más en riesgo. No sé cual será el futuro, pero si creo que si nosotros les acercamos las palabras los niños las pueden tomar. Y con palabras se puede uno armar como persona, como sujeto. Ojalá que eso ocurra.