Myriam Rodríguez, ex-guerrillera del movimiento colombiano M-19 y viuda del líder de esta organización y candidato a la presidencia de Colombia, Carlos Pizarro, rompe su largo silencio. Con motivo de la exposición “Ya vuelvo. Carlos Pizarro, una vida por la paz” de Casa Amèrica Catalunya y M-ART, Rodríguez explica su trayectoria como mujer, madre y activista de la guerrilla directamente implicada en la lucha para mejorar las condiciones sociales, económicas y políticas de su país. Éstas son sus reflexiones: “La historia de Colombia ha escrito innumerables páginas de rebeliones, insurrecciones y protestas populares que han sido presentadas como manifestaciones políticas diferentes, por parte de los dos únicos partidos políticos tradicionales, con opción de llegar al poder: el Partido Liberal y el Partido Conservador, pero las cuales, realmente han sido manifestaciones de desigualdades sociales, en donde las dirigencias de los dos partidos han sido beneficiadas respecto al reparto del poder...”
Myriam Rodríguez, ex-guerrillera del M-19 de Colombia: “Queríamos romper el silencio, poner rostros a la revolución y hacer propuestas al país” (I)
De ahí que, hábilmente, nuestros dirigentes políticos han logrado mostrar a Colombia como una de las democracias más antiguas de América, pero que no deja de ser una nación con una de las desigualdades sociales más grandes del continente. Preguntémonos: ¿cuál ha sido la participación de la mujer en esas guerras y en la construcción de la paz? Las mujeres, en esta historia, hemos sido arte y parte, tanto en la guerra como en la paz. Curiosamente, Colombia fue el primer país del mundo en otorgarle el voto a la mujer. Ocurrió en Vélez (Santander, Colombia) en 1853, cuando éste se declaró estado soberano, pero la legislación pasó desapercibida para las mismas mujeres y murió por inercia en 1860. El reconocimiento de los derechos políticos de la mujer en nuestro país es el resultado de un proceso lento y doloroso. El voto femenino fue negado dos veces, en 1944 y en 1946, y finalmente fue otorgado en 1954, también curiosamente durante la última dictadura que ha sufrido Colombia, la del general Gustavo Rojas Pinilla. Pero los derechos de la mujer, siguen todavía siendo en la práctica vulnerados o no reconocidos en su mayoría. Generación de rupturasEn la historia del mundo, ha habido generaciones llamadas a cambiar las cosas. La nuestra, como otras, fue definitivamente una generación de rupturas. Todo el tiempo que vivimo, era revolucionario: el pensamiento, el comportamiento, las artes, la literatura, la música, la apariencia. Todo respiraba inconformismo, cambios, transformaciones, la no aceptación de establecimientos que no funcionaban y de compromisos sólo por conveniencia. Dar un vuelco era una necesidad imperativa. Nuestro rumbo, definitivamente, era la revolución. El mundo tal como lo habían diseñado y establecido debía cambiar. Y ese cambio era inminente. Ese fue el compromiso de nuestra generación. Permítanme ahora contarles algo de mi experiencia personal. Después de mi matrimonio a escondidas de mi familia y de mi viaje a Nueva York cuando tenía 17 años, pasé a ser una mujer que participó en las marchas contra la guerra de Vietnam y contra las dictaduras del Cono Sur en América Latina. En el aire de la “ciudad de todos” estaba latente lo que los Estados Unidos difícilmente habían aceptado: la lucha por los Derechos Civiles y la reivindicación de esos derechos, a pesar del sacrificio de Martin Luter King y de Malcom X. Yo estaba al lado de esa lucha antirracista, me parecía que la justicia era la forma más digna de vivir la vida, admiraba personajes como el Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Fidel Castro. Había conocido en mi país la historia de Camilo Torres, el cura guerrillero que había sido excomulgado por la iglesia, la de los curas rebeldes de Golconda y había visto también, en auge, un movimiento estudiantil fuerte y cohesionado. La entrada en el M-19Después de regresar a Colombia y al poco tiempo de conocer a Carlos Pizarro, solicité la militancia en el Movimiento guerrillero M-19 y aunque él se opuso no era yo persona diseñada para vivir una vida pasiva. El M-19 estratégicamente se había creado como una guerrilla urbana y, aunque los aparatos militares eran muy difíciles de mantener en los centros urbanos, había que tener en cuenta, para operar eficientemente, que Colombia es un país de ciudades donde se concentra la mayor parte de la población, porque ahí están los centros económicos, políticos y la industria con su población obrera y con los movimiento estudiantiles. Después de los períodos de violencia que habíamos vivido los centros urbanos habían crecido desmesuradamente al haber tenido que acoger poblaciones enteras desplazadas por la guerra. Ya habrían de llegar los tiempos de replegarse cuando la imposibilidad de permanecer en la ciudad nos arrojara a las montañas, pero entonces pensábamos que estaría tan avanzada la revolución que no sería por mucho tiempo. Tradicionalmente, las guerrillas rurales en Colombia habían estado marginadas de los procesos políticos. En esta materia, el M-19 debía romper este silencio y hacer propuestas al país. Había que ponerle rostros a la revolución y era necesario acompañar las luchas de los trabajadores y vincularse a ellas. Consideraba saludable para la democracia romper el bipartidismo y crear manifestaciones políticas diferentes ya que la oposición existente eran las guerrillas y un Partido Comunista de orientación marxista-leninista poco cercano al lenguaje nacional. Las guerrillas estaban conformadas por grupos trashumantes de hombres cargados de necesidades, tratando de sobrevivir, y sin poder así presentar enfrentamientos de envergadura ni ninguna alternativa diferente de cambio, y menos ingerir en la política nacional. Los golpes infringidos por la fuerzas militares y las divisiones internas los marginaban aún más. El nacimiento del M-19 fue novedoso, haciéndose conocer a través de una campaña en los principales diarios del país, promoviendo un producto que se anunciaba contra la pereza, la inercia y los parásitos. El audaz robo de la espada de Bolívar de la casa museo de Bogotá hace que el M-19 se presente a la vida pública. Luego, el M-19 nutre su accionar militar recogiendo las experiencias operativas de los militantes que se sumaron a nuestras filas provenientes de los Tupamaros del Uruguay y los Montoneros de la Argentina, tras los golpes militares que sufrieron las guerrillas del Cono Sur. Militancia y clandestinidadA finales de 1969 se realiza la “Operación Colombia”. El M-19 sustrae del Cantón Norte más de 10.000 fusiles a través de un túnel que se construye desde una casa aledaña. El Cantón Norte era la principal base militar del país donde se concentra el Batallón de Infantería, la Escuela de Caballería y la Artillería. Con la audacia de este golpe, directo al ejército, se desató una de las oleadas de represión más grande que ha vivido la historia colombiana. Rápidamente, y a tiempo, había logrado escaparme en compañía de mis dos hijas, la mayor de 7 años y la pequeña de 8 meses de edad. Caminaba entre los piquetes de soldados que inundaban la ciudad, con una pequeña bolsa en donde llevaba los pañales y los biberones de mi hija y dos granadas de fragmentación. Por su seguridad, había tenido que dejar a mis hijas con mi familia. Nada podía garantizarles y la persecución era implacable. Así que el único camino que me quedaba era la clandestinidad. Y aún así, la clandestinidad nada garantiza. Esconderse, intentar cambiar hábitos, espacios, alejarse de todo lo que es su vida, sus hijos, sus padres, su entorno, su trabajo... e intentar por todos los medios no ser reconocido. No dejarse tentar por nada, no intentar nada, porque todo lo ponías en peligro. Eso de vivir escondida en la ciudad, definitivamente, me agotó tanto que muy prontamente me trasladaron y terminé con otros compañeros fundando las guerrillas móviles de Santander, un departamento al nororiente de Colombia. Allá iniciamos una escuela de instrucción política. Santander fue una experiencia no muy larga. Muy cercanos a pueblos, con los campesinos de la zona. Estábamos armados, pero, ¿cómo no estarlo? Todos sin excepción éramos clandestinos. Éramos 10 en total, 7 hombres y 3 mujeres. Digo que la experiencia no fue larga porque al cabo de un tiempo fuimos detectados, o delatados por uno de nuestros alumnos. Esa mañana, luego de un combate y dada la precariedad de nuestro armamento, caímos presos. Nos llevaron en helicóptero a la Base Militar de Cimitarra, donde estuvimos sometidos a torturas durante 23 días. Posteriormente nos trasladaron a las cárceles...