Alguien tan enorme como Carlos Monsiváis puede generar tanta calidad como la brindada en las jornadas de homenaje organizadas por Casa Amèrica Catalunya el pasado mes de noviembre. Esta vez, le cedemos el protagonismo a otro de sus íntimos colaboradores, el caricaturista Rafael ‘El Fisgón’ Barajas, acompañado por el periodista y el periodista y escritor Jenaro Villamil. Ellos se centraron en el perfil del Monsiváis dedicado a liderar y dotar de contenido intelectual a todo tipo de causas justas.
Noviembre (26): Cómo echar de menos al Santo Patrón de las causas perdidas mexicanas y resistir su ausencia
Consciente de la importancia de Barajas y Villamil en el entorno de Monsiváis, Villoro no se perdió la plática (charla, en argot mexicano) de ambos sentado en primera fila. Ni tampoco la introducción de Marta Nin, gestora del evento, cuando comentó la génesis del homenaje: “Su muerte me agarró allá, preparando una exposición de Casa Amèrica Catalunya y Diego Celorio, agregado cultural del Consulado en Barcelona, me buscó los contactos. Cuando expresé nuestra idea de homenaje, todos se brindaron a colaborar con nosotros. Elena Poniatowska y Marta Lamas, otras amigas íntimas de Carlos, no pudieron desplazarse acá por motivos de agenda, pero tanto Rafael como Jenaro se entregaron sin conocerme. ‘El Fisgón’ me abrió su casa y con Jenaro pasamos incontables horas en Bellas Artes. Esa pasión por el intelectual y la persona es la que hemos trasmitido también aquí en este homenaje”. Sin duda, ha sido así. Si alguien no conocía a Monsiváis, ha quedado cautivado por él en boca de sus más cercanos, tal como resumió Marta, adjunta a la dirección general de nuestra Casa. Villamil lo expresa en entrevista que pueden leer en este resumen del año y Barajas, en quien centraremos el texto, arrasó a idéntico nivel de brillantez de los restantes ponentes. Diríase que Carlos los inspiró o bien que sabía escoger el nivel de amistades y ponía el listón muy, muy arriba. Allá que arrancó el caricaturista ‘Fisgón’, a quien reducir a esa etiqueta es minimizar en absoluta caricatura de trazo grueso: “Monsiváis era ingenioso y sarcástico incluso para nombrar a sus gatos. A uno de origen chino le bautizó como Miau Zedong y a otra le llamó La Gata Christie…”. Barajas, muy metido en el intríngulis intelectual mexicano, soltó perlas preciosas: “Incluso el comedido Octavio Paz confesaba su pasión por Carlos. Decía que sus extraordinarios textos habían creado un nuevo lenguaje. Le parecía que había leído todos los libros, todos los cómics y vistas todas las películas. Le denominaba ‘un género literario por sí solo’. Y ese humor tan suyo, cuando decía ‘seguro que Vicente Fox no me considera un intelectual’ y se guardaba el resto de la frase…. Cuando caminábamos por la calle, la gente hacía cola para fotografiarse con él y pedirle autógrafos. Después, me decía, ‘y pensar que nadie me ha leído nunca’, porque México no lee, pero su chispa era popular, el pueblo le creía, le escuchaba, le conocía, le seguía y respetaba”. Cómo no, el ingenio de sus aforismos saltó pronto a la palestra: “Linda Egan, una crítica literaria de los Estados Unidos, prepara un volumen sobre sus frases. Le va a salir bien grueso, seguro. Me viene ahora una a la cabeza, ‘un presidente no tiene derecho a la infelicidad, porque para eso ya están los gobernados’… Monsiváis disponía de una memoria fotográfica. A los ocho años se sabía la Biblia de memoria, ¿se imaginan eso?. Además, era capaz de competir a versos de Neruda con el propio Neruda…¡y corregirle!. Eso pasó de verdad una vez que el poeta chileno vino a México. ¡A Neruda!. Y Pablo le dio la razón. ¡Híjole!...”. Ante tales anécdotas, o ríes a carcajadas o se te desencaja la mandíbula de pura estupefacción, no hay término medio. Ahí, la interjección admirativa bien mexicana soltada por ‘El Fisgón’ está más que justificada, sin duda. Detalles de tal calibre justifican, pues, que Barajas considere “su popularidad fuera abrumadora, pero no explica tanto, tanto cariño. Cuando sacábamos su féretro de Bellas Artes, una multitud se arremolinó ante los portadores para tocarlo. Auténtica devoción de la masa que no leía. Lo explico por ser nuestro Santo Patrón de las Causas Perdidas Mexicanas, la definición perfecta del intelectual público, aquel que asume un papel activo en defensa de la sociedad, el punto de referencia, la autoridad ética, independiente, alejada del poder…”. ‘El Fisgón’ extrajo argumentario desde las raíces históricas de tal perfil: “Hablamos de una figura con grandes ramificaciones en la Europa y los Estados Unidos de los siglos XVIII y XIX. Pensemos en John Milton, Voltaire, Victor Hugo, Zola, Einstein, en paradigmas de la acción para los que la inacción social resulta cobardía. Gentes como el Unamuno español rebelde ante Millán Astray, al que se enfrenta por la libertad y la cultura cuando otro callaría temiendo por su vida. Personajes como Noam Chomsky o Gore Vidal en los Estados Unidos de hoy. Gentes capaces para avanzar en la ética y el conocimiento humano”. Avasallador de nuevo Barajas, pletórico: “Ante la barbarie, el atraso y el cinismo; el horror, el machismo, el clasismo, el racismo, la corrupción y este tipo de lacras; México estaba urgido de rectitud y esa virtud la encarnaba Carlos Monsiváis. Sus armas eran antitéticas: Ética, persistencia en la búsqueda de la verdad y hasta el don de la ubicuidad. El último día de su vida aún participó en tres eventos de esas causas perdidas que logró avanzar porque muchos de cuantos le seguían, le escucharon, reflexionaron sobre sus opiniones y lograron cambiar de parecer. Ese es el papel del intelectual público, su impulso civilizador. Asqueados de la vileza humana, lo que importa y nos basta es la fe de uno. Pasarán muchos, muchos años hasta que volvamos a contar con otro Monsiváis, pero creó escuela. Como decía aquel graffiti del mayo del 68, ‘la lucha sigue’ porque el suyo es un largo aliento de inspiración solidaria para las nuevas generaciones”. Llegado el turno de preguntas en esta magnífica atmósfera, Juan Villoro indagó por el futuro de El Estanquillo, el museo póstumo de Carlos. Respuesta de Barajas, albacea voluntario de un Monsiváis fallecido sin realizar testamento ante notario en gesto muy propio suyo: “Lo exhibido allá es apenas una pequeña parte. Cómo no, también era gran coleccionista… de todo. Contamos 19.000 piezas en una colección de colecciones. Adquiría, según él, ‘lo que me alcanza y creo que vale la pena’. Desde fotos hechas por el cineasta Eisenstein a litografías del XIX o retratos de escritores. Increíble. Tenemos ya cuatro exposiciones en circulación y estamos aún catalogando…”. Por pura curiosidad, ¿y de España o Catalunya, qué pensaba?. Responde ‘El Fisgón’: “Era implacablemente crítico con Aznar. Se burlaba de la foto de las Azores. Les llamaba ‘Los Tres Chiflados’ y temía su política antiautonómica. Monsiváis estaba en contra del nacionalismo violento de ETA y era muy favorable a las posiciones catalanes. Tuvo una relación próxima con Manuel Vázquez Montalbán, escribió algunos textos sobre cultura catalana y mostraba un profundo conocimiento de su literatura, pero con la española llegaba a la obsesión, incluso llegó a dar clases en Oxford. Se codeó con la comunidad española en el exilio, en especial la de sustrato anarquista. Lo suyo eran las cajas chinas, ya lo he dicho, siempre poner a prueba al interlocutor para saber si sabía tanto como él”. Llegó a jugar así con Francis Ford Coppola localizando exteriores en México para un Calígula que el cineasta nunca llegó a rodar: “Supongo que le aburrió del tema, ja, ja… Hablando en serio, al final de su vida, le interesaba el proceso de la Europa ciudadana en construcción y nuestra deriva con el narcotráfico, el neoliberalismo y el camino final desde el capitalismo hacia un fascismo disfrazado”. Desde el público, una voz joven, con la frescura de la edad, pregunta sin ambages: ¿Y qué haces cuando el punto de referencia se va?. Rafael Barajas medita la respuesta ante el futuro personificado en esta chica: “Sería muy mal homenaje a Carlos decirte que se fue y ya se acabó todo. Al contrario, sembró una semilla que crece. Por ejemplo, esa columna ‘Por mi madre, bohemios’, que durante años escribió con Jenaro Villamil, tiene hoy émulos en un buen número de revistas mexicanas. Carlos Monsiváis ha dejado una corriente de lucidez”.