Esta web utiliza cookies propias y de terceros para ofrecerte un mejor servicio. Al navegar, consideramos que aceptas su uso. Más información

Aceptar
22/12/2010 / Barcelona

Un seductor Skármeta celebra con nosotros sus primeros 70 años de vida y literatura

Noviembre. Antonio Skármeta estuvo en Casa Amèrica Catalunya para hablar de sus poetas predilectos y de su admiración por Neruda, Gabriela Mistral o Jorge Manrique junto a su hermano menor Juan Villoro. Y lo hizo con la seducción de ese actor frustrado que un día fue, capaz de cautivar al público con sus palabras y su discurso, tal y como lo consigue con su obra, de la que desveló secretos íntimos a lo largo de casi dos horas culminadas en una masiva celebración de sus primeros 70 años de vida.Un Skármeta en estado puro, delicioso y certero. Belleza literaria de prólogo a epílogo. 

Empezar junto a Juan Villoro, por mucho que el escritor chileno le considere fraternal, ya es un lujo. Juan es ya el Santo Patrón de cuantos tenemos el placer de apreciarle sin reservas en Casa Amèrica Catalunya y le guardamos en un altar. Que él te presente supone entrar en el cielo de la mejor mano. Y si no ahí va la muestra. Villoro dice de Skármeta: “Sus 70 años son fecundos y casi inverosímiles. Marcó mucho a mi generación, a los que nos miramos en él para ser escritores y nos interesábamos por su fantasía de aquellos textos como Desnudo en el tejado o El ciclista de San Cristóbal. Roberto Bolaño se inspiró en A las Arenas de Antonio como semilla para Los detectives salvajes. Queríamos ser poetas de la vida, vivirla como obra de arte, a la On the road de Kerouac. Entender la vida como una experiencia artística. Bolaño decía que Skármeta era el Chéjov de nuestros tiempos en cuanto a la riqueza de sus cuentos, talismanes sagrados”. Viene de largo su relación: “Le conocí a mis 24 años en su exilio de Berlín. Ya pueden imaginar lo que significó para mí el encuentro. Su obra y sus personajes suponen una continúa búsqueda del arte poético y los protagonistas de sus trabajos quieren vivir de manera poética. Incluso más tarde halló la manera de meter a sus poetas reales de referencia en la ficción”. Tanta devoción y respeto en el prólogo de Villoro dio pie a que Skármeta iniciara su lección magistral sobre los poetas que más le han influido con un toque de su característico humor: “Juan y yo somos hermanos y esa fraternidad ha quedado ya anunciada en su presentación. Un hermano no habla mal de otro, claro. Tiene razón Juan al decir que me siento fascinado por los poetas. El sentido de mi literatura consiste en fundir la gran poesía con la subcultura popular”. O dicho en sinónimo, para ahondar aún mejor en el concepto básico, “lograr que esa cultura magnífica del pasado sea una moneda de oro que circule con normalidad entre la gente, que la comunicación sea compartida. Por eso los transformo en personajes de ficción. No realizo sus biografías, ni retratos verosímiles, no les agoto como personajes reales. Los tomo, como a Neruda en ‘El Cartero’, con auténtico pudor. Me digo: ‘Este Neruda no es mi Neruda, es el del Cartero; Neruda es infinitamente más grande. Lo único que pide el público es tolerancia. Aquí caben todos los Nerudas de todos…”. Antonio Skármeta relató en clave íntima su experiencia con San Juan de la Cruz: “Era muy joven y tenía a mi madre enferma. Estudiaba el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz y a los poetas místicos. Oía entonces a Elvis Presley, a Bill Haley & His Comets, rock de primera hora, todo mezclado. La poesía aquella me enseñó que en lo más oscuro de la vida surge la iluminación. Entonces escribí El ciclista de San Cristóbal, el cuento de un chico que participa en una carrera ciclista sabiendo que su madre morirá. Intuye que si hace un esfuerzo supremo y gana, su madre sanará. Logrará por amor salvar a su madre. El cuento se inicia como descripción de un chaval de su edad que sale de noche, fuma, bebe, baila, escucha jazz y por amor, esa mañana, llega al punto de sufrimiento máximo. Tras ganar, vuelve al apartamento y encuentra a la madre sentada, tomando una sopa. Mamá le pide sal, porque la sopa está sosa…”. Salto en el tiempo, en la vida y las influencias de Skármeta hasta llegar a Gabriela Mistral, referencia mayúscula de su carrera: “Tanto la admiré que marché a Estados Unidos, donde vivía ella, para verla y vivir la vida de poeta, prácticamente yo sin un duro. Me impresionó. Le acababan de dar el Nobel de Literatura y allá estaba, lejos de su Chile del que tanto escribió. Ella me inspiró Una vuelta en el aire en la que me encarga, personalmente, la misión de buscarle una bandera chilena que envuelva su ataúd, ya que la enfermó un cáncer y se halla terminal. No deseaba esa solemnidad al ser poeta rebelde, pero la veía con esos zapatones, esa bufanda larga, y no me podía negar. Me hablaba de su poesía, me daba de comer, me tocaba y lo sentía como un bautizo, una herencia que me traspasaba”. Entre licencias literarias, anécdotas personales vinculadas a Gabriela Mistral y Pablo Neruda y giros del destino que marcaron su existencia, Antonio Skármeta prosiguió deleitando al público congregado en Casa Amèrica Catalunya antes de recibir un ‘70’ en chocolate ofrecido por Antoni Travería, director general de nuestra Fundación, y verse sorprendido por las chilean cookies con las que Cristina Osorno, gestora cultural de nuestra Casa, imitó las galletas chinas protagonistas en uno de sus últimos cuentos para que los mensajes llenos de deseos también alcanzaran a tan jovial septuagenario. La primera parte de la crónica dedicada a la noche de Skármeta en nuestra sede acabó con Mistral y con la poetisa seguimos, aunque años después, volvió a ser protagonista en La boda del poeta. Novela que Antonio ambientó en la Europa de 1913, justo antes de la I Guerra Mundial, aunque su creador la imaginara “usurpada por latinoamericanos antes de emigrar hacia allá. Yo mismo vengo de Dalmacia, un reducto del Imperio Austrohúngaro. Los jóvenes dálmatas no quisieron ser reclutados y también huían de la pobreza a causa de la mala cosecha de vino local. Como mi abuelo, que acabaría en Antofagasta. Mistral había sido cónsul en Brasil, Italia y otros destinos diplomáticos y la ficción me permitió retrocederla 40 años atrás en el tiempo con el fin de atender a esos emigrantes. Gabriela tenía una terrible historia personal detrás: El suicidio de su primer amor, el cargo de ser la ‘Santa de América’, la muerte de su hijo Chinchín –de quien aún no sabemos si era o no adoptado-, su ansia de maternidad, su contradicción sexual… Y una bellísima obra, pese a todo. O quizá, fruto de todo ello. El poeta deja una herencia de construcción de imágenes que deben ayudar a vivir a la gente”. Y llegamos hasta Pablo Neruda, en boca de nuestro literato: “Con él, la relación resultó más banal. Mi admiración por la poesía se acrecienta al tener un poetazo a dos horas de camino. Fui a su casa con mi primer libro, El entusiasmo, bajo el brazo. Se lo llevé y me pidió que volviera al cabo de dos meses. A las dos semanas, ya estaba allí… - ¿Se lo leyó? – pregunté a Neruda.- Bueno… - me respondió. Yo – comentó Skármeta- ya levitaba de puro placer. Le ha parecido ‘bueno’.- Pero eso que te digo –continuó don Pablo-, no quiere decir nada porque todos los primeros libros de escritores chilenos son buenos. Ya veremos con el segundo…. Las anécdotas con Neruda siguen: “Me iba perfecto que viviera en la playa. Así, me llevaba a las chicas que me gustaban hasta allí, con la excusa de presentarles a Neruda. Se convirtió en mi coartada de don Juan. Tuvimos una relación informal. Iba en sábado por la tarde y no quedaba otro remedio que dormir después por la zona, antes de regresar al día siguiente, ya me comprenden. Alguna de esas aventuras acabó en matrimonio con dos hijos, que hoy viven en Berlín…”.“Me gusta cuando callas porque estás como ausente…”. Residencia en la Tierra, Canto General, la poesía metafísica, la poesía sentimental de Neruda acabó por nutrir la aparición de El Cartero de Neruda: “Don Pablo sabía interpretar los sentimientos de la gente y era su portavoz porque les amaba. En 1969 fue precandidato a la presidencia de Chile. Simplemente, porque la izquierda no se ponía de acuerdo. En los mítines, él daba discursos y la gente le pedía a coro que leyera poemas, cada cual él que más le gustaba”. Y ahí se fue un momentito Antonio por las ramas: “Ahora, el Estado chileno gracias al cobre que Salvador Allende nacionalizó y vendemos a China con ganancias brutales que permitirían reconstruir diez veces el país tras el terremoto. Y se olvida o conviene que se olvide. Ya está, ya hice mi mitin de un minuto. Volvamos a la literatura…”. Poquito tiempo para un exiliado de la dictadura, por cierto. Salto atrás hacia el joven Skármeta, aquel que dudaba entre ser actor o escritor: “Tras la secundaria, sólo sabía que quería comunicar. En la escuela de Interpretación, pasé un examen de diez minutos ante una comisión de cinco personas con La oda al aire de Neruda, claro. Al acabar, me agarra el presidente de la comisión y me dice: ‘Nos viene con La oda al aire y está más tenso que una parturienta. Aprenda a respirar, hombre. ¿No dice que le gusta la literatura?. Pues póngase a escribir.”. Por suerte, Skármeta siguió el consejo de aquel buen hombre. Aún tuvo tiempo el incansable chileno para contar deliciosas historietas del exilio berlinés con hijos adolescentes embutidos en viejos edificios, enfrentados con su rock duro a viejas neuróticas germanas mientras papá se dedicaba a recaudar fondos para la resistencia y la casa reunía a cuanto exiliado pasaba por allí. O a desentrañar las interioridades de El Baile de la Victoria, tan influida por Jorge Manrique y Las coplas a la muerte de mi padre, con una protagonista adolescente a la que han matado el padre bajo el pinochetismo y cuya madre entró en depresión, “justo en una edad cuando la vida es complicada y trágica”. Y entrañable, el penúltimo chascarrillo paterno-filial de los Skármeta. Cuando Antonio le dijo a su papá que iba a ser escritor, al señor le pareció una buena idea: “Todas las semanas me entregas un texto manuscrito y yo te ayudo pasándotelo a máquina durante el fin de semana”. Conmovedor. Como bello fue ese 7 y ese 0 en chocolate al que Antonio deseó “quitar el cero, no estaría mal”, antes de recibir una atronadora ovación como despedida de la sesión en Casa Amèrica Catalunya.