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22/12/2010 / Barcelona

Noviembre (28): Arturo Ripstein, historia de un cine mexicano que ha dejado de existir

Arturo Ripstein es pura historia del cine mexicano y con fuerte tirón, como quedó demostrado a finales de noviembre durante el pase de su celebrada El lugar sin límites, película dirigida en el 77 que figura en el número 9 entre la lista de las 100 mejores de la historia, según los críticos de su país. El auditorio de Casa Amèrica Catalunya se llenó para la proyección y posterior debate sobre esta historia de marginados sociales que levantó polémicas en su estreno y que su autor recuerda como “una trasgresión absoluta, que generaba escándalos monumentales a mi pesar, porque no era ésa mi intención”.

A Ripstein el cine le fluye en la sangre. Hijo de productor, se crió entre rodajes. Tal vez ahí desarrolló esa modestia casi enfermiza, que tanto altera el semblante de su esposa, la guionista de sus filmes, Paz Alicia Garcíadiego, y ese gesto grave, casi adusto, bajo el que esconde un finísimo sentido del humor, una ironía británica, nada mexicana. Le encanta ver el ‘altar de muertos’ a la entrada de nuestra sede y ‘coincidir’ con Monsiváis. Para empezar la charla, inevitable referencia a El lugar sin límites, el film de culto que abría la sección paralela Cine mexicano. Miradas compartidas, dentro del Festival de Cine Independiente de Barcelona. Ripstein ni se plantea cómo habrá aguantado su obra el paso del tiempo: “Ni lo sé. No la veo desde que la perpetré. Me resulta muy doloroso revisar mis películas una vez terminadas. La vi en San Sebastián y allí ganó premios, pero huyo ya de festivales. Menudo escándalo se armó. Monumental, qué griterío. El cine produce amnesia, siempre y cuando hagas nuevas películas y ya llevo 40. El lugar sin límites tocaba el tema de frente, los transexuales, la marginalidad, la homosexualidad, una trasgresión absoluta. Tuvo su peso social, hasta el punto de que la pancarta que abrió el paso de la primera manifestación gay en mi país llevaba por lema México, lugar sin límites”. La historia tras el film deleitará a los cinéfilos: “Yo ruedo cuentos, no tengo intención de trascender. Era amigo de Carlos Fuentes y a través de él, contacté con José Donoso. Luis Buñuel se quedó con el guión de El lugar sin límites y vino a España en busca del protagonista, un actor de burlesque determinado al que tenía entre ceja y ceja. Como había muerto, se desilusionó. Le pedí a Buñuel que me dejara hacerla. Pensé en José Luis López Vázquez, que accedió con sumo gusto, pero el productor y el ente oficial del cine mexicano me exigieron un actor local, con lo que tuve que decantarme por Cobo. Un actor horripilante, metido en sí mismo, drogadicto, con el que tuve una mala relación, a quien agarré dos o tres veces de la pechera durante el rodaje, una loca perdida a la que pedía actuar como todo lo contrario de lo que era en realidad…. Se armó muchísimo ruido, pero ya no produce escándalo. Ya no lo puede producir, por favor…”. Todo ha cambiado. En México y también, en su cine. Allá, para Arturo Ripstein, “la industria ya no existe. Ni hay demanda, ni existe oferta: El cine con cierta ambición no se consume y el comercial quiere ser Hollywood. Conste que hay cineastas de talento: Reygadas, Julián Hernández, Heinke. Ricardo Benet… En algunos casos falta que hagan más películas. Otros no pasan de sus óperas primas y de ahí no saltan, son frutos de la casualidad”. ¿Hay en ellos influencia de Ripstein?. “No la veo, pero reconozco que formo parte de la historia del cine mexicano. Fuimos la fractura. Somos nietos del gran ‘Indio’ Fernández e hijos del peor melodrama, ramplón y rastrero, de lamentables valores. En el mejor cine de hoy quedan los aires, las influencias de aquellos que rompimos con lo malo”. Con Ripstein, al hablar de maestros, por fuerza, topamos de bruces con el mito Buñuel: “Don Luis era generoso, pero no fue mi maestro. Como hijo de productor, gocé de mis privilegios. Quienes me enseñaron la práctica eran espantosos y con 16 o 17 años, creía que les podía superar. Nunca fui asistente de Buñuel, esa es una leyenda urbana. Tampoco él fue mi guía. Buñuel era de una precisión admirable. Asunto de valores administrados por los jesuitas: Respeto, amor, vocación. Qué quieres hacer y qué quieres que tu alma diga. Además, era feliz en México porque allí no buscas, te lo encuentras. Recuerdo una anécdota muy surrealista. André Breton en casa de Diego Ribera, con Leon Trotski, que ya es decir. Breton dibuja una silla y se la enseña a un carpintero para que se la haga. Y el hombre se la hace tal cual, en perspectiva. Eso no se entiende fuera de México. La culpa es de los Beatles, que se quitaron la corbata y ahí ya derrapamos todos….”.  No le falta humor a don Arturo: A los prohombres del surrealismo, un país más surrealista aún de puro natural y ese genio de Calanda, en su salsa, “aunque Buñuel sólo era genial, por suerte, un ratito al día. Lo que era fascinante de él, su capacidad para interrelacionar cualquier cosa, de la A a la Z. Un hombre bien singular”. ¿Y en qué anda Ripstein hoy?. “Acabo de rodar Las razones del corazón, con guión de Paz, cómo no, sobre los últimos días de una adúltera. Es exactamente eso, fácilmente resumible. O el Universo cabe en un fotograma o hablamos de un simple fotograma”. Como miembro de la Academia Española del Cine, se queja “por no ver todas las nuevas producciones de aquí que quisiera, sólo llegan allá las de mayor éxito en la distribución, lo cual resulta distinto. Me encantaría trabajar con unos cuantos. ¿Con quien? Recuerdo haber visto Días Contados junto a Julio Medem y haberle dicho ‘ese actor de ahí atrás es una bestia’, al verle en una escena sin apenas importancia”. No le faltó ojo clínico a Ripstein. El objetivo de su lente era Javier Bardem.