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05/09/2006 / Barcelona

Serie “Colombia y el periodismo”, por Bernardo Gutiérrez, de Medios para la Paz: “Cargaladrillos en el país de las maravillas” (X)

“En Colombia tenemos, como en todo el mundo, grosso modo, dos clases de periodistas, dependiendo de las condiciones en las que realicen su trabajo: los primeros, son los grandes, los famosos, los que están entronizados en los grandes medios, muchas veces por razones de parentesco, muchas veces por herencia, por pertenecer a una dinastía de varias generaciones. Estas personas suelen ocupar las posiciones directivas, o ser columnistas, su presencia llena las páginas sociales y los programas de opinión en la televisión, y obviamente suelen estar en las capitales, en donde están los medios más influyentes y poderosos...”

En Colombia tenemos, como en todo el mundo, grosso modo, dos clases de periodistas, dependiendo de las condiciones en las que realicen su trabajo: los primeros, son los grandes, los famosos, los que están entronizados en los grandes medios, muchas veces por razones de parentesco, muchas veces por herencia, por pertenecer a una dinastía de varias generaciones. Estas personas suelen ocupar las posiciones directivas, o ser columnistas, su presencia llena las páginas sociales y los programas de opinión en la televisión, y obviamente suelen estar en las capitales, en donde están los medios más influyentes y poderosos...
 
Y los segundos, los que en Colombia se denominan, con una cierta ironía, “cargaladrillos”, que son los que hacen el trabajo más duro de la información, mal pagados, a veces mal comidos y dormidos. Hacen el trabajo de a pie de los medios, muchos habitan en zonas de provincia, y generalmente atienden, por fuerza, la información en las zonas de conflicto.
 
Por obvias razones, suelen ser los menos preparados profesional y académicamente. En muchos casos, su educación formal no ha trascendido la escuela secundaria. Muchos son empíricos y suplen sus carencias con un gran deseo de trabajar. Sobre sus hombros suele recaer la mayor responsabilidad del periodismo de noticias, pues son ellos los que, por su ubicación, están frente a frente con el suceso, “ponen el pecho”, reciben los acosos y las amenazas, y arriesgan su vida todos los días. Están prácticamente en el campo de batalla,  y permanecen, bien sea en la mira de los paramilitares, de algún grupo guerrillero, de algún grupo mafioso, o de alguien que desde sectores de gobierno o de las fuerzas militares o de policía o de algún sector de la economía regional ve amenazados sus intereses por algún trabajo periodístico.
 
Hablemos ahora un poco de cómo funciona la dinámica del conocimiento social en Colombia. Desde luego que en todos los países hay problemas de toda índole, todas las culturas tienen problemas y conflictos propios. Esto es obvio, y también es obvio que las sociedades nombran o aceptan o reciben como imposición histórica a gentes y grupos para que se ocupen del trabajo de buscar soluciones a los conflictos y proporcionen un mejor vivir a sus ciudadanos. Estos grupos fungen de clase dirigente, por llamarlos de algún modo. Estas clases dirigentes deben tener, aunque sea en grado mínimo, unas perspectivas y conocimientos más amplios que los de la mayoría de sus gobernados. Todo lo anterior son obviedades, pero no sobra comenzar con ellas.
 
En algunos países -y aquí hablaré por supuesto del mío- a las anteriores condiciones se suma la peculiar característica de que las clases dirigentes, por algún esguince de su historia, no reconocen muchos de los problemas que los aquejan, y mantienen fuertes tendencias a minimizar esos problemas que en otras partes serían de primordial importancia, pero que aquí son convertidos, de manera perversa, en problemáticas secundarias, y en algunos casos en temas que bordean lo irrelevante.
 
Se trataría de un mecanismo de defensa para no enfrentar problemas, especialmente cuando éstos son complejos, de difícil y lenta solución, y que requieren además una buena dosis de sacrificio de los propios privilegios. El sistema funcionaría de la misma manera en la que un alcohólico, por ejemplo, se niega a reconocer su estado, y al hablar de su comportamiento enfermizo, morboso, desvía su propia atención, e intenta desviar la atención de los otros, hacia otras causas diferentes para su mal. Se comprenderá que de esta manera no habrá nunca solución al problema. El primer paso es reconocer la enfermedad. Si no se reconoce el estado morboso, entonces no habrá nunca manera eficaz de tratarlo.
 
En Colombia pasa un poco lo que ocurre con el paciente que rechaza que tiene una grave enfermedad, y quiere que le traten gripes y jaquecas cuando lo que lo aqueja es un cáncer que amenaza hacer metástasis. A diferencia de otros países del mundo -incluso países menos incrustados en la modernidad, con menos imagen que el nuestro a la hora de presentar su cara al mundo, países en donde la sociedad tiene capacidad y honestidad suficientes para mirarse a sí misma sin hacer concesiones piadosas- en Colombia parece haber un bloqueo de juicio entre sus dirigentes y entre amplios sectores de la sociedad para autoevaluarse, para autoanalizarse, para describirse a sí mismos en todas sus múltiples dimensiones. Incluyendo sus lacras históricas, sus inequidades presentes, y las tendencias futuras, frente a estas optimistas ilusiones del momento.
 Como le decía el conejo del gran sombrero a Alicia en el país de las maravillas: “tú simplemente deséalo, y verás cómo el problema desaparece”. Lo único que Alicia podía hacer, pues era una chica inteligente, era menear la cabeza y pensar que esa gente estaba loca.