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03/08/2006 / Barcelona

Serie “Colombia y el periodismo”, por Bernardo Gutiérrez, de Medios para la Paz: “El retroceso del periodismo en Colombia” (IX)

“Nuevas características se observan en el periodismo colombiano, siguiendo desde luego la pauta mundial: la paulatina conversión de los medios en fuentes de entretenimiento y diversión, en detrimento de la información, cosa que se refleja en el cada vez menor espacio que se destina a las noticias propiamente dichas, y ni qué decir de la desaparición casi total de cualquier tipo de análisis, salvo, por supuesto, en algunos columnistas tradicionales, que se mantienen contra viento y marea. El hecho de convertir noticias importantes en pequeñas pildoritas que se publican en columnas casi marginales del medio, es una característica que comenzó a aparecer con profusión en la prensa, en la radio y en la televisión colombianas hace pocos años”.

“Nuevas características se observan en el periodismo colombiano, siguiendo desde luego la pauta mundial: la paulatina conversión de los medios en fuentes de entretenimiento y diversión, en detrimento de la información, cosa que se refleja en el cada vez menor espacio que se destina a las noticias propiamente dichas, y ni qué decir de la desaparición casi total de cualquier tipo de análisis, salvo, por supuesto, en algunos columnistas tradicionales, que se mantienen contra viento y marea. El hecho de convertir noticias importantes en pequeñas pildoritas que se publican en columnas casi marginales del medio, es una característica que comenzó a aparecer con profusión en la prensa, en la radio y en la televisión colombianas hace pocos años”.
 
Un conocido periodista colombiano, Álvaro Sierra, observaba en una de sus más recientes columnas en la revista “Cambio”: “Para un observador externo asombra que sean noticia, por días, los birdies de Camilo Villegas (o las ovaciones internacionales que levantan las libanesas caderas de Shakira, la suave electricidad de Juanes, o los disculpados fracasos de un piloto de Fórmula 1). Otros ídolos son materia de tabloides y desmayos adolescentes, pero nunca como los colombianos, los cuales, junto con nuestra versión paisa del Príncipe, son los placebos a los que se aferra una nación en una crisis tremenda y sin solución a la vista”.
 
Dice Verónica Longo, docente argentina de la Universidad de San Luis:“ (…) El periodismo actual, sobre todo el perteneciente a las grandes corporaciones oligopólicas nacionales y/o internacionales, parece caracterizarse por hacer preponderar el entretenimiento, por mediatizar la política y la justicia, trivializar los asuntos públicos, simplificar el tratamiento de los hechos (celeridad, instantaneidad, el vivo y directo), interesarse por lo sensacional y dramático, por su gusto por la autocita, etc. (…)”.
 
Descargas anestesiantes
Presenciar los noticieros de TV en Colombia, y también oír los de radio, es toda una experiencia que podríamos llamar de “shock” adormecido: las noticias son dadas de manera breve, fragmentadas, descontextualizadas en su inmensa mayoría, y a pesar de ser generalmente tremendas, relacionadas con muertes, violaciones de derechos humanos, abusos de toda índole, por el modo en el que son entregadas al público terminan siendo, a causa del bullicio informativo que las acompaña, adormecedoras. Una nota breve de farándula nacional puede ir acompañada acto seguido por la noticia del descubrimiento de una fosa común con diez cadáveres, y así sucesivamente. Sin jerarquizar la importancia de lo narrado, sin variar el ritmo y la entonación de la voz.
 
Y un noticiero de radio puede durar así media hora, una hora.
Las noticias son intercaladas con los mensajes publicitarios, y si no se presta atención pueden confundirse las unas con los otros, es decir, el mensaje publicitario con el hecho que está siendo objeto de la información. Es fácil entonces imaginar que, así manejada, con este atropellamiento y carencia de mecanismos evaluatorios, la información termina perdiendo su condición de valor social de formación de conciencia, política, social o de cualquier índole.
 
En este sentido, vale la pena citar también una reciente columna de la Defensora del Lector del diario bogotano El Tiempo, en donde la Defensora cita apartados de un trabajo realizado en su periódico titulado “El conflicto armado en las páginas de El Tiempo”. En uno de estos apartados se dice que “ni el periódico ni los periodistas asumirán los términos que usan los actores armados (…) La precisión en el lenguaje cobra, en circunstancias de guerra, conflicto armado interno o hechos terroristas, una importancia mayor, y los periodistas deben sopesar en cada momento y circunstancia las palabras que emplean para calificar los hechos”. Más adelante la Defensora reconoce que el uso adecuado de las palabras, de “lo que dicen y lo que no dicen”, está “a veces perdido en el trajinar diario de la redacción”.  (El Tiempo, 26 de marzo de 2006).
 
Descontextualización
El ejercicio de contextualización de la noticia ha desaparecido casi totalmente de los medios escritos, hablados y televisivos. Sólo algunos medios, en contadas ocasiones, se ocupan de presentar el contexto de las noticias, con sus implicaciones. Se entiende lo anterior, ya que el intento de contextualización puede, y de hecho en muchas ocasiones así sucede, implicar a personajes y a circunstancias que quizás no conviene mencionar. En numerosas ocasiones se escucha decir a periodistas de base que el medio para el que trabajan no les ha permitido hacer tal o cual trabajo de investigación. No es necesario explicitar esta prohibición: basta con recordarle al periodista que no hay fondos para pagarle los gastos en los que pudiera incurrir ejerciendo su trabajo, o que ese tema ya no interesa.
 
Ocasionalmente algún gran medio publica resultados de alguna investigación en donde se mencionan figuras sobresalientes de la política, pero casi nunca figuras cercanas al poder de turno al cual está afiliado el medio en cuestión. Y desde luego no hay prácticamente ninguna investigación que transite por los territorios de las grandes empresas, ni de los grandes ejecutivos de esas empresas, y tampoco sobre los manejos de las compañías multinacionales y sus relaciones con el poder político.
 
Lo mismo podría decirse del seguimiento de las investigaciones, del seguimiento de las noticias, que una vez hechas públicas desaparecen del panorama informativo en los días siguientes, ocupados con algún suceso espectacular que no guarda relación con el primero. Es fácil comprender, entonces, que el lector y el espectador y el oyente vivan siempre despistados y distraídos, lo cual conduce necesariamente a perder el interés por lo que sucede, ya que las noticias llegan fragmentadas, repentistas, descontextualizadas.