“La prevalencia de los crímenes y las amenazas contra periodistas en Colombia han conducido, de manera paulatina, a la interiorización de un espíritu intimidado, que ha hecho que muchos periodistas colombianos, a veces casi sin darse cuenta, sin tener conciencia clara de ello, se autocensuren. (No sólo los periodistas colombianos han interiorizado la intimidación: también el ciudadano común teme, esquiva, se retrae de opinar sobre muchas cosas. Así, una lectora del diario El Tiempo de Bogotá escribía, a propósito de una columna aparecida allí sobre el tema: “…hace pocos años, un señor español, al poco tiempo de llegar a Colombia, me dijo: "la gente tiene mucho miedo aquí, eso se nota". (En la imagen, Bernardo Gutiérrez y la directora de MPP, Gloria Ortega, durante una intervención en el Colegio de Periodistas de Catalunya)
Serie “Colombia y el periodismo”, por Bernardo Gutiérrez, de Medios para la Paz: “La información en Colombia, bajo el yugo de la intimidación”(VIII)
“La prevalencia de los crímenes y las amenazas contra periodistas en Colombia han conducido, de manera paulatina, a la interiorización de un espíritu intimidado, que ha hecho que muchos periodistas colombianos, a veces casi sin darse cuenta, sin tener conciencia clara de ello, se autocensuren. (No sólo los periodistas colombianos han interiorizado la intimidación: también el ciudadano común teme, esquiva, se retrae de opinar sobre muchas cosas. Así, una lectora del diario El Tiempo de Bogotá escribía, a propósito de una columna aparecida allí sobre el tema: “…hace pocos años, un señor español, al poco tiempo de llegar a Colombia, me dijo: "la gente tiene mucho miedo aquí, eso se nota".
En Colombia, se informa de manera a veces selectiva, teniendo cuidado de no ofender a ciertos personajes, sean ellos del gobierno, de las clases económicas en el poder, o de los grupos armados, cuidándose de no penetrar en ciertas situaciones que podrían ofender poderosos intereses, más o menos diciéndose aquello de que “esto es mejor no meneallo”. Esta auto-intimidación ha afectado también al lenguaje periodístico. Muchas palabras que describen claramente un hecho, un crimen, una situación, son substituidas por eufemismos, por evasivas. Se suavizan terminologías que describen ciertas situaciones para que no tengan tanto impacto.
Camuflaje de la realidad
Por ejemplo, en el lenguaje de la radio y de los noticieros de la televisión, la palabra “asesinato” se substituye muchas veces por “ajusticiamiento”; cuando se describen circunstancias que rodean muertes causadas por la guerrilla, o por los paramilitares, o por fuerzas del estado, se utiliza el término “el incidente”. Cuando se ha masacrado a un grupo de personas a quemarropa y con indefensión, los medios dicen muchas veces: “recibieron un tiro de gracia”. Cuando las guerrillas dicen haber matado a alguien, se habla de “ejecución”; cuando se refieren a los secuestrados, los denominan “retenidos”. Un secuestro masivo en una carretera recibe el nombre de “pesca milagrosa”. De todo esto, y de mucho más, se hacen eco los medios de comunicación, a veces por ignorancia del lenguaje, a veces por temor, en todo caso siempre intimidados.
Citando a la periodista Malén Aznárez, antigua Defensora del Lector del diario “El País” de Madrid, en su columna de despedida al dejar su cargo en el periódico, aparecida el 25 de Abril de 2004, diríamos con ella: “Las palabras, ya se sabe, no son inocentes, y como las armas -son, al fin y al cabo, otro tipo de armas-, las carga el diablo. El lenguaje las ha utilizado a lo largo de la historia para construir ideologías, discriminaciones, descalificaciones, privilegios y recompensas. Quizás por eso, sabedores de su importancia, los lectores diseccionan y pulen las palabras que utilizamos y también discrepan de su uso y significados. Es algo que demuestra lo vivos que están. ... Los periodistas deben llamar a las cosas por su nombre, sin caer en los eufemismos impuestos por determinados grupos …”.
Con la condición que tienen muchos de nuestros países de –cómo decirlo– colonizados, miméticos..., en los medios colombianos se dan hoy fenómenos informativos e ideológicos que son un fiel reflejo de lo que ha estado sucediendo con los medios de información norteamericanos. También en Colombia se ha adoptado un nuevo lenguaje para informar al consumidor de noticias, al público lector.
Nuevas palabras
El cambio en el léxico que desde el 11 de septiembre de 2001 se entronizó en los medios norteamericanos ha penetrado, de manera lenta pero segura, en el periodismo en nuestro país, y ya forma parte del bagaje de los periodistas locales. Situación que, unida a la autocensura ya existente desde hace tiempos, y que describíamos antes, ha estado conformando un nuevo lenguaje, que no es muy obvio, no sólo gramatical y prosódico sino también mental, espiritual.
A la interiorización de la intimidación, que en Colombia es uno de los pilares existenciales del periodismo, se ha sumado esta irrupción del nuevo lenguaje, como una especie de “newspeak” orwelliano que se ha tornado prevalente en casi todo el ejercicio profesional en el país. Tomemos por ejemplo el término “terrorista”, que prácticamente nunca se había usado históricamente en Colombia para describir a los guerrilleros, ni para describir las acciones de los grupos guerrilleros.
Al incorporarse al léxico informativo de manera digamos absolutista, se ha desdibujado así, de un plumazo lingüístico, todo el fenómeno del conflicto colombiano, que es, qué duda cabe, una resultante de muchísimos años de interrelaciones sociales inequitativas, injustas, destructivas y de degradación paulatina de los grupos que en un principio reaccionaban ante las inequidades sociales en nuestro país y que han ido derivando paulatinamente hacia complejas formas de violencia organizada, bajo la cubierta del narcotráfico, y han ido adoptando, además, modos de financiarse tales como la extorsión, el secuestro masivo y la penetración corruptora en muchos sectores de la sociedad.