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12/07/2006 / Barcelona

Serie “Colombia y el periodismo”, por Bernardo Gutiérrez, de Medios para la Paz: “Narcotráfico y asesinatos en Colombia: políticos, defensores de derechos humanos y periodistas, en el punto de mira” (VII)

“Necesariamente, estas ingentes sumas de dinero provenientes del narcotráfico, que se inyectaban (y se inyectan aún hoy) en las fuerzas sociales, políticas y económicas, invadieron de manera paulatina la vida nacional colombiana, insidiosamente, poco a poco, de forma casi inadvertida por una sociedad en muchos casos complaciente con estos dineros. Unas sumas que llegaban para irrigar a una economía débil y desestructurada, en donde la pobreza y la violencia siguen ganando terreno desde siempre, potenciándola, dándole lujosos bienes de consumo a sus clases altas, oportunidad de negocio a muchas de sus clases medias, y empleo más o menos bien remunerado a incontables habitantes pobres de ciudades y campos, aunque luego se evidenciase la peligrosidad de esta manera de ocupar las energías productivas y laborales del país”. (En la imagen, en primer plano, Bernardo Gutiérrez, junto a la escritora Maruja Torres; la directora de Medios para la Paz (MPP), Gloria Ortega, y el vicedecano de la facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona durante una conferencia con motivo de la concesión a MPP del Premio Catalunya a la Libertad de Expresión 2006 otorgado por el ICCI/Casa Amèrica Catalunya y Solidaridad y Comunicación (SICOM)

“Necesariamente, estas ingentes sumas de dinero provenientes del narcotráfico, que se inyectaban (y se inyectan aún hoy) en las fuerzas sociales, políticas y económicas, invadieron de manera paulatina la vida nacional colombiana, insidiosamente, poco a poco, de forma casi inadvertida por una sociedad en muchos casos complaciente con estos dineros. Unas sumas que llegaban para irrigar a una economía débil y desestructurada, en donde la pobreza y la violencia siguen ganando terreno desde siempre, potenciándola, dándole lujosos bienes de consumo a sus clases altas, oportunidad de negocio a muchas de sus clases medias, y empleo más o menos bien remunerado a incontables habitantes pobres de ciudades y campos, aunque luego se evidenciase la peligrosidad de esta manera de ocupar las energías productivas y laborales del país”.
 
Paralelamente, la complacencia se extendía a la aceptación, por omisión de mirada, sobre los constantes crímenes cometidos contra organizaciones políticas y sociales que, como la Unión Patriótica (UP), se llevaban a cabo cotidianamente. Frente a este  exterminio de personas de un partido de izquierda, integrado por gentes de extracción popular en su casi totalidad, era mucho más fácil adoptar una posición de indiferencia, pues lo que sucedía acontecía, por regla general, alejado de las ciudades, alejado de los centros de poder, y alejado de los clubes sociales en donde se reúnen los dirigentes nacionales. En estos clubes sociales, por cierto, se reúnen también los dueños y los directores de los principales medios de comunicación de Colombia.
 
Fatalmente, estas fuerzas iban a maridarse. De una parte, fuerzas que actuaban contra movimientos sociales, sindicales y de derechos humanos, y de otra parte, fuerzas que de manera creciente iban solidificándose alrededor del negocio del narcotráfico. Dos ejércitos, vistos esquemáticamente, a los que el destino puso en el mismo lado de este río de sangre que bañó a nuestro país durante las dos últimas décadas del pasado siglo, y que aún no termina de fluir.
 
Guerrilla y narcotráfico
Y en los años recientes, desaparecida ya la UP, dentro de distintas coordenadas históricas y políticas, llega un tercer ejército (hay más ejércitos, pero para nuestro esbozo basta esta enumeración), que aunque ya existía desde hacía muchos años no imbricaba sus acciones violentas con el narcotráfico. Nos referimos a la guerrilla de las FARC, que habiendo iniciado sus luchas hace cuatro décadas alrededor de idearios de revolución social, pierde paulatinamente su camino y pervierte sus propósitos iniciales ante la tentación del narcotráfico y sus enormes ganancias, justificando su ingreso en esta gigantesca rueda trituradora de nuestro país mediante el salto mortal ético de que “hay que financiar la revolución, y por ello lo hacemos”. 
 
Estos siniestros y duros años, en los que Colombia fue testigo de miles de asesinatos, que iban desde sencillos concejales de algún pueblo al borde la selva hasta el asesinato de candidatos presidenciales en campaña, marcaron forzosamente el comportamiento de los medios de comunicación ante las realidades nacionales. El número exacto de víctimas de esta violencia dirigida a políticos y defensores de derechos humanos no se ha podido precisar nunca: los estimativos van desde 3.000 hasta 5.000 personas que cayeron víctimas de esta violencia no explicitada, que parecía venir de ninguna parte, y que no produjo casi nunca responsables ni culpables.
 
El balance de estos años, solamente para la UP, fue de 2 candidatos presidenciales asesinados, junto con 8 congresistas, 70 concejales de cabildo, docenas de diputados y alcaldes, cientos de sindicalistas, líderes campesinos, líderes del Partido Comunista, y un número no cuantificado de militantes y simples transeúntes, gente que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Otro número indeterminado de personas cayeron a su vez víctimas de la violencia a lo largo y a lo ancho del país, por razones tan múltiples como los métodos de sus muertes. 
 
Objetivo: periodistas
Durante estos años que acabamos de reseñar, los periodistas en Colombia fueron convirtiéndose en un blanco más del conflicto,  padeciendo ataques que se presentaban de manera soterrada muchas veces, siempre anónimos, nunca reivindicados, pudiendo provenir el atentado en la oscuridad mediante un sicario motorizado, una bala al salir del trabajo, una amenaza de origen desconocido contra la familia, un carro-bomba en la calle de la vivienda del informador.
 Los periodistas que denunciaban crímenes, los que descubrían corruptelas, los que desvelaban los ayuntamientos entre los poderes del estado y los criminales, los que investigaban oscuros negocios entre el narcotráfico y los políticos, las alianzas entre los grupos paramilitares y los terratenientes de la zona, en fin, todo el que se atrevía a levantar el tapete debajo del cual se ocultaba la podredumbre de la casa, sabía que la retribución, muchas veces mortal, podía alcanzarlo al salir de su emisora, de su periódico, de su casa en la mañana después de tomar el desayuno en compañía de su familia”.