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15/02/2008 / Barcelona

Silvina Jensen, historiadora (I): “No hay un único 'responsable' del silencio sobre el exilio de la dictadura argentina”

(Entrevista publicada el 15/02/2008) Silvina Inés Jensen es doctora en Historia por la Universidad Autónoma de Barcelona y profesora en la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca (Argentina). En su trayectoria profesional, ha participado en numerosos programas de investigación sobre el exilio argentino en el mundo, tema sobre el que ha basado su tesis doctoral y que en “La provincia flotante. El exilio argentino en Catalunya (1976-2006)”, uno de los primeros títulos del sello editorial de Casa Amèrica Catalunya, KM 13.774, muestra su discurso más divulgativo. “No hay un único responsable del silencio sobre el exilio argentino”, afirma la autora, quien ha conseguido romper este silencio y recopilar la memoria colectiva de los exiliados en Catalunya. Con motivo de la presentación de su obra en el auditorio de la Fundación, Silvina Jensen nos explica en la primera parte de esta entrevista sus motivaciones para abordar la “memoria silenciada” del exilio argentino en Catalunya y las claves de la situación actual que permiten poner sobre la mesa esta realidad hasta el momento ignorada por los historiadores.  

Uno de los propósitos del libro es el de reflexionar, desde la experiencia de los exiliados argentinos en Catalunya, cómo la sociedad argentina se enfrenta al recuerdo de estos acontecimientos traumáticos. ¿Tu libro pretende abrir la caja de los truenos? Tratar el tema del exilio, en principio, fue una intuición. Lo que yo me planteaba era, a nivel colectivo, a nivel de debate social en la esfera pública , ¿qué sabemos los argentinos acerca del exilio? ¿Qué recordamos? La hipótesis, lo que trato de demostrar en el libro apoyándome en el caso catalán como testigo, es que sobre el exilio hay una memoria que uno puede denominar como una memoria silenciosa, una memoria discreta, circunspecta, tímida... Esto tiene que ver con múltiples cuestiones, no hay un único “responsable” –entre comillas– de este silencio sobre el exilio. Si uno piensa en la situación de Argentina desde el 2000 en adelante, hay signos bastante importantes de que sobre el exilio se comienza a hablar, pero hay algunos factores a tener en cuenta. Por un lado, todavía pesa la demonización o estigmatización que hicieron los militares acerca del exilio, demonización que siguió en la democracia hasta el punto de que algunos, en los años 1984 y 1985, todavía decían “que no vuelvan los subversivos que están en el exterior, que no vuelvan los terroristas”. Esto hacía que las familias que tenían miembros exiliados inventaran historias ficticias, del tipo “mi hijo se fue a hacer un viaje de estudios”, para justificarlo con respuestas políticamente correctas. Esto también tiene que ver con el miedo a que se culpabilizara a la familia, que se la persiguiera... Hay silencios que vienen de los dos lados.  ¿También por parte de los propios exiliados?Para cualquier militante, marchar al exilio no era una opción. La opción era que triunfara la revolución, o eventualmente la muerte. Cuando la situación se pone tan terrible y hay que “tomar la decisión” –de nuevo entre comillas– de partir, se hace con vergüenza, con miedo, con culpa... Culpa, porque evidentemente hubo gente que no pudo hacerlo y que murió. Ante la muerte, ante la cárcel, ante la desaparición forzada de personas, hay también silencios que están anclados en la culpa. Por otro lado, también están las disputas que se dan dentro del propio campo de la militancia, en donde se llegaron a oponer los de adentro y los de afuera. Osvaldo Bayer, por ejemplo, fue protagonista de una seguidilla de polémicas que sostuvo él con otros escritores e intelectuales, a veces no exiliados, o que estaban en el exilio y que sostenían posiciones diferentes respecto del exilio. Esto no es ajeno a lo que pasó en el caso español o en el caso alemán. Todas estas cuestiones hacen que hablar del exilio sea difícil. Para que alguien hable, también se necesita que alguien escuche, y que alguien reconozca que eso forma parte de una historia compartida, una historia marcada por la violencia política, y que llegó a destinos diferentes en el caso de distintos sujetos. En la obra también reflexionas sobre “las nuevas diásporas argentinas”, los contingentes que puntualmente en 1990 y sobre todo en el 2001 emigraron por causas económicas. ¿Qué te ha llevado a incluirlas en esta obra dedicada al exilio de la dictadura?No hablo exactamente sobre las nuevas oleadas, sino que sostengo que a partir de la coyuntura de la nueva expulsión de argentinos –en este caso por motivos fundamentalmente económicos– se empieza a repensar que los argentinos teníamos una historia anterior de fugas, de huidas, de expulsiones, de salidas al exterior, y se recupera social y colectivamente el capítulo del exilio político. Estos nuevos emigrantes se pensaron en relación a los que se habían ido antes. Se dio un fenómeno bastante curioso, y es que muchos libros acerca del exilio que estaban muertos en la biblioteca, que nadie se leía, que habían desaparecido de los catálogos, se vuelven a reeditar, y se reeditan a la luz de que hay otros que se van con dolor –un dolor diferente, pero que también van a atravesar la pérdida, el desgarro cultural, el adaptarse a nuevas geografías, a nuevas sociedades... Es curioso, porque estos que se van recuperan esa historia, pero se van sin memoria de esa historia, y a veces la descubren estando aquí. Algunas de las asociaciones de argentinos que existían aquí redefinieron sus funciones para acoger a los que llegaban, con todas las dificultades que eso implicaba: eran todos argentinos, pero los que ya estaban llegaron hace 20, 25 o 30 años y habían vivido otra historia, y los que llegaban en el 2000 eran, hasta cierto punto, unos extraños. Se produjeron reencuentros, reencuentros que algún historiador ya está reconstruyendo, reencuentros que no fueron nada fáciles. ¿Cómo crees que será acogida la llegada de tu libro a la Argentina? Hace unos meses atrás, con un colega exiliado en México, Pablo Yankelevich, presentamos un libro que compilamos ambos pero que es el trabajo colectivo de muchos investigadores sobre el exilio (“Exilio. Destinos y experiencias bajo la dictadura militar”, Libros del Zorzal 2007) y la recepción fue buena. No es lo mismo hablar del exilio en este momento, con una política de derechos humanos en el gobierno de Kirchner que es favorable a hablar sobre estos temas –no solamente sobre la represión, sino a rediscutir las cuestiones de las luchas, la militancia–, que hacerlo diez años antes. En el año 1998, publiqué otro libro aquí en Barcelona (“La huida del Horror no fue olvido. El exilio político argentino en Catalunya 1973-1983”, Bosch 1998), del cual también fueron responsables la gente de COSOFAM (Comité de Solidaridad con Familiares de Desaparecidos), Raúl Castro, Alejandro Andreassi y otra gente. Sin embargo, en ese momento no se hablaba del exilio, nadie investigaba sobre el exilio, y además, socialmente, tampoco era un espacio propicio. En este momento, política y socialmente, hay una mayor receptividad. Además, hay otra línea argumental en el libro, que es fuerte pero no está desarrollada, y es en qué medida somos capaces los argentinos de pensarnos con exilios. Digo “con exilios” porque a pesar de que el del 76 fue el más dramático, el más numeroso, desde que nos separamos de España en 1810, personajes de la política sufrieron penas de destierro, exilio, hubo exilios colectivos… Con signos políticos diversos, el exilio nos acompaña en dos siglos de existencia. Los argentinos no tenemos aparentemente ninguna dificultad para reivindicarnos como un país de inmigración, y de estar muy orgullosos de haber recibido esta inmigración fundamentalmente europea, pero resulta más difícil pensarnos con exilios. Hasta el punto que los cientistas sociales y los historiadores no sólo no nos hemos ocupado del exilio del 76, sino que no existe hasta el momento ningún libro colectivo de los exilios que acompañaron toda la historia argentina. Es una tarea para hacer, yo siempre la estoy proponiendo, pero esto pone en evidencia la dificultad de los argentinos para pensarnos como un país que expulsa, que excluye, que elimina, que no quiere escuchar al que propone algo diferente.