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10/11/2010 / Barcelona

Skármeta: “El poeta deja una herencia de construcción de imágenes que deben ayudar a vivir a la gente” ( y 2 )

Entre licencias literarias, anécdotas personales vinculadas a Gabriela Mistral y Pablo Neruda y giros del destino que marcaron su existencia, Antonio Skármeta prosiguió deleitando al público congregado en Casa Amèrica Catalunya antes de recibir un ‘70’ en chocolate ofrecido por Antoni Travería, director general de nuestra Fundación, y verse sorprendido por las chilean cookies con las que Cristina Osorno, gestora cultural de nuestra Casa, imitó las galletas chinas protagonistas en uno de sus últimos cuentos para que los mensajes llenos de deseos también alcanzaran a tan jovial septuagenario.

La primera parte de la crónica dedicada a la noche de Skármeta en nuestra sede acabó con Mistral y con la poetisa seguimos, aunque años después, volvió a ser protagonista en La boda del poeta. Novela que Antonio ambientó en la Europa de 1913, justo antes de la I Guerra Mundial, aunque su creador la imaginara “usurpada por latinoamericanos antes de emigrar hacia allá. Yo mismo vengo de Dalmacia, un reducto del Imperio Austrohúngaro. Los jóvenes dálmatas no quisieron ser reclutados y también huían de la pobreza a causa de la mala cosecha de vino local. Como mi abuelo, que acabaría en Antofagasta. Mistral había sido cónsul en Brasil, Italia y otros destinos diplomáticos y la ficción me permitió retrocederla 40 años atrás en el tiempo con el fin de atender a esos emigrantes. Gabriela tenía una terrible historia personal detrás: El suicidio de su primer amor, el cargo de ser la ‘Santa de América’, la muerte de su hijo Chinchín –de quien aún no sabemos si era o no adoptado-, su ansia de maternidad, su contradicción sexual… Y una bellísima obra, pese a todo. O quizá, fruto de todo ello. El poeta deja una herencia de construcción de imágenes que deben ayudar a vivir a la gente”. Y llegamos hasta Pablo Neruda, en boca de nuestro literato: “Con él, la relación resultó más banal. Mi admiración por la poesía se acrecienta al tener un poetazo a dos horas de camino. Fui a su casa con mi primer libro, El entusiasmo, bajo el brazo. Se lo llevé y me pidió que volviera al cabo de dos meses. A las dos semanas, ya estaba allí… - ¿Se lo leyó? – pregunté a Neruda.- Bueno… - me respondió. Yo – comentó Skármeta- ya levitaba de puro placer. Le ha parecido ‘bueno’.- Pero eso que te digo –continuó don Pablo-, no quiere decir nada porque todos los primeros libros de escritores chilenos son buenos. Ya veremos con el segundo…. Las anécdotas con Neruda siguen: “Me iba perfecto que viviera en la playa. Así, me llevaba a las chicas que me gustaban hasta allí, con la excusa de presentarles a Neruda. Se convirtió en mi coartada de don Juan. Tuvimos una relación informal. Iba en sábado por la tarde y no quedaba otro remedio que dormir después por la zona, antes de regresar al día siguiente, ya me comprenden. Alguna de esas aventuras acabó en matrimonio con dos hijos, que hoy viven en Berlín…”.“Me gusta cuando callas porque estás como ausente…”. Residencia en la Tierra, Canto General, la poesía metafísica, la poesía sentimental de Neruda acabó por nutrir la aparición de El Cartero de Neruda: “Don Pablo sabía interpretar los sentimientos de la gente y era su portavoz porque les amaba. En 1969 fue precandidato a la presidencia de Chile. Simplemente, porque la izquierda no se ponía de acuerdo. En los mítines, él daba discursos y la gente le pedía a coro que leyera poemas, cada cual él que más le gustaba”. Y ahí se fue un momentito Antonio por las ramas: “Ahora, el Estado chileno gracias al cobre que Salvador Allende nacionalizó y vendemos a China con ganancias brutales que permitirían reconstruir diez veces el país tras el terremoto. Y se olvida o conviene que se olvide. Ya está, ya hice mi mitin de un minuto. Volvamos a la literatura…”. Poquito tiempo para un exiliado de la dictadura, por cierto. Salto atrás hacia el joven Skármeta, aquel que dudaba entre ser actor o escritor: “Tras la secundaria, sólo sabía que quería comunicar. En la escuela de Interpretación, pasé un examen de diez minutos ante una comisión de cinco personas con La oda al aire de Neruda, claro. Al acabar, me agarra el presidente de la comisión y me dice: ‘Nos viene con La oda al aire y está más tenso que una parturienta. Aprenda a respirar, hombre. ¿No dice que le gusta la literatura?. Pues póngase a escribir.”. Por suerte, Skármeta siguió el consejo de aquel buen hombre. Aún tuvo tiempo el incansable chileno para contar deliciosas historietas del exilio berlinés con hijos adolescentes embutidos en viejos edificios, enfrentados con su rock duro a viejas neuróticas germanas mientras papá se dedicaba a recaudar fondos para la resistencia y la casa reunía a cuanto exiliado pasaba por allí. O a desentrañar las interioridades de El Baile de la Victoria, tan influida por Jorge Manrique y Las coplas a la muerte de mi padre, con una protagonista adolescente a la que han matado el padre bajo el pinochetismo y cuya madre entró en depresión, “justo en una edad cuando la vida es complicada y trágica”. Y entrañable, el penúltimo chascarrillo paterno-filial de los Skármeta. Cuando Antonio le dijo a su papá que iba a ser escritor, al señor le pareció una buena idea: “Todas las semanas me entregas un texto manuscrito y yo te ayudo pasándotelo a máquina durante el fin de semana”. Conmovedor. Como bello fue ese 7 y ese 0 en chocolate al que Antonio deseó “quitar el cero, no estaría mal”, antes de recibir una atronadora ovación como despedida de la sesión en Casa Amèrica Catalunya.