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02/08/2006 / Barcelona

"Sobrevivir a Fidel con otro Castro", artículo del director de Casa Amèrica Catalunya, Antoni Traveria, publicado en "El Periódico de Catalunya"

“Cuesta imaginar la continuidad del régimen castrista sin la presencia omnímoda de Fidel Castro. Su hermano Raúl no parece ofrecer las garantías suficientes, ni siquiera a medio plazo, para poder considerarle como una sólida alternativa continuista. Aún siendo el número dos desde los ya muy lejanos años de Sierra Maestra, la tarea de Raúl Castro estuvo siempre muy limitada al control del Ejército, casi nunca al proselitismo y la retórica militante. Tiene 75 años, y aunque a la sombra de Fidel aparece como un buen escudero con sobrada experiencia, carece del carisma popular necesario para mantener el poder en un régimen tan caracterizado por el largo liderazgo espiritual y político de su hermano Fidel durante nada más y nada menos que 47 años”.

"Cuesta imaginar la continuidad del régimen castrista sin la presencia omnímoda de Fidel Castro. Su hermano Raúl no parece ofrecer las garantías suficientes, ni siquiera a medio plazo, para poder considerarle como una sólida alternativa continuista. Aún siendo el número dos desde los ya muy lejanos años de Sierra Maestra, la tarea de Raúl Castro estuvo siempre muy limitada al control del Ejército, casi nunca al proselitismo y la retórica militante. Tiene 75 años, y aunque a la sombra de Fidel aparece como un buen escudero con sobrada experiencia, carece del carisma popular necesario para mantener el poder en un régimen tan caracterizado por el largo liderazgo espiritual y político de su hermano Fidel durante nada más y nada menos que 47 años.
 
El escenario político cubano de futuro es de una enorme complejidad. Tiene demasiados actores protagonistas, con excesivos abismos apasionados internos y externos entre todos ellos, con tantas cubas disidentes enfrentadas entre sí, que resulta poco menos que imposible hacer pronósticos sin caer en el error.  Más allá de los militantes extremos castristas y anticastristas convencidos, realimentados y hermanados en el odio y el rencor, ni en la isla hay unanimidades ni consensos entre el millón de cubanos residentes en Miami y tampoco en la disidencia cubana instalada en otros países europeos. Un cubano exiliado en Madrid me recordaba, con esa rica cultura cubana llena de ironía de supervivencia, que cuando dos cubanos se reúnen aparecen nueve partidos políticos, como mínimo.
 
La transición política a la democracia, a un régimen de libertades, no va a ser de rápido recorrido en Cuba. Que Fidel algún día iba a caer enfermo o a desaparecer lo sabía y admitía él mismo. Pero mientras Castro ha trabajado durante los últimos años para sobrevivir a su muerte, con el objetivo de dejar todo atado y bien atado, la oposición en su conjunto ha dedicado sus energías a desacreditarse de forma cainita. La disidencia cubana insiste en mantener su tradicional fragmentación en pequeños grupúsculos que, en muchos casos, sólo se representan a sí mismos. La desunión existente entre las muy diversas disidencias es oxígeno para la continuidad del castrismo, y el castrismo ha tenido tiempo para aprenderlo desde hace años.
 
Pero una de las claves principales internas hacia una deseada transición democrática pacífica y ordenada la tiene el Ejército, precisamente la institución dirigida con mano de hierro por el heredero Raúl. Si los oficiales más jóvenes, menos contaminados, se alinearan con una corriente crítica civil organizada, para lo que sería imprescindible una cierta unidad de la oposición más seria y moderada, los riesgos de una guerra civil que algunos presagian, el escenario más pesimista, desaparecerían. Y es que lo que no se puede pretender es implantar una democracia con un sello de estilo neoliberal en Cuba, como muchos anhelan, cubanos y no cubanos. Pocos son ya los que pueden negar, a estas alturas, que el régimen de Castro sea una dictadura. Ya no quedan excusas ni argumentos a los que acudir para defender un sistema dónde no es posible disentir. Pero no es de recibo no reconocer los logros de la originaria revolución en campos como la medicina o la  educación, avances sociales consolidados nada despreciables y sin duda, infinitamente mejores que los alcanzados en la mayoría de países de la maltratada Centroamérica.
 
Hay dos millones de cubanos en Estados Unidos. Su influencia ha sido y es significativa en las políticas desarrolladas sobre la isla por  todos los presidentes republicanos y demócratas desde 1960. Desde John F. Kennedy (la denominada crisis de los misiles o la invasión de Guantánamo) a George W. Bush. El obsoleto bloqueo económico, comercial y financiero mantenido y prolongado por todas las administraciones norteamericanas consiguió el efecto contrario al perseguido: fortificó a Fidel hasta convertirle en un héroe resistente ante el imperialismo, en la terminología clásica, y perjudicó, eso sí, con la pobreza y el hambre, al conjunto de los cubanos residentes en la isla. La última votación realizada acerca del bloqueo a Cuba en la Asamblea de Naciones Unidas en noviembre de 2005 dejó prácticamente solo a EE.UU. Le acompañaron tres países a favor del bloqueo, hubo una abstención y otros 182 países votaron en contra de un embargo que ha supuesto una perdida estimada de cerca de 100.000 millones de dólares, e incalculables daños humanos a la población.
 No es de esperar, por tanto, un cambio de orientación en la política de Washington hacia Cuba. Menos ahora, ante el primer signo de debilidad manifiesta de Fidel. Las presiones sobre Bush se van a intensificar a partir de hoy, y es de temer que no pueda resistir la tentación de arañar votos ante unas difíciles elecciones en noviembre para la renovación del Congreso y el Senado. Sólo la inteligencia y el sentido común de voces cualificadas de la oposición política al castrismo desde el interior de la isla, del exilio de Miami, de dirigentes del Partido Comunista, de las numerosas organizaciones sociales, la Iglesia y el Ejército, de algunos países europeos, y de forma muy destacada España, pueden establecer puentes de diálogo que permitan contemplar con menos pesimismo  un futuro en el que Fidel no sobreviva a Fidel por medio de otro Castro, aunque tenga 75 años".