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21/01/2011 / Barcelona

Un mordaz Rodrigo Fresán abandona su introspección para gozo de sus fans y mayor gloria de Dylan y Bolaño (1)

El escritor argentino Rodrigo Fresán protagonizó la primera conversación del 2011 incluida en el ciclo que Casa Amèrica Catalunya dedica a diversos autores latinoamericanos para que expliquen a nuestro público su personal manera de entender este imprescindible oficio de escribidor. Tras las últimas apariciones de Juan Gabriel Vásquez y Santiago Roncagliolo, un extrovertido Fresán compartió el escenario de nuestra sede con el crítico barcelonés Ignacio Echevarría para deleitar a sus incondicionales con un puñado de reflexiones sobre eso tan intangible llamado literatura. El protagonismo, para sus ídolos, Bob Dylan y su amigo Roberto Bolaño. 

A Fresán, archisabido es, eso de ‘enfrentarse’ al público no le resulta plato de gusto. Lo suyo es crear, componer páginas y no verse obligado a explicar los porqués. Cumple ya largo tiempo diciendo cuánto aborrece que el escritor se convierta en personaje, quizá desde antes incluso de que sus compatriotas argentinos recelaran de él al verle tan apolítico, tan lejos de las batallas y trincheras que apasionaban a contemporáneos compañeros de la pluma y a él, en cambio, le dejaban más que frío. Encima, tenía a gala pregonar que ni de un lado, ni de otro, que él, literatura y punto, que, como declaró una vez “el lugar ideal del escritor sería mantenerse a la sombra de su obra”. Dicho de otro modo, al margen de toda proyección pública. Dichoso el eremita que sólo interactúa con su ordenador. Fresán siempre ha entendido “la vocación literaria como un deseo infantil” y así lo expresó de nuevo ante nuestro auditorio: “Primero, te identificas con los héroes. Más tarde, con el autor de esa obra que te agradó y conforme creces, aprendes a preocuparte por el estilo”. Con la mayor franqueza, el autor de Historia argentina, Vidas de santos, Trabajos manuales, Los jardines de Kensington o La velocidad de las cosas, no pudo teorizar en demasía sobre su método de trabajo, que presentó caótico, apedazado, capaz de comenzar por el medio y acabar en cualquier lugar, antitético con lo lineal, meditado o cartesiano. Tal como siempre lo ha dicho y presentado, por cierto, ninguna sorpresa o novedad. Tampoco se mueve un ápice en la definición de su estilo personal: “Realismo lógico”. Por contraste evidente con el “mágico” que cualquiera conoce, así de gráfico e inteligible. Y sigue Rodrigo en la explicación tantas veces concedida, “lo que se comprende como realismo es, si pensamos un poco, lo más irreal posible. La verdad es que no suelo reflexionar mucho sobre la teoría de la práctica”. Eso ya lo saben sus lectores y seguidores. Su definición es apenas una variable del popular la realidad supera siempre la ficción, si es que caemos en ello y a él ya le vale por creerlo a pies juntillas…  A los aspirantes al oficio, el consejo recibido de algún sabio cabal: “Que lean, que lean mucho, diverso y todo cuanto les caiga en las manos para saber apreciar qué les gusta y qué les queda lejos de su personalidad”. Pero ayer, en nuestro auditorio, el caracol sacó las antenas. Y de qué manera. Tal vez cabe atribuir el mérito a las artes de Ignacio Echevarría, el crítico que, apenas comenzar el acto y observando al público, repleto de incondicionales del escritor, se confesó viejo amigo de Rodrigo y supo crear una atmósfera confortable, de total complicidad al afirmar “todos sabemos con quien nos las tenemos hoy” y cuestionarle de entrada por una autodefinición.  Fresán se sinceró a las primeras de cambio, ya con humor, en un tono que le acompañaría el resto de la velada: “Vaya, sólo arrancar, pregunta incómoda… Soy internacional, vivo en Barcelona, nací argentino y moriré escritor. Sabéis de sobra que quiero sacarme etiquetas de encima, como cualquiera, salvo aquel que sólo desea escribir sobre su terruño, cosa muy respetable por otra parte”. Y aquí empezó Rodrigo a relatar su vida, “nací en una típica familia culta en la Argentina de los 60. Mi padre era diseñador gráfico y llegó a realizar dos libros de Cortázar y Borges. Mi madre era muy guapa, una musa, y encima,  psicoanalista. Parece un tópico de argentinos. Iban de noche a lo que era como la Factoria Warhol local. Por ejemplo, asistí de muy pequeño a los primeros ensayos de los Luthiers y me llevaban a fiestas con García Márquez ya vestido con la bata del colegio para que pudiera ir directamente por la mañana a clase. Mis amigos me envidiaban y yo, en cambio, los envidiaba a ellos por su vida rutinaria…”.  Mas detalles de estos extraordinarios recuerdos infantiles de Rodrigo Fresán en la segunda parte de la crónica del arte, que hallarán en esta misma web.