Julio Villanueva Chang cerró ayer las dos jornadas que Casa Amèrica Catalunya ha dedicado a los Nuevos Cronistas de Indias, en compañía de Leonardo Faccio y David Barba y con noticia incorporada: Quien fue director-fundador de la emblemática Etiqueta Negra, vuelve a hacerse cargo de la edición de la revista peruana, adalid del nuevo periodismo latinoamericano, del periodismo literario, de las publicaciones de calidad o de cómo la crítica prefiera llamarlo. Pero, ante todo, de uno de los mejores y más llamativos fenómenos de las letras hispanas vividos en los últimos años. Sea periodismo, literatura o crónica de alta calidad, ha valido para lanzar a Villanueva Chang como gran esperanza blanca al trono de los pesos pesados de las letras. Lo que toca se magnifica para bien, casi para sublime y sin cara de quererlo.
Villanueva Chang: “Etiqueta Negra es un milagro creado por una comunidad de cómplices que quieren la revista”
A Julio le apodan ‘El Chino’ por obviedad. Y por calma casi zen. Hoy y ahora, se dedica a “viajar, escribir y volver a editar”, antes de meterse en la hondura de regresar a Etiqueta Negra, la revista de referencia que fundara y dirigiera. Lo hará a partir de diciembre, “para que pueda seguir siendo memorable, la haremos cuatrimestral. Nunca pensamos en ganar dinero desde que nos arriesgamos a sacarla. La espaciaremos en el tiempo para poder publicar las historias que nos gusten más y aprenderemos a esperar, aunque resulte antiperiodístico. Aspiraremos a ser traductores de los acontecimientos, de aquello que no comprendemos”. Villanueva Chang aún no vislumbra cómo será esa segunda época, “la adivino, pero no la veo aún. Un concepto de revista supone imponer un modo de leer, escribir y mirar”. Heredero lineal del primer ejemplo del nuevo periodismo engendrado por Truman Capote en A sangre fría, aunque revolucionara la novela moderna, seguidor de Tom Wolfe, Gay Talese, revistas como Rolling Stone, The New Yorker, Vanity Fair u otros celebrados iconos del género, nadie había saltado la barrera del lenguaje hasta llegar el nuevo milenio y hacerlo Etiqueta Negra con desparpajo, no exenta de desfachatez y un empujón del azar como reconocerán en la franqueza de Julio, aún hoy fresco, peleado con la informática según su hagiografía y nada presuntuoso pese a lo logrado: “El mayor placer de un editor es descubrir a un escritor que pasó inadvertido. Abrir las puertas y ventanas de tu revista a nuevos cómplices de tu aventura, gentes que crean y quieran estar en la revista. Nadie ha publicado en Etiqueta Negra por dinero”. Ejemplo palmario: ¿Qué tal un Nobel como Vargas Llosa?. “Sabíamos que Mario nos leía y le pedimos autorización para publicar un texto sobre los años rastafari de su hijo. Su segunda firma ya fue un encargo. Vino de vacaciones al Perú y le encargamos una crónica sobre el Cienciano de Cuzco, equipo de veteranísimos que ganó a River Plate y Boca Juniors en dos torneos internacionales, la primera vez que el fútbol peruano conseguía algo de cierto relieve a nivel de clubes. Vargas Llosa escribiendo de fútbol por gusto… En ese mismo número, Juan Villoro escribió con nosotros la mejor crónica dedicada al Real Madrid desde el punto de vista de un fanático del Barça. No sé si lo sabe Javier Marías”. Redondeemos, pues, la identidad del fenómeno Etiqueta Negra, mucho más poderoso que sus 7.000 ejemplares de venta directa: “Hay gente que quiere escribir y tener la oportunidad de publicar con nosotros por conocer nuestro intercambio de ideas, nuestro editing. Pero no es muy simple entender la apuesta de Etiqueta Negra hasta que compartimos con un autor la edición que, más que una disciplina, es una indisciplina. Perú tiene una industria editorial mínima y creamos una comunidad de creyentes. Es un milagro porque los cómplices fueron generosos. Y ahora hay algunos autores que alcanzan ya todo el continente, gente que publica por todas partes. Escritores que quieren superarse y sorprenderse a sí mismos”. La fama alcanza incluso a los Estados Unidos, por sistema reacio a lo hispano y menos aún, a lo cultural con ese sello de procedencia: “John Lee Anderson, el gran periodista, ha publicado unas siete veces ya para nosotros. Sin tiempo material, compartimos experiencias en ocasiones a través de Skype, donde la última vez, por ejemplo, conversamos de sus diarios de 1989 y le pedimos que escribiera tres historias a partir de ellos. Nos conocen en Brasil gracias a él y logra un español poético, con una prosa a veces más personal que en sus textos en inglés del New Yorker”. Si algún día le da a Villanueva Chang por narrar en libro las anécdotas internas de la publicación, best-seller asegurado. Como cuando habla de aquel primer número con recuerdos de niñez de Savater, con García Márquez de visita en el dentista y el etcétera que, por prolijo, se vuelve esta vez realmente textual. Y ahora, asegurado que el periodismo no ha muerto, aunque el número de agoreros afirmantes de lo antitético sea infinito, viva la crónica: “El cronista es un GPS para desengañar a la gente de lo que está sucediendo. Un cronista es el traductor de los acontecimientos que no entendemos, para convertir el dato en conocimiento, y el acontecimiento en experiencia. El arquitecto Óscar Niemeyer, por citarte un ejemplo, nos dice ya centenario que desea insuflar sencillez a su vida y a su obra. Eso es lo que ha aprendido, ese es su resumen. El trabajo y el talento del cronista consisten en transmitir eso, precisamente: Ese azar, ese secreto y esa clave”.