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23/04/2020 / Biblioteca Casa Amèrica Catalunya

Libro recomendado de la semana: ‘Carne de mi carne : antología de cuento’

María Negroni es la maestra de ceremonia encargada de iniciar esta antología de cuentos con una introducción sobre la novela gótica, los imaginarios, el espacio fantasmagórico, la soledad y el miedo que diferencia este género: Frankenstein: el sabor de los climas helados.

‘Ese frío es transparente, hace de los cuerpos estatuas, musicaliza
la pena y compone partituras de color. No otra cosa
ocurre en el acto de escribir. Hablo de la escritura como vocación
de la ausencia. Hablo de ese tapiz del miedo y el desamparo
donde alguien traza unos círculos, despliega su pequeño
canto interior, como trazos que dibujarían, acaso, un talismán.’

Carne de mi carne: antología de cuento de la colección Mantis, es una de las propuestas de #yomequedoencasa, regalo de Plural Editores, que os animamos a leer. [Enllace al pdf]


Ojo izquierdo Daniela Tarazona (México, 1975)

Acaso como aquel punto que reunía en él todos los puntos del inconmensurable universo, el ojo izquierdo del monstruo se abre al afuera infinito y heterogéneo, pero sobre todo al espeso y deslumbrante adentro de la Humanidad. No en vano el ojo es liberado de su putrefacción diaria en un rito de agua y sal que lava, a su vez, las heridas de la historia. Oráculo, espejo, brújula, astrolabio, el consabido órgano nos lleva al origen de todo, es decir, a ella, a Mary Shelley: la Progenitora.

No recuerdo haber encendido este cigarro Katya Adaui (Lima, 1977)

La osamenta de una mano se yergue como una sombra en este cuento. Un padre, o los pedazos que quedan del hombre que fue, se arma como un mapa enfermo en la memoria. Los hijos, como un collar de cuentas roto que se vuelve a hilvanar, componen una verdad, nítida, cruel y profundamente humana o, lo que es lo mismo, monstruosa.

Huérfanos en la nieve Fernanda García Lao (Mendoza, 1966)

Hay siempre algo de perturbador en una mujer científica. Nunca se detiene. Es un monstruo. La materia, cualquiera sea su condición, convoca a partes iguales el deseo y el rigor de su ciencia. Un corazón, por ejemplo, también puede ser la semilla, el embrión, el feto con el que esta mujer le dará forma a una idea. Materia e idea, eso es lo que late poderosamente en este bello texto.

Yo sé de tu delirio Rosario Barahona (Sucre, 1974)

En un hemisferio cerebral derecho se puede guardar muchas cosas. Infinitas cosas. Muchas más que en un joyero o en una cajita de música. Allí, en ese lugar secreto, es posible esconder el dolor, el duelo, la juventud, las queridas hebras de pelo infantil, mediecitas de bebé, desaforadas ambiciones intelectuales, retazos de locura, melodías que alguien canta desde la muerte, y sobre todo, la desesperación del amor. De eso, de todo eso que lastima y que perdura, se trata este cuento.

Carta a la madre Lena Yau (Caracas, 1968)

¿Se puede soñar con el hígado? Lena Yau dice que sí. Y también amar. De hecho, la historia médica de un hígado es la memoria de sus dolores, de sus pasiones, de sus vicios, de sus pulsiones. En “la bilis cicatrizada” fluye, como en un denso río secreto, la vida y su promesa más fiel: la muerte. Contra el olvido, siempre tendremos ese blando, aterciopelado, oscuro segundo corazón.

Mi hermano, sus veces Claudia Hernández (San Salvador, 1975)

Podríamos dar pie a este cuento –como lo haría César Vallejo– llorando de oído, recomponiendo la arcaica música interior que se nos pierde en el ruido de la vida. Aquí yace un monstruo que por escuchar(se) es desmembrado, mutilado una y otra vez de las orejas, pero que insiste en ser fiel a sí mismo y que renace, como la maleza, que es capaz de vivir sin sol, sin agua, sin afectos.

Niño de barro Betina González (Buenos Aires, 1972)

Como sucede con la vida o con la literatura, sin huesos, sin vértebras, no hay nada. La carne o el barro son añadiduras. ¿Pero cómo salvar a un niño “deshuesado”? ¿Cómo dotar de esa fantástica serpiente de cartílagos y calcio a una criatura que, cual Sísifo fatal, muere una y otra vez? Con la escritura, afirma este relato. Sí, es ella, la escritura, quien enuncia el contundente mandato: Levántate y anda y cuenta.

Buenas intenciones María José Navia (Chile, 1982)

También de mierda estamos hechos. Es decir, de veneno. De malas intenciones. Y esta conciencia abrumadora de lo otro que nos constituye es lo que potencia de manera sorprendente este cuento en clave de ciencia ficción. Pero, ¿qué hacer con todo eso que emana de un cuerpo? ¿Qué hacer con sus excreciones en un mundo que tiende a la asepsia física y emocional? ¿Cómo drenar lo peor de cada uno a través del gran intestino grueso de la humanidad? ¿Y qué de verdadero y original nos quedará cuando hayamos expulsado aquello tan abyecto y tan desgarradoramente íntimo?

Deforme Fabiola Morales (Bolivia, 1978)

El equilibrio que otorga el talón, y más si es de Aquiles, no se parece en nada al balance que regala una columna firme o un cuello erecto. Es tan sutil, tan inconfesable ese otro equilibrio, que lo mismo podría albergar espinas que callos o verrugas sin jamás quejarse. Herido, sin embargo, el talón de una mujer puede desatar una revolución, desvencijar la línea del horizonte, destruir la armonía de un paisaje, hendir su huella extraña y adolorida en el suelo que pisa. ¿Es entonces el talón un segundo vientre, el útero inédito en el que se cultiva amorosamente el embrión de una idea? Tal vez sí. Las mujeres cojas lo saben bien.

Como el hambre, como el amor Giuseppe Caputo (Barranquilla, 1982)

Este es un cuento sobre la gula, pero también sobre el hambre insaciable del género humano. El estómago es el órgano del monstruo, un músculo pantagruélico que a veces es también corazón y cuyo latido tribal, primitivo, ceremonial, es la percusión de fondo del sacrificio del amor. Hay delirio en estas páginas, sí, una alucinación ante la que el lector no deja de frotarse los ojos.

Las elegidas María Fernanda Ampuero (Ecuador, 1976)

En esta cópula con la muerte, María Fernanda Ampuero consigue –al modo de Umberto Eco– un tratado sobre la belleza y la fealdad del siglo xxi, pero lo hace en forma de revancha, de cabalgata salvaje, quizás de redención de lo monstruoso. En su fábula necro-erótica, los arquetipos se trastocan, se tuercen de dolor y de placer y paren nuevas formas de narrarnos. Se escucha un grito de liberación a lo lejos y es femenino.

El monstruo de la voz Margo Glantz (México, 1930)

Una voz de ópera es como una ráfaga de balas: puede acribillar los cristales más recios y depositar en el alma residuos de dolor, de viejos resentimientos sociales, de antiguas pobrezas, con la discreta soberbia de quien no espera consuelo. La gran Margo Glantz reconoce en otra gran Mantis, la Callas, ese poder, pero también recupera de la biografía de ese cuerpo obeso y bienamado, un detalle importante y casi infantil: una lombriz hambrienta. ¿Será de allí, de esa criatura asquerosa, de donde nace la portentosa monstruosidad de esta voz?



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